Blogia

anacecilia

Enigmas...

Enigmas...

Sintió el peso de la gravedad, al encontrar ese equilibrio que distaba con su sombra...

Ana Cecilia. ©

Competencia.

Competencia.

Sus miradas se cruzaron en el ágape donde ambos habían asistido para verla. Aquel pensamiento femenino los unificaba en la inmensidad del salón; sin embargo, en contraposición a lo que pensaban, ella nunca le perteneció a ninguno.

Ana Cecilia. ©

Nocturno

Nocturno

Aquel sueño recurrente no dejaba de acosarlo por las noches. Sumido bajo un grito, volvía a escuchar aquella misma voz que lo llamaba por su nombre. Cuando al fin pudo responderle, ya estaba muerto.

Ana Cecilia. ©

Identikit.

Identikit.

Cuando creyó que había muerto, su sombra se le apareció. Entonces supo quien era su asesina...

Ana Cecilia. ©

Sino

Sino

Caminó unos pasos más allá, donde el límite con la realidad marcaba otro designio inigualable: su propia muerte.

Ana Cecilia. ©

Desde la estación

Desde la estación

Se detuvo frente a la estación anclado en un ayer de sirenas y partidas, mientras el vapor se alejaba entre la niebla. Luego, sólo esperó el siguiente tren para hundirse en otro viaje imaginario...

Ana Cecilia. ©

“Era la alegre hora

“Era la alegre hora

“Era la alegre hora del asalto y el beso.
`La hora del estupor que ardía como un faro...´ (P. Neruda)

Su silueta se asomaba como una isla de espumas a la deriva cuando llegamos al lugar. La policía se dispersó entre los matorrales buscando huellas; yo sólo me quedé observando como el río la arrastraba hacia la costa. Me interné por esos inciertos pastizales, mientras el miedo a la verdad ascendía por mi piel hasta cerrarse en la garganta. Primero apareció su brazo blanco que apenas flotaba entre los camalotes y las ramas; luego, jirones de aquel vestido rojo aleteaban sobre su torso semidesnudo. Un sabor gris se detuvo dentro de mí unos instantes ante aquella indescifrable realidad mortuoria. Cuando los gendarmes la voltearon, dos globos oculares punzantes y estáticos se insertaron dentro de mis ojos hasta convertirme en una marioneta sin respiro. Volví a mirar esa agónica mueca de estupor en sus facciones ya deshechas como un zombi. Entonces sólo pude acariciarla, tarareando aquella melodía que nos cantaban de niños...

Ana Cecilia. ©

DESTINOS

DESTINOS

En el fondo, los restos de café daban un aspecto sucio y borroso al pocillo. Él movió la taza de un lado al otro tratando de descifrar aquellas figuras oscuras de su sino, antes de volver a traspasar el umbral de otra frontera desolada...

Ana Cecilia. ©

Persecución

Persecución

Cerró la puerta, agitada, con el cabello revuelto y el rostro sudoroso. Detrás, su fantasma aún la seguía aguardando...

Ana Cecilia. ©

Jaque mate.

Jaque mate.

Jaque mate.

Movió una de las piezas, mientras exhalaba largas hebras de humo, sonriendo con astucia. Su contrincante seguía relajado, con la mirada puesta sobre el tablero de negros y marfiles; hasta que estratégicamente dio un siguiente paso sin emitir gesto alguno, acorralándolo. Este sólo atinó a pitar nuevamente su habano, ensimismado en ese arte de complejas piezas mudas. Jugó con sus dedos sobre el perfil del cenicero, inclinándolo de un lado al otro, preocupado y sin resoluciones. Las horas continuaban atrapando sus mentes en un vertiginoso remolino de emociones, donde uno sólo saldría con vida. Pidió un vaso de licor para saciar lo reseco de esos labios. La partida comenzaba a ser del contrincante, quien aguardaba con cautela su triunfo. Un hilo frío le recorrió las vértebras al imaginar tal desenlace, mientras jugaba con sus manos temblorosas. Delante, el adversario esbozaba jaque mate; mientras un estruendo de bala coincidía con ese mismo cuerpo cayendo inerte...

Ana Cecilia. ©

Realidades y sueños...

Realidades y sueños...

Realidades y sueños...

Había soñado recurrentemente con esa imagen que tanto le agobiaba oscilando ante los ojos. Bajo sus pies descalzos, frías baldosas recorrían la extensión de su sangre para congelarla entera, cuando el miedo era un partícipe cotidiano deliberando ese destino. Una y otra noche retornaba a ella el mismo vuelo que desafiaba su cordura. Hasta que al despertar de ese eterno retorno, sólo los hilos rugosos de aquella delgada cuerda continuaban sosteniendo la cabeza estrangulada de su muñeca muerta...

Ana Cecilia. ©

Para quien amo...

Para quien amo...

Para quien amo...

Miro aquellas luces amarillas que se pierden en la lejanía; allí te encuentras, bajo indefinidas flamas que se opacan con el viento... Y es tu alma la que ondula el confín de mis pupilas como una fogata de placeres que no dejan de pertenecerme. Entonces vuelvo a percibir ese cosquilleo de eternidad en mis entrañas; la agridulce sensación de tener y no lo que más amo. Tiemblo; sufro; deseo; anhelo, me sacrifico; gozo; estoy en cada uno de tus movimientos; mientras mis pechos se hunden en la tibieza de esos labios cercanos y ajenos...
El tiempo moldea arcillas y pieles entre tus manos; donde los instantes se detienen bajo un mundo pasajero...

Ana Cecilia. ©