Blogia

Calavera Infernal

MUDANZA

MUDANZA

Nos mudamos a la siguiente dirección http:inferno.zoomblog... Es el Bajo con unas reformas minimalistas, o Animalistas, vaya usted a saber

Cocina Infernal

Cocina Infernal

Como veo que No sólo de pan vive el hombre, el amigo Goreño se ha comprometido a enviarme recetas de Cocina... Y la amiga Techy de los postres... Para que los podáis hacer y relamer en casa... Si alguno tiene recetas, que me las envíe a mi correo de yahoo. Saludos y buen provecho.

Lo prometido es deuda....

Lo prometido es deuda....

Shhhh.... No digan nada, le había prometido a Jimul una foto en topless, pero ésta es la más reciente que tengo! (igual, no he cambiado mucho en ese aspecto...) :P

Pechos de lluvia

Pechos de lluvia

Tus pechos son de lluvia,
me decía un amigo poeta.
Como es normal mi curiosidad
quedó impactada por tal comparación,
y me acerqué a él.
"Sí, desde aquí percibo tus aromas...
Déjame que mire ahora".
Entonces, como este mundo de los artisteros
es liberal y todo es de todos,
mostré orgullosa mis pechos a aquel caballero.
¡¡Doy fe de que seguro que más de una
tormenta habrán causado!!, decía anonadado.
Ay, lo que son las palabras en el ego femenino.
Como mujer me dejaba acariciar por ellas,
y él acaraciciaba, vaya que sí.
"Y tu manantial es de fresco jugo",
mientras, avezado, ya introducía la mano.
Yo encantada con aquellos versos,
volaba entre nubes de ego abierto,
pero de par en par, porque él ya
entraba y salía, en el agujero.
Más que mujer, era sirena,
y más que eso: princesa.
Luego muté a paloma,
gacela y pantera.
Mientras me embestía,
más versos salían de sus labios,
sólo que esta vez más marranos.
Mi ego crecía desmesurado, él,
que si te la meto por el ano.
Ahí le miré un poco extrañada, no crean,
pero después de ser sirena...
un par de vueltas no cuentan.
Y así yacimos como perros,
el poeta amante y mi ego abierto.
¡Qué grandes son los poetas,
que encandilan el orgullo
mientras te dan por el culo!

El Hombre del piano

El Hombre del piano

Esta es la historia de un sábado
de no importa que mes
Y de un hombre sentado al piano
de no importa que viejo café.

Toma el vaso y le tiemblan las manos
apestando entre humo y sudor
y se agarra a su tabla de náufrago
volviendo a su eterna canción
La la la la la la la .....

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

Cada vez que el espejo de la pared
le devuelve mas joven la piel
se le encienden los ojos y su niñez
viene a tocar junto a él
Pero siempre hay borrachos con babas
que le recuerdan quién fue
el mas joven maestro al piano
vencido por una mujer

La ra la la la la la la......

Ella siempre temio echar raíces
que pudieran sus alas cortar
y en la jaula metida, la vida se le iba
y quiso sus fuerzas probar
No lamenta que de malos pasos
aunque nunca desea su mal
Pero a ratos con furia golpea el piano
y hay algunos que le han visto llorar

La ra la lara la lara la lara la........

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

El micrófono huele a cerveza
y el calor se podría cortar
solitarios oscuros buscando pareja
apurándose un sábado mas

Hay un hombre aferrado a un piano
la emoción empapada en alcohol
y una voz que le dice: “pareces cansado”
y aún no ha salido ni el sol

La ra larala la la la lara la......

