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Derrota balance o agotamiento del movimiento asambleario

Derrota balance o agotamiento del movimiento asambleario

Andrés Pezzola

I

Mayo del 2003: en las filas militantes y académicas surgió la necesidad de dar una explicación de lo sucedido con la experiencia política inaugurada el 19 y 20. Una de las preguntas centrales fue ¿Qué quedo del que se vayan todos? A partir de esta pregunta se organizaron una serie de argumentos escritos y dichos. Se hizo un balance aparentemente polifónico sobre el que se vayan todos. Distintas voces hablaron y por momentos tenían aires de polémica. Este balance coincide con la asunción del Dr. K. La coincidencia entre la vida del Estado, (sus mecanismos de reproducción electoral e institucional), y la culminación de una subjetivación política, (como fueron las Asambleas), se instala a partir de mayo de 2003 en el imaginario instituido de los ex militantes de esa experiencia. A partir de entonces dejamos de pensar asambleariamente.
El intento del presente escrito no es participar en aquel debate, tampoco reactivarlo. El objetivo es mostrar la naturaleza común de las diferentes posiciones, su matriz común.

¿Qué es el pensamiento asambleario?
Primero lo relativo al pensamiento: Saber, opinión y pensamiento, son lo tres registros con que la subjetividad contemporánea recibe los distintos términos que se van presentando en nuestra situación. En el número anterior de la revista hice el bosquejo de los cinco discursos que operaban en ella. Ahora veamos estos discursos en relación a las tres operaciones subjetivas .
El saber es propio de los discursos académico, jurídico legal y militante. El régimen de la opinión es propio del de los medios masivos. Y el del pensamiento lo es para la subjetivación. Podemos suponer un movimiento pensante en la base de toda construcción de saber, es decir toda fundación de un saber es considerada un proceso de subjetivación. El problema de los discursos organizados en torno de este régimen, es que pronto olvidan aquel gesto pensante, para poder perpetuar la glosa, la enciclopedia. En cambio en el régimen de la opinión no se piensa, de ninguna manera.

Lo que el pensamiento piensa es lo que en una situación no se puede saber. Kant afirmaba que no podemos saber sobre Dios, el Mundo o la Libertad, pero nada impedía que los podamos pensar. En este sentido el pensamiento es posible donde el saber se vuelve imposible. Hago aquí la advertencia sobre la diferencia entre no saber e ignorancia. En la ignorancia no hay pensamiento posible, es errónea.
El pensamiento no es una actividad psíquica del sujeto, o mejor dicho, puede no serlo. Diego Maradona es el mejor pensador cuando se trata de pensar fútbol; cierto líder de una reconocida banda de rock nacional decía que el rock and roll es un pensamiento rebelde que se baila. Respecto del origen del pensamiento, cito las palabras de uno de los más brillantes pensadores de nuestro tiempo, Ignacio Lewkowicz: el movimiento de pensamiento no comienza, sino que continúa, lo encontramos empezando, nos subimos, nos moldeamos; y el pensamiento continúa. La subjetivación es ese pensamiento de continuación del pensamiento .
El pensamiento trabaja allí donde los otros discursos no pueden saber. Alguna corriente intelectual, en un grado sumo de lucidez, ha podido percatarse de la incapacidad de los discursos militante y académico por saber y/o dirigir lo que sucedía a nivel del movimiento. Han visto el agujero, el punto de vacío, lo no-sabido en las operaciones clásicas de la subjetividad académica y de la militancia dogmática y verticalista. Pero no han cruzado ese umbral. Declarar el punto de indeterminación requiere de extremada pericia. Pero el pensamiento es otra cosa, puesto que no señala las indeterminaciones sino que acciona dentro de los puntos indeterminados de los otros discursos. El noventismo continúa la acción de indeterminación pero el pensamiento elabora determinaciones radicalmente novedosas.

