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ALBORADA

Los hechos se burlan de los derechos: niños en la calle

*Texto publicado en la revista Educativa Sin recreo... por la cultura del maestro, N° 5.

Juan de Dios Pérez Alfaro

México siempre fiel
A diez años de la firma del TLCAN, en las fronteras de una década de libre comercio, de salvaje desregularización del mercado, la modernidad es una esperanza devaluada para el grueso de la pirámide poblacional.
Las afirmaciones del crítico de civilizaciones, Samuel P. Huntigton, de que México ingresó a la civilización gracias al neoliberalismo a pesar de ser tan atrasado, aislado e “indio” son inoperantes. México fiel al proceso que socializa las pérdidas y vacila con la estabilidad del orden social.
En México, como en el resto de la América Latina, es donde existen los mayores niveles de desigualdad en la distribución de la riqueza. Según la Comisión Económica de la Organización de las Naciones Unidad para América Latina (CEPAL) entre 1998 y 2002, el número de pobres en AL creció 20 millones: se pasó de 200 a 220 millones de personas, de las cuales 90 millones están en la pobreza extrema.
La sociedad mexicana es castigada por crisis recurrentes cuyos costos son muy grandes: repercusiones adversas sobre las condiciones de vida y las oportunidades de educación, trabajo y obtención de un ingreso suficientemente remunerativo para las familias. Para las mayorías el TLCAN no se ha convertido en el cuerno de la abundancia. Gran parte de las familias mexicanas han visto canceladas sus perspectivas de ascenso social. La pobreza es un mal crónico que lacera a toda la sociedad.
Los estudios del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informatica (INEGI) revelan que en nuestro país existe una enorme disparidad de desarrollo entre la frontera norte y sur. Asimismo, el estudio realizado por Reforma, con cifras del “Word Factbook 2002” de la CIA, reporta que en México el 40 por ciento de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, porción que rebasa a países como Argelia, República Dominicana, Brasil, Polonia, India y Chile. Ante esto, no se cae en exageraciones si se afirma que el México del siglo XXI es de pobres y de ricos: cifras del INEGI muestran que en el año 2000, la población con menos recursos participó con 1.52 por ciento del consumo nacional, mientras que los diez millones de mexicanos más adinerados compraron el 38.70 por ciento.
La serie de medidas de austeridad recomendadas por organismos internacionales en los servicios públicos de salud, educación y desarrollo social dañan aún más a las familias pobres. Y en esta inequidad y coexistencia de sectores avanzados con otros que tienen un fuerte atraso, el grupo de mayor vulnerabilidad son los pequeños. Porque como bien lo apunta el poeta Eduardo Galeano “en esta economía globalizada los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres, los niños son vistos como dinero, como basura y prisioneros”. Y México, siempre fiel.

Hechos en México
De acuerdo a las cifras oficiales del XII Censo General de Población y Vivenda del año 2000, en México viven 11 millones 215, 323 niños y niñas entre cinco y nueve años y 10 millones 736, 493 entre 10 y 14 (población por grupos quinquenales de edad). De este universo “unos 15 millones de niños y niñas viven en condiciones de pobreza”, según el director de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Carlos Arteaga.
Tal situación ya había sido denunciada en el marco de la 11 Conferencia Internacional de Esposas de Jefes de Estado y Gobiernos de las Américas, celebrada en septiembre de 2002, donde la UNICEF reportó que en el país al menos 20 millones de adolescentes y niños viven en condiciones de pobreza, lo que provoca que la mortalidad infantil en el país sea de 13.6 infantes por cada mil nacidos. Esto significa que anualmente mueren en promedio 42 mil 183 menores de un año. Mientras que en los menores de cinco años la mortandad es de 28 por cada mil nacidos vivos, que corresponde a 50 mil 724 pequeños.
La pobreza, en la que por cierto vive el 57. 3 por ciento de la población nacional, no es la única carta de presentación. De acuerdo con el Diagnóstico Sobre la Situación de los Derechos Humanos en México, elaborado para la Oficina de Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH), presentada en octubre de 2003, México es considerado en el mundo uno de los principales países donde se practica la pornografía infantil, la prostitución infantil y el tráfico de menores, teniendo como principal destino los Estados Unidos. Sin embargo, si se llegara a pensar que se trata de un diagnóstico elaborado por ONGs, romántico y extremista, en el estudio “Infancia como Mercancía” realizado entre 1999 y 2002 por las universidades de Pensilvania, Montreal y el Centro de Investigación y Estudios Superiores de Antropología Social (CIESAS) se detalla que en Canadá son alrededor de 10 mil los infantes víctimas de la explotación sexual comercial; en México unos 20 mil y en Estados Unidos se cálcula que 250 mil son los niños en riesgo.
Pero la situación es todavía peor. La representante del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) en México, Yoriko Yusukawa señala que “en el país más de 2 millones de niños entre cinco y 14 años no asisten a la escuela, 3. 3 millones trabajan y 17.7 por ciento de la población infantil de zonas urbanas padece de problemas de desnutrición, porcentaje que se triplica en áreas rurales y se cuatriplica en regiones indígenas”. Todo ocurre en México.