Toca otra vez viejo perdedor
haces que me sienta bien
es tan triste la noche que tu canción
sabe a derrota y a miel

(De Ana Belén)

(Esta canción fue un himno en su tiempo... Ahora deseo que sea el himno del Infierno... Dedicado a todos vosotros)

La Biblia cuenta un historia
que un Dios terrible dictó
el drama de dos hermanos
el justo y el traidor
Abel mezquino y cobarde
el siervo de su señor
Caín que no entró en el juego
y que se reveló
te maldigo truena la voz de su juez
padre nuestro que nos privó del Edén
Caín rompió con un gesto
su yugo de esclavitud
huyó del ojo implacable
llevo su propia cruz
perseguido por quebrantar una ley
que no entiende y que no cuenta con el
sufrirás morirás esta es su voluntad
pero aún hay aquí hijos de Caín.
La estirpe del fugitivo
creció y se multiplicó
el signo que los margina
ya nunca se borró.
Te maldigo claman los hijos de Abel
a la diestra de su señor el poder
sufrirás morirás esta es su voluntad
pero aún hay aquí hijos de Caín.
Quizá los hombres seamos
a un tiempo Abel y Caín
quizás algún día destruya lo oscuro que hay en mi
el destino no está marcado al nacer
yo he elegido ser lo que siempre seré
Hijo de Caín
Hijos de Caín
hijos de Caín
hijos de Caín....

Autor: Barón Rojo.

EL ANILLO DEL REY

EL ANILLO DEL REY

Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:

-Me estoy fabricando un precioso anillo. He conseguido uno de los mejores
diamantes posibles. Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje
que pueda ayudarme en momentos de desesperación total, y que ayude a mis
herederos,y a los herederos de mis herederos, para siempre. Tiene que ser
un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber
escrito grands tratados, pero darle un mensaje de no más de dos o tres
palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total...
Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.

El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su
padre.La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por
tanto, lo trataba como si fuera de la familia. El rey sentía un inmenso
respeto por el anciano, de modo que también lo consultó.
Y éste le dijo:

-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.

durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente,
y en una ocasión me encontré con un Sacerdote. Era invitado de tu padre y
yo estuve a su servicio. Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me
dio este mensaje, el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y
se lo dio al rey, diciéndo:

Pero no lo leas le dijo, mantenlo escondido en el anillo. Ábrelo sólo
cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres
salida a la situación."

Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el
reino. Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida y sus enemigos lo
perseguían. Estaba solo y los perseguidores eran numerosos. Llegó a un
lugar donde el camino se acababa, no había salida:

Enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin.
no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino. Ya podía escuchar
el trotar de los caballos.
No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino...

De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró
un pequeño mensaje tremendamente valioso:

Simplemente decía... "ESTO TAMBIÉN PASARÁ".

Mientras leía "esto también pasará" sintió que se cernía sobre él un gran
silencio. Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el
bosque, o debían haberse equivocado de camino, pero lo cierto es que poco a
poco dejó de escuchar el trote de los caballos. El rey se sentía
profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido. Aquellas
palabras habían resultado milagrosas.

Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y
reconquistó el reino. Y el día que entraba de nuevo victorioso en la
capital.

Hubo una gran celebración con música, bailes... y él se sentía muy
orgulloso de sí mismo.

El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:

-Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.

-¿Qué quieres decir? preguntó el rey. Ahora estoy victorioso, la gente
celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación
sin salida.

Escucha, dijo el anciano: este mensaje no es sólo para situaciones
desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes
victorioso. No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando
eres el primero.

El rey abrió el anillo y leyó el mensaje:

"Esto también pasará",

y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio, en medio de la
muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, había
desaparecido. El rey pudo terminar de comprender el mensaje. Se había
iluminado. Entonces el anciano le dijo:

-RECUERDA QUE TODO PASA.

Ninguna cosa, ni ninguna emoción son permanentes. Como el día y la noche,
hay momentos de alegría y momentos de tristeza. Acéptalos como parte de la
dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.

GRÁBATELO BIEN EN TU CABEZA Y EN TU CORAZÓN"

Menudo Cuento

Menudo Cuento

Esta Momia está juguetona últimamente y desea que le contemos la continuación de los cuentos de toda la vida... Vamos que se haga un seguimiento de aquellas historias. Yo, voy a comenzar con una, que como ya la tenía hecha (jejejejjejje)... Se titula:

El Gran Constructor Cuentil:

Y cuentan, que el