Luego de esta somera aproximación sobre el pensamiento, veamos lo relativo a lo asambleario:
La palabra Asamblea llegó a mi alcance, calculo, por primera vez en la escuela primaria. Fue por la Asamblea Constituyente del año XIII, hecho fundamental en la historia política de nuestra nación. Más tarde, fuera de la escuela, aparecen otras Asambleas: legislativa, constituyente, de consorcio, etc... Cuando fui estudiante universitario tome conocimiento sobre Asambleas pero este era puramente teórico. Aparecieron, la asamblea griega y la asamblea de soldados y trabajadores: los soviets. Pero la que me implicó como militante por primera vez fue La Asamblea de estudiantes, en el ámbito universitario, y la de delegados en el gremial. Voy a confesar que las dos con el tiempo dejaron de interesarme, lo que me provocó cierto escepticismo.
Este escepticismo se quebró el 19 y 20, con el proceso asambleario. Cuando llegó esta fecha hacía mucho que no participaba de una Asamblea; la última en la universidad había sido en mayo del 99, y en lo gremial en el 2000. La Asamblea del proceso asambleario no era la misma Asamblea que había conocido en el consorcio, en la universidad, en el sindicato o en la vida institucional del país. En algún aspecto sí eran iguales. Esta identidad entre las Asambleas del proceso inaugurado el 19 de diciembre del 2001 y las otras anteriores, se la atribuyo a su forma técnica. Advertido de esta identidad técnica entre Asambleas subjetivamente distintas, formulé los dos aspectos fundamentales del Movimiento Asambleario. Primero: sus Asambleas responden a la forma técnica establecida: una ronda de personas, discutiendo, ordenando los turnos de disertación por una lista de oradores, votando o consensuando resoluciones, etc... Segundo: es una experiencia singular, subjetivante.

En lo que respecta a las Asambleas inauguradas en diciembre de 2001, singulares al resto, coincido con los compañeros de Grado Cero cuando plantean: 1- que hay cosas que se piensan a partir de que existen las asambleas, que no se pensaban antes; 2- que hay cosas que se piensan en las asambleas que no son pensadas afuera .

II

Volvamos a los balances y su seudopolémica. En mayo del 03 se hicieron una serie de diagnósticos sobre el movimiento asambleario, se dijo derrota, victoria, fracaso o éxito. Se discutió sobre ello, sin abandonar nunca la polémica tibia, superficial, que se apoyó sobre una misma matriz interpretativa. Puedo afirmar que la polémica que tuvo lugar en mayo del 03 es superficial. En el fondo de las supuestas lecturas opuestas prima una misma matriz, veamos cómo opera.
Primer momento: 19 y 20 de diciembre de 2001. Los saqueos, el cacerolazo y los enfrentamientos con la policía inauguran una brecha en la hegemonía del poder. En las jornadas subsiguientes se configura el movimiento cacerolero. Este último quedará definido como movimiento social emergente. En este punto coinciden la mayoría de los balances de mayo del 03.
En un segundo momento, debe existir una tensión producto del quiebre de la hegemonía en el todo original. El agente de este quiebre será llamado –según la teoría a la que adscriba– pueblo, gente, multitud, clase.
Según la corriente militante que haga el balance, la experiencia del movimiento asambleario será entendida como intentos de producción de espacios autónomos respecto del poder hegemónico que gobierna el todo; o como episodios en la eterna lucha de clases.
Finalmente, la matriz contempla un tercer momento lógico que es el desenlace del conflicto. Ambas corrientes militantes coinciden en contemplar las elecciones presidenciales del 2003 como desenlace de un conflicto social prolongado. Las elecciones presidenciales serían entonces el gran desafío, entre el movimiento social y los grupos económicos y del Estado. Esta situación se resolvería con la derrota o la victoria del movimiento.
Sin importar el lugar que uno ocupaba en el seudo debate, todos coincidíamos en que si las elecciones se llevaban a cabo como si nada hubiera pasado, habría una recaída mortal del movimiento social. Pero, si se lograba mostrar la fantochada que significaba este acto electoral, las brechas abiertas en el diciembre memorable no podrían ya cerrarse.

Dentro de la corriente militante en la que me inscribía se planeó el voto bronca como intervención. Confieso que entonces me pareció una buena idea, por dos motivos: porque había funcionado en el 2001 (con un 40% de abstención del voto) y porque la propuesta funcionaba prometedoramente para una coordinación programática del movimiento. Entonces, por un lado, si el voto bronca había funcionado en el 2001, ¿por qué no iba a funcionar en el 2003?; por el otro, una campaña de desobediencia civil podría ser el punto de partida de un programa para las luchas sociales.
¿Qué pasó? Todos lo sabemos. No sólo no hubo voto bronca, sino que Menem asustó al progresismo, el ballotage nos capturó por la multimedia y, por último, un tipo sin perspectivas gana las elecciones, da un discurso en el que habla de capitalismo nacional y de patria grande, trae a Fidel Castro a su asunción, echa a la Corte Suprema, sube su imagen al 80%. El voto bronca ha sido ignorado por la sociedad, el pueblo, la multitud o la gente. ¿Qué va a hacer el movimiento social en esta reconfiguración? ¿Qué quedó del que se vayan todos?