Sólo uno. Niños en la calle
Marginación, miseria, abuso sexual, explotación, desintegración familiar, mortandad, maltrato, inequidad, entre otros son el modus vivendi de millones de niños y niñas en México.
Pero sobre toda esta gama de dificultades, la UNICEF reconoce que si bien ha disminuido la cantidad de menores en situación de calle, el problema mayor que se presenta es la cantidad de menores trabajadores dentro y fuera de sus casas.
El pasado mes de septiembre, Organismos No Gubernamentales (ONGs) reclamaban que en México existe un millón 797 mil 300 niños trabajadores, cuyos derechos y situación no merecieron ninguna mención en el Tercer Informe del presidente Vicente Fox.
Esta realidad en la que viven los infantes connacionales no es nueva: en 1999, en su sesión 66, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas declaró que “deplora la situación que enfrentan los niños y niñas de la calle en México”.
Alicia Vargas, del Centro Interdisciplinario para el Desarrollo Social (CIDES) proporciona datos más precisos: “del total de niños trabajadores, 48 por ciento se encuentran entre 15 y 17 años; 14 por ciento entre 12 y 14 años y el restante 38 por ciento entre los 6 y 11 años”.
El Movimiento de Apoyo a Niños Trabajadores y de la Calle (MATRACA), de la cuidad de Xalapa, hace dos clasificaciones que resultan necesarias en relación con el tema: “Niño de la calle. Completamente abandonado, vive en la calle, no tiene relación con la familia, usa algún tipo de droga, no trabaja. Niño en la calle. Niño trabajador, anda en la calle cuando trabaja, vive con su familia continua o discontinuamente, no usa drogas. El trabajo es su actividad principal”.
La vida de estos seres olvidados –reporta la Asociación civil virtual “Comunicación e Información de la Mujer”- discurre entre la supervivencia de un mundo hostil, la violencia y las drogas (…) para sobrevivir, esa niñez desprotegida practica el comercio ambulante, limpia los cristales de los coches en los semáforos, son boleros, recoge cartones o latas de refresco para vender o, en el peor de los casos, se prostituye”.
Los niños trabajadores –niños en la calle en la lógica del movimiento MATRACA- son la cara sin rostro, menores explotados en zonas urbanas donde la marginación está a la orden del día. Y tal es el abandono, que ni si quiera ha habido consenso sobre el trabajo infantil. Pues mientras un grupo consideran que el trabajo infantil debe ser abolido de manera inmediata mediante políticas públicas, un grupo más defiende el derecho que tienen los niños y niñas de trabajar. Se parte que el trabajo es un derecho humano, por lo que no deben ser excluidos los niños del mismo, se le otorga al trabajo un carácter formativo y socializador. Y el tercer grupo en discordia estima que el trabajo infantil debe ser erradicado mediante un proceso que involucre a todos los actores sociales: los niños, las niñas y sus familias, organizaciones sociales, académicos, empresarios y gobierno. Estas concepciones entorno al trabajo infantil permiten identificar la magnitud del problema.