III

Como dijimos, para esta matriz la experiencia de las Asambleas está organizada en tres pasos necesarios: a) todo originario, cerrado y opresor; b) resquebrajamiento del todo original y emergencia del actor político en cuestión; c) desenlace de las tensiones entre el todo y el actor político.
El modo en que este desenlace se lleve a cabo será distinto según la vertiente militante que sea. Desde el pensamiento asambleario reconozco al menos dos. Para entender cuáles son estas dos vertientes traigo una vieja consigna que tuvo mucho auge en el movimiento estudiantil de 1999: nuevas formas de hacer política. Esta consigna se puede leer de dos formas, de allí las dos corrientes militantes. La primera dice nuevas formas de hacer la misma política, es decir nuevos partidos políticos. La otra dice nuevas formas de hacer una nueva política, es decir, abandonamos la organización verticalista y jerárquica del partido y construimos nuevas organizaciones horizontales y democráticas. De allí los dos tipos de militancia, la verticalista y la horizontalista.
Según la corriente militante verticalista, la experiencia singular es leída sobre un fondo de conflicto entre clases. Según la corriente horizontalista, la experiencia singular es leída sobre un fondo de autonomización, es decir, como parte que se autonomiza del todo. Estas dos corrientes no permanecen ciegas a la experiencia de subjetivación sin embargo, el modo en que la advierten es en exterioridad respecto del dispositivo práctico asamblea-barrio-vecinos. Desde esta exterioridad, el proceso de subjetivación es llamado autonomía o lucha de clases. El interlocutor de la experiencia política siempre resulta ser el Estado, como enemigo o como todo a partir del cual nos autonomizamos.
Desde la posición exterior, la relación entre política y Estado es invariante, preexiste a la emergencia del proceso asambleario y subsiste a pesar de él. Por ello, en los balances hechos desde esa posición se confunden dos procesos distintos y separados: el proceso de subjetivación política y el período de crisis institucional. Desde la exterioridad, la finalización de la crisis institucional, la celebración de las elecciones presidenciales, se confunde con el agotamiento del movimiento social, que es la caída en desuso de la forma técnica de la Asamblea por parte del pensamiento asambleario.

Ambos balances militantes insisten en la exterioridad del proceso de subjetivación asamblea-barrio-vecino. Debo hacer una advertencia con respecto al nombre de este discurso. Al igual que otros enunciados utilizados en el texto, por ejemplo lo público, militante es el nombre con que el vecino asambleario llama a uno de los discursos exteriores a la práctica que anuda el barrio, la vecindad y la asamblea. Sabemos que el soporte subjetivo de toda política es la militancia. Intuimos que puede existir una militancia más allá de sus formas verticalistas y horizontalistas. El vecino es un militante del pensamiento asambleario. Pero para ordenar la cuestión, militante es el nombre no del sujeto de la construcción de la verdad política, sino una identidad definida, fija, estática, que no se transforma, como lo hace el vecino asambleario. El militante tiene, en este texto, tiene una rutina de militancia, una serie de rituales inamovibles. Este militante puede existir más allá del pensamiento asambleario, no necesita el proceso político que a nosotros nos interesa, porque no necesita ninguna política. Sólo necesita un grupo de pertenencia desde donde organizar los rasgos de su identidad imaginaria. Hecha la advertencia, digamos que existe en nuestro texto una acepción del militante, que es la de tipo estática, sin verdad ni subjetivación. Existe otra acepción del militante, que no desarrollaré aquí pero que debemos retomar en otro momento, para salvar este entredicho.

IV

Para pensar al militante en su acepción negativa traigo una serie de experiencias en una coordinadora de Asambleas. Dentro del espacio político existen dos subgrupos. El primero ve en la coordinadora, un sitio para el intercambio de experiencias (horizontalistas), y el segundo la ve como un lugar donde es posible coordinar los distintos ámbitos (verticalistas).
¿Qué piensan los sujetos del subconjunto que quiere coordinar (tachados de verticalistas)?. Por un lado, se denominan autonomistas, porque apuestan a una organización tomando distancia de la estructura de Partido. En la acción se traduce como un espacio que intenta construir un campo de representación política, con mandato y delegados.
El otro subconjunto, el de los autonomistas horizontalistas, no acuerda con ningún mecanismo de delegación de la potestad asamblearia, al punto que un asambleista se representa sólo a sí mismo.
Entre estas posiciones hay una contradicción irresoluble. El pensamiento no avanza si ambos sub conjuntos persisten en su identidad especular. Esta especularidad es un obstáculo..
El espacio se satura de la discusión horizontalismo vs. verticalismo. Es preciso desmontar la máquina que interpreta todo en clave internista. Hay una discusión real que excede al internismo especular. No sabría ahora decir cuál es, pero estoy seguro de ello.

V

Creo que el movimiento social hoy está agotado, lo que no quiere decir que haya fracasado o haya sido derrotado. Estas lecturas tensan el proceso asambleario, desde su emergencia hasta su impasse, dentro de un sistema de fuerzas, la política y el Estado. La relación entre política y Estado se hace invariante. Se lee una ofensiva estatal en el final del período de transición y el reestablecimiento de la normalidad institucional; confundiendo dos procesos que van por carriles distintos.
Existe un modo de interpretar en continuidad con el pensamiento asambleario (y no respecto de las exigencias del saber militante o académico). Desde la continuidad, fidelidad –que llamaremos interioridad al pensamiento asambleario– la relación entre el proceso de subjetivación política y la vida institucional del Estado es de pura contingencia, no preexiste a las conexiones prácticas que puedan establecerse alguna vez. La conexión entre Estado y política puede no suceder. Y si sucede no será constante sino que ocupará unos recursos determinados en un tiempo limitado. La asamblea efectiva piensa al Estado sólo si este aparece como problema a ser pensado. Desde nuestro punto de vista, la relación entre la política y el Estado no es estructural. Si existiese el caso donde la asamblea piensa al Estado sin que allí suceda una conexión práctica que asegure la efectividad de lo pensado, entonces eso no será pensamiento –ni tampoco asambleario–, sino representación sin arraigo, importada desde un exterior subjetivo, discursos disponibles de la militancia y de la academia.
En continuidad con el pensamiento asambleario el período de transición institucional, que va desde la firma de renuncia de De La Rua hasta la asunción de Kirchner, sólo coincide exteriormente con la emergencia y el agotamiento del movimiento asambleario, pero no lo hace necesariamente. Esto quiere decir que, desde el pensamiento asambleario, no hay ninguna ofensiva institucional, estatal o de otro tipo contra el proceso asambleario (por lo tanto no habrá derrota o victoria). El impasse del proceso asambleario no es una derrota ante la ofensiva estatal, no es la operación del poder para suturar las fisuras abiertas en el todo. No hay un enemigo de clase librando la ofensiva final, ni un todo hegemónico absorbiendo los espacios autónomos; no en mayo del 03. En nuestro balance la pausa en el pensamiento es el agotamiento de una experiencia.

La experiencia de emergencia, transcurrir y culminación dice de una existencia que en su recorrido se relaciona con distintos procesos, con otras existencias. Cuando considero las distintas relaciones que la existencia asamblearia traba con otras prácticas, el Estado, como proceso práctico, no tiene ningún privilegio sobre otros procesos. Las dos corrientes militantes de la seudo polémica coinciden en tratar lo complejo de la experiencia como un solo proceso. en el cual lo político y lo estatal coinciden necesariamente. En fidelidad con el pensamiento asambleario observo que existieron, por lo menos, dos procesos: el proceso asambleario (20/12/01 – 26/05/03) y el período de transición institucional (21/12/01 – 25/05/03). Que se superpongan cronológicamente contribuye a que se produzcan las confusiones que marcamos al describir la matriz interpretativa y de la cual intentamos tomar distancia.
Debo hacer una experiencia para lo lectores con exigencias académicas. Cómo fijo las fechas del proceso asambleario, su emergencia, los distintos hitos y el agotamiento, carece absolutamente de rigor, no se ajusta a ningún procedimiento documental. Un proceso de esta naturaleza no puede ser fechado del mismo modo en que puede ser fijado el proceso institucional de un Estado Nación. Respecto del proceso de crisis y reestablecimiento de la normalidad institucional del país, sí poseemos mayor rigurosidad, puesto que las fechas que utilizamos para fijar dicho proceso no son fijadas por el balance subjetivo, sino que están determinadas por la realidad del discurso jurídico legal: renuncia de De la Rúa, y asunción de Kirchner; ambos hechos pueden ser corroborados por documentación de valor legal y positivo.