Derechos infantiles bajo la rueda
La posición jurídica y las políticas públicas en México con respecto a derechos de la infancia presentan fragmentaciones y retrocesos considerables. En el análisis de la visión asistencialista sobre los derechos de la infancia del Tercer Informe de gobierno del presidente Vicente Fox, Gerardo Sauri de la Red por los Derechos de la Infancia en México, señala: “En el discurso del presidente Fox y en el propio Programa Nacional de Acción 2002-2010 predomina la tendencia de sustentar las políticas públicas sobre la idea de protección de los niños y no de sus derechos, lo que contradice nuestro marco jurídico no sólo por el hecho de ser México un estado que ha ratificado la Convención de los Derechos de los Niños como ley suprema de la República, sino porque además los derechos de la infancia son reconocidos en el artículo 4° de nuestra Carta Magna y en la propia Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes aprobada en el 2000”.
En la práctica, de acuerdo con Gerardo Sauri, los gobiernos dan prioridad a los aspectos más básicos del desarrollo infantil en materia de salud y educación. Sin embargo, estas acciones más asistencialistas violan en cierto sentido los derechos de la infancia, ya que esta noción permite gestionar todo tipo de medidas para hacer efectivos todos los derechos reconocidos en la Convención de los Derechos de los Niños de 1989.
Por otra parte, la posición jurídica que ha tomado México con respecto al trabajo infantil ha sido más por miedo a las sanciones comerciales de los Estados Unidos y Canadá que por la aceptación del problema. y es hasta 1998 que el gobierno federal reconoce la existencia del trabajo infantil en un comunicado dado a conocer el 1° de mayo, con motivo de la llegada de la Marcha Global contra el Trabajo Infantil a la Ciudad de México. En una inserción en todos los diarios de circulación nacional declara que “…muchos niños realizan actividades sin reconocimiento social y medidas de higiene, enfrentando riesgos que impactan su salud, su educación, el ejercicio de sus derechos y, en ocasiones, su integridad física y emocional” (Uno más Uno. “El gobierno de México ante el Trabajo Infantil”, Mayo 2 de 1998).
Las políticas públicas se muestran renuentes a aceptar los acuerdos internacionales sobre los derechos infantiles, de tal manera que niñas y niños puedan disfrutarlos y ejercerlos. Los derechos de los niños y niñas sufren graves y constantes violaciones porque la Carta Magna, en el artículo 4°, establece que “los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”. Y el presidente Vicente Fox afirma que vivimos en un país maravilloso.

La televisión. De chica no tiene nada...

La televisión. De chica no tiene nada...

* Texto Publicado en la revista educativa Sin recreo... por la cultura del maestro N° 6