VI

El proceso de subjetivación política que significa el proceso asambleario ¿será significado como irrupción de una cualidad subjetiva singular o se disolverá en el período de crisis institucional que va de la renuncia de De la Rúa hasta la asunción del Dr. Kirchner? ¿quién hace el balance del movimiento asambleario? ¿Cuál es la diferencia entre pensamiento asambleario y movimiento asambleario? El proceso asambleario contempla una forma técnica (la asamblea y, a otra escala, el movimiento asambleario) y un aspecto subjetivo (el pensamiento asambleario). Nuestra apuesta es a reactivar el proceso más allá de la forma técnica de la asamblea. El movimiento está terminado, ¿quién va a pensar, entonces, la continuidad del proceso abierto el 19 y 20 de diciembre?; ¿qué hacer para que lo que pensemos tenga alguna relación de continuidad con la novedad que se inaugura el 19 y 20? Si bien no hemos resuelto este problema, al menos hemos logrado formularlo. Hemos formulado un problema, pero no un problema académico, jurídico, militante, o periodístico mediático, sino un problema subjetivo, nuestro, de los que fuimos parte del movimiento asambleario.
El problema es: ¿cómo hacer la experiencia del agotamiento del movimiento asambleario y de la forma técnica de la Asamblea, en continuidad con el gesto de pensamiento asambleario? La dificultad está en que a nosotros nos interesa continuar el proceso abierto el 19 y 20, y este objetivo lo lográbamos, hasta ahora, gracias a la Asamblea. Pero en algún momento las condiciones prácticas cambiaron y la Asamblea dejó de ser una forma organizacional viable para continuar con el proceso asambleario. Hoy el problema es cómo continuar el proceso asambleario, cómo seguir pensando asambleariamente, a pesar de la crisis del movimiento asambleario. Las significaciones utilizadas en él dependen de las prácticas que sostengan el lugar desde donde escribimos-leemos el presente.

Los sucesos del 19 y 20 fundan un espacio público tomando las calles. El movimiento cacerolero, que luego se definió más claramente como asambleario, sostuvo materialmente ese nuevo lugar. Este es un hecho de poder: determinar un espacio como público alterando el territorio estatalmente administrado y mercantilmente fraccionado. Sostener lo público abre situaciones de convivencia y trato entre vecinos que antes no tenían lugar. Público, en este texto, designa un espacio territorial donde se produce la subjetividad política, el vecino asambleario, como partícipe de la cosa pública. En lo público decidimos colectivamente nuestro destino como colectivo. Existe un sentido de la palabra público, relativo a la socialdemocracia y a la sociología política. Si leemos este enunciado, desde el discurso militante o desde la sociología política, el concepto de lo público será cargado de múltiples significaciones históricas que no pertenecen a la experiencia asamblearia que aquí nos convoca: civismo, la revolución francesa, la socialdemocracia, etc. El término público puede resultarnos irritante si insistimos en leerlo desde el arsenal teórico intelectual militante. Pero esta lectura no es hecha en comunidad con los sentidos practicados por el vecino asambleario. El sentido de la palabra público depende del sitio de prácticas que nos sostengan cuando hacemos la lectura. Ya vimos cuáles pueden ser algunos de los discursos disponibles. Como señalé, en este texto, no entiendo lo público como concepto cargado de significaciones dentro de los discursos militantes y académicos. Público es una palabra de uso inmediato para designar un espacio en el cual tomamos decisiones, donde pensamos asambleariamente Si se está dentro del proceso asambleario se lee público como espacio de decisión colectiva. Si se está en su exterior, la acepción del término será la que determina la bibliografía de la militancia y de la academia. Desde la figura del académico militante no se puede leer el sentido que tiene lo público para el interior del proceso asambleario, Aquel malinterpreta el sentido emergente confundiéndolo con significados de tipo civilista.

El gesto de pensamiento está en la fundación del espacio público, y para ello sirvió la forma técnica de la Asamblea. Público significó en el seno de la experiencia, espacio colectivo de decisión. Lo importante de este hecho está en la experiencia que hicimos de un nosotros que asume su capacidad de gestión de las prácticas que lo afectan en su existencia material. Pensamiento asambleario es aquel movimiento subjetivo que opera a través de la forma técnica de la Asamblea, a los fines de producirse y reproducirse reordenando las coordenadas de los centros de producción de realidad social. Operando sobre ellos, generando un descentramiento respecto del Estado y las instituciones que lo componen. Abriendo una pregunta ¿cómo es pensar más allá de la Asamblea?

Asambleas barriales y subjetividad política. Reunir las marcas de lo que nos marca

Asambleas barriales y subjetividad política. Reunir las marcas de lo que nos marca
Andrés Pezzola

Diciembre de 2003, a dos años del que se vayan todos publicaremos el libro Asamblea Barrial y subjetividad política. ¿Por qué un libro? ¿por qué luego de todo lo dicho y escrito seguir publicando?

El libro es un conjunto de textos. Algunos son balances, otros artículos, también hay cartas y muchas son simples anotaciones. Fueron hechos para una situación, y no para otra. Para entender qué estaba pasando. Para intervenir allí. Las notas fueron hechas dentro de los ámbitos asamblearios. No interesa si los trascendieron o no. El valor que ahora tienen es que son el registro precario de una experiencia subjetiva. Una experiencia que hoy intuyo agotada. En rigor, esta experiencia se está agotando desde el inicio. Desde que emergió de la contingencia se está apagando, está desapareciendo. En las Asambleas esto se veía patente; desde siempre se dice, “se nos va la gente”. La primera vez que lo escuché fue en febrero de 2002. La “gente se está yendo” permanentemente de la Asamblea, pero dejan cosas allí. Estos textos son una parte ínfima de las cosas que dejamos al irnos de la Asamblea. Son los despojos que nos quedan de haber ejercido alguna vez la subjetividad asamblearia y su discurso; para mí, subjetividad política. Los escritos fueron hechos en ese maremoto que se agota.

“¡Que se vayan todos!”, ¿nosotros también?

¿El que se vayan todos incluía al declarante? La subjetividad asamblearia se fue también. El vecino asambleario se fue y quedamos algunos militantes con nuestro juego implacable. Pero aquí no interesa tanto discutir para adentro de ese juego de militantes que perseveramos y hacemos caso omiso de la consigna oscura. No importa tanto el modo resuelto de la militancia persistente para responder por la consigna y al mismo tiempo quedar crónicamente ciegos a ella. Importa ver que hay rastros de una subjetividad singular e irreductible. Accesible sólo por medio de fragmentos, rituales, notas, recuerdos, que sirven para pensar la política. Hoy somos otros respecto de esa subjetividad, pero podemos pensar nuestra situación contemporánea a partir de esa existencia efímera. No me interesa para nada la Asamblea, sino sólo ver qué condiciones habilitó para que haya política. Esta idea de política merece ser precisada. Soy consciente de que armar una serie de registros precarios sobre una subjetividad desaparecida –serie que lleva el nombre de libro–, no produce la teoría o el sistema de conceptos que resuelva nuestros problemas políticos (tal cual como circulan en el murmullo social). Es cierto que la precariedad de esta serie no permite declarar al sujeto político anhelado (que no comprendo aún si es dado o construido). Pero por ello no voy a tachar eso que está hecho, que está dicho, y escrito por unas prácticas específicamente asamblearias, por más mínimas que sean. Las prácticas testimonian su existir mediante las trazas que dejan. Estas marcas singulares deben ser nombradas aunque no sean más que un conjunto desordenado e incoherente. No es conflicto de clases, ni la resistencia popular, ni el deseo de la multitud, sino una serie de rasgos reunidos por alguien para poder nombrar una dispersión, es decir ponerle un límite a la potencia y producir poder.

¿Quién es este alguien?, ¿quiénes somos nosotros?

Este alguien que reúne es siempre un nosotros. No importa tanto quien firma las notas. La marca asamblearia es la verdadera firma del nosotros que reúne las marcas. Afirma, sobre la masa discursiva, aquel rasgo precario que es irreductible a los discursos militantes y académicos. Afirmando, intenta mostrar una discursividad heterogénea. Esta discursividad está asegurada por un conjunto de prácticas. Una coordinación de prácticas de “entre vecinos”, de barrio y de Asamblea. No son las prácticas vecinales, barriales o de asambleas las que por separado producen esta discursividad que buscamos afirmar, sino el nudo entre ellas. Es el conjunto vecino-barrio-asamblea (V-B-A) el que produce el sujeto de la enunciación. Primero es vecino del barrio que va a la asamblea y luego aparece ante los otros como militante, como intelectual, o como quieran combinar todas las formas que se les ocurran: el que fue a una Asamblea habrá sabido ver la cantidad de personas tan diferentes unas de las otras. Diferencias posibles sobre un fondo homogéneo, una condición de igualdad anterior a esas diferencias de estilo.
Los distintos textos fueron hechos por un vecino, del barrio, para un determinado ámbito de la Asamblea.