Juan de Dios Pérez Alfaro

Existe un triángulo, no precisamente amoroso, entre televisión, familia y escuela. El debate sobre la influencia de la televisión y el efecto de su contenido está hoy en la mesa de las discusiones. Se acusa a la televisión de someter a sus espectadores, en su mayoría niños, al bombardeo de imágenes que promueven el consumismo, el sexismo, la degradación de valores, hechos violentos, entre otras atenuantes. “Los mexicanos somos testigos de una televisión comercial que programa diariamente, sin el menor respeto a la inteligencia de los televidentes y muchas veces contra la formación valoral que la escuela enseña y que los niños aprenden, una avalancha de mensajes éticos y morales que niegan y contradicen el aprender a convivir que persigue la educación pública en México”, señala sentenciosamente el Observatorio Ciudadano de la Educación en su “Comunicado 109” del 18 de octubre de 2003 en La Jornada.
Se atestigua que la “pantalla chica” está ganando cada vez más espacio frente a la familia y la escuela como instituciones formadoras y socializadoras. Se quiera o no, dicta pautas y modelos de roles sociales. Los contenidos televisivos se están ocupando de un rol formativo que anteriormente tenía la familia, al explicar a los niños asuntos de sexualidad, la vida, la muerte, la justicia o la verdad.
En expresión monsiváisiana, si la televisión es la última pedagogía de la sociedad, el determinismo es la ideología que la explica. Determinismo que devasta la diversidad, homogeniza, excluye y pone en desventaja.
Pero hay acusaciones todavía más severas. Noam Chosmsky, por ejemplo, en un sentido orweliano, considera a la televisión como el aparato desde cuya praxis se manipula el pensamiento, por medio de un uso de lo que él llama doble lenguaje. Giovanni Sartori, detractor y profeta de nuestro tiempo, en su reciente libro Homo Videns. La sociedad teledirigida, habla del aprendizaje no por abstracciones, conseguido por la cultura literaria, sino del aprendizaje por imágenes, beneficio del video. Según Sartori, “el video está trasformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en un homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen”.
Bajo la misma posición Chomskyana, el escritor Uruguayo, Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés señala que “…el mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera”.
Y en este mar de críticas, la televisión sigue imparable, se reafirma como industria del entretenimiento. Sus dueños atestiguan que su propósito es entretener y no educar. Cualesquiera que sean las posturas, es una realidad evidente que la televisión es la gran narradora de historias tanto reales como ficticias. Para Pablo Latapí Sarre: “El lenguaje de la televisión es complejo, se rige por la lógica del relato, no la del discurso racional; privilegia la yuxtaposición de imágenes sobre la linearidad, recorreré connotaciones eficientistas y contrastadas. (...) este lenguaje se enfoca al ámbito emocional, eclipsa la argumentación racional y suspende, por lo menos momentáneamente, la capacidad analítica de las audiencias sumergiéndola en el ámbito de la emotividad”.
Entonces, los infantes, que pasan alrededor de cuatro horas diarias frente a la llamada “Caja Mágica” son educados en la complacencia. La televisión provoca en ellos meras reacciones psicológicas: temor, rechazo, alegrías, angustias, entre otras, pero nunca una verdadera decodificación de los mensajes. Por ello, Giovanni Sartori, asienta que “...en la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen. Y como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico”. La naturaleza misma de la comunicación está siendo trasgredida. Se está suplantando la letra y modificando los paradigmas cognoscitivos, por meras construcciones en el plano de lo sensorial. En este sentido, la tele -como coloquialmente le nombramos- es verdaderamente un medio frío, como sostuvo Marshall McLuhan, pero para nada una simple prolongación de nuestra vista.
La escuela no puede ignorar su impacto. El educador necesita alfabetizarse en el lenguaje televisivo para capitalizar su impacto. Pensemos que el tipo de influencia que ejerce depende del receptor y su visión: la enriquece, la enajena o la cierra.
“El chico pasa más horas frente al televisor que en la escuela. Pero además, son horas más intensas las que provee la TV. El hiperrealismo televisivo permite situaciones que la experiencia no-virtual no puede reproducir. Paneos, encuadres múltiples, lentes diversas, secuencias interrumpidas, hacen de la visualidad un campo de atracción que, las más de las veces, encuentra como su opuesto en la escuela sólo al pizarrón y la tiza”, enjuicia Roberto A. Follari en “¿Leer en tiempos de vétigo?” publicado en el número uno de Sin recreo.
Pablo Latapí Sarre, en el marco de la Feria Internacional del Libro Universitario 2003 de la Universidad Veracruzana, habló de reconstruir, discernir, desmantelar ante los alumnos lo que es la televisión, su juego, las manipulaciones. Desmantelar para comprenderla, descifrar sus lenguajes y gramáticas. Propuso cuatro estrategias:

1. Hacer que los alumnos jueguen al televidente ciego, sólo se oye el audio; o al televidente sordo, sólo se ve la imagen, para comprender lo complejo del lenguaje de la televisión y así descubrir las mediaciones sensoriales a que recurre. Es una manera de deconstruirla, de llegar a sus entrañas, de comprenderla, de ponerse por arriba de ella en la medida de lo posible.

2. Jugar al camarógrafo con una hoja de papel enrollado para comprender cómo la televisión no está reflejando la realidad como es sino que la acomoda al efecto que busca.

3. Clasificar los programas y canales (estrategia más analítica y crítica). Analizar por qué se tienen determinadas preferencias.

4. Comprender el juego mercadológico de la televisión guiada por la racionalidad del raiting para elevar sus ganancias. Lograr que los alumnos vean críticamente ese juego.

De lo que se trata es de promover en los alumnos una cultura comunicacional y mediática de la televisión para aprovecharla. “Hay que incluir en la escuela lo que está cotidianamente en la TV: publicidades, noticieros, programas políticos, incluso los grotescos reality-shows y talk-shows, ¿para qué? para enseñar a decodificarlos” dice Follari.
Recordemos que de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) 15 millones de niños están inscritos en Educación Primaria Anualmente salen unos 250 mil y reprueban alrededor de 90 mil. En Secundaria, de una matrícula de cinco millones y medio de alumnos deserta casi medio millón y reprueba más de un millón de adolescentes. Esto significa que cada año el nivel básico pierde 2 millones 659 mil alumnos. Las razones son multifactoriales, pero gran cantidad deserta o reprueba por padecer transtorno por déficit de atención e hiperactividad, ¿provocado por tantas horas frente al televisor? No se puede asegurar. Pero si la televisión esta influyendo, Carlos Monsiváis en su peculiar sentido irónico, nos habla del único poder para oponerse: el poder apagarla