Nosotros es el nudo vecino-barrio-asamblea

Quiero mostrar un discurso propio de la asamblea, inherente a la experiencia asamblearia. Mostrar el pequeño núcleo de prácticas (V-B-A) con capacidad para producir rasgos subjetivos singulares que no es posible reducir a lo ya dado. ¿Qué es lo subjetivamente ya dado? ¿Cuáles son los otros discursos lógicamente anteriores a esta singularidad que afirmamos en las notas?
1) El discurso jurídico-legal, que instituye un tipo de subjetividad específica: la ciudadanía.
2) El discurso de la militancia social o activista social, que por gracia de su aparato teórico identifica un conflicto de base económica, dentro del todo social, que lo jurídico legal pretende homogéneo. La subjetividad que produce la llamamos militancia o activista.
3) El discurso académico. Este campo no es autónomo respecto de los dos anteriores. En él se repiten las alianzas y enfrentamientos producidos entre lo jurídico-legal y el conflicto de clases. Aquí se produce la intelectualidad crítica, pero también la acrítica.
4) Por último –la lista no es ni rigurosa ni cerrada– el discurso de los medios masivos de información. Éste produce al espectador. Sólo basta saber del espectador que es sumamente pasivo y opera desde la opinión.

A lo largo del libro, los textos se articulan con las cuatro discursividades.

Jurídico legal,

¿Qué es la conexión estatal? Es una conexión práctica, efecto de una operación del dispositivo asamblea-barrio-vecino (A-B-V). Se produce cuando la asamblea se topa con algún término estatal pero lo hace a nivel del barrio. Esta conexión no recubre un carácter especial. El dispositivo A-B-V funda un barrio público en su relevo. En este mapeo del nuevo barrio aparecen una serie de entidades institucionales: hospital, escuela, fábrica, fábrica tomada, universidad, plaza, cooperativa, mercado, hipermercado, empresa pública privatizada, iglesia, etc. Y cuando el estado aparece en este mapeo, aparece para ser tratado en la misma línea que el resto de las entidades, es decir para tratarlas desde el lazo que funda la asamblea, el lazo vecinal. Se me puede objetar que todas las entidades anteriores son el estado, de una u otra forma. Pero no dije que la asamblea hacía un relevo del Estado dentro del barrio, sino que hacía un relevo del barrio y en él, dentro de él, aparece un término que podemos llamar estado. El relevo no es un diagnóstico del aparato de opresión estatal sino un listado de los recursos con los que puede contar la estrategia de la asamblea.

militante,

Balance ante una inminente deserción asamblearia de la Asamblea: Tengo muchas opciones de participación: el gremio, agrupaciones universitarias, de desocupados, en partidos políticos, en derechos humanos y ahora le sumamos la Asamblea Barrial. También hay opciones de participación menos comprometida: campaña de solidaridad con Santa Fé, las ONGs, las parroquias, sociedades de fomentos, comedores, CGP, etc...
Cuando fue febrero de 2002 hacía mucho que no militaba ni en el campo gremial, ni en el universitario, ni en el campo social. La asamblea se me apareció en el camino, la asamblea me chocó, se metió en mi vida. No es que venía militando y apareció el frente barrial, en el cual es más probable llevar adelante el objetivo militante. La asamblea logró entonces capturarme y suspender lo urgente por una posibilidad concreta de cambiar algo. Las cosas se dieron de tal modo que hoy no veo que la Asamblea pueda cambiar algo. Así nuevamente en mi vida lo banal es lo urgente (esto es lo que había logrado cortar la práctica de asamblea).
Muchas veces pienso en la asamblea, mi procedencia militante no soporta no participar. Pero no quiero ir a la asamblea sólo para colmar una demanda que dice ¡participá! La asamblea no fue una cuestión de conciencia o de voluntad. La asamblea me permitió pensar cosas nuevas, conocer gente nueva, hacer compañeros, conseguir algún trabajo, alguna changa, permitió conocer al vecino (que era un NN hasta entonces); me permitió insertarme en un barrio cuando me mudé y me permitió conocerlo cuando viví en él. No fue un artificio militante o un grado más elevado de compromiso social.
Hoy creo que se podría volver a la asamblea de cuatro formas posibles: como militante de izquierda (que no soy hace mucho), como feriante (que no soy y no fui), como quien participa de ella sólo porque es una posibilidad de hacerlo; y por último, si se conecta en algún punto con lo que soy, con lo que hago, con el lugar donde vivo.
La asamblea me convocó no por las restricciones que impone el discurso militante sino porque permitía sumar a lo que ya había, enriquecer la vida (tanto material como espiritualmente).

del espectador,

La primera situación que me hizo preguntar por la posibilidad de desaparecer del movimiento asambleario fue durante una mañana, en el laburo. Recuerdo que fue antes de las elecciones presidenciales. Un compañero vino y me hizo el planteo (no sé cómo llegamos hasta allí) de que las Asambleas se habían terminado. En ese momento reaccioné preguntándole por qué creía eso. Entonces me dijo que las Asambleas habían desaparecido del debate público, que habían dejado de resonar mediáticamente. Para mi compañero de laburo las Asambleas no se terminan si siguen apareciendo en el discurso de los medios masivos de comunicación.
Desde el exterior del proceso asambleario, más precisamente desde el punto de vista de los medios masivos, existir es estar en la TV. Existir desde aquí es ser noticia. Los medios masivos producen una subjetividad específica: el espectador. Entonces para el espectador, la asamblea no existe cuando deja de ser noticia.

y el académico.

La prueba que indica la exterioridad de estos balances (con valoración negativa o positiva de la experiencia, da igual) es la confusión de dos procesos. Por un lado, el que va del 19 de diciembre de 2001 hasta el 26 de mayo de 2003 (emergencia y agotamiento del proceso asambleario) y, por otro, el que va del 20 de diciembre de 2001 hasta el 25 de mayo de 2003 (renuncia de De La Rúa y asunción de Kirchner). Esta confusión es producto de la exterioridad del sujeto del balance respecto del proceso asambleario. Señalo dos tipos de causas para esta confusión, una de tipo práctico y otra, teórica. En la primera, el sujeto que elabora el balance de la experiencia asamblearia no está tomado por las prácticas que tejen al aparato de pensamiento barrio-vecino-asamblea. Su sitio práctico es el dispositivo de observación epistemológica (participante o no). La segunda, la causa teórica, es la relación invariante que se atribuye a la política con el Estado. Es decir, el sujeto que hace el balance de la experiencia de asambleas no puede evitar referirse a la relación del proceso emergente con el proceso de crisis estatal. Pero este no poder, es un poder de la exterioridad epistémica, puesto que desde el exterior del aparato de pensamiento barrio-vecino-asamblea todo proceso político tendrá inexorablemente que rendir cuentas ante el ente estatal. Toda la filosofía política moderna y posmoderna está organizada en torno a él (tomarlo, destruirlo, duplicarlo, conservarlo, achicarlo, agrandarlo, limitarlo, ignorarlo, etc.).

Como vemos el hecho de enumerar esta clasificación puede resultar un academicismo. Las notas están plagadas de rasgos militantes, intelectuales, ciudadanos o de espectador. Afirmar la discursividad heterogénea no consiste en producir un purismo sobre la asamblea. El libro no busca despejar asépticamente el ideal asambleario. La singularidad que intento mostrar se compone con los otros discursos. No es, como cree la militancia, que únicamente se puede pensar/hacer la política desde una voluntad o conciencia militante. A partir de esta experiencia política que se inaugura con la consigna oscura no es únicamente el militante quien habla, hay además, una discursividad que se materializa. Se hizo sentir en la práctica más de lo que la pudimos medir.

El libro intenta intervenir en los ámbitos asamblearios para afirmar la singularidad producida por el acontecer de un pensamiento político original. Esta originalidad está sostenida en la fundación del barrio como espacio público. Este pensamiento (siempre de un nosotros) no tiene por objetivo final intervenir en la lucha de clases. No es ni capitalista ni anticapitalista. No brega por el cumplimiento del orden legal, pero tampoco convoca a transgredirlo. No busca que los espectadores apaguen el aparato, pero tampoco buscan un departamento de marketing para el movimiento social. Y por último, no resuelve el problema entre sujeto, conocimiento y dominación pero tampoco hacen teoría del proceso social.
Todo esto es lo que el pensamiento asambleario no hizo y tampoco buscó realizar como objetivo estratégico. Todo esto es lo que los otros discursos buscaron realizar, reduciendo, subsumiendo al pensamiento asambleario, como una tarea de orden táctico y local. Pero el vecino asambleario no se termina por la ofensiva implacable de aquellos. Se agotó la consigna, se extenuó la pregunta. Hay que volver a abrirla.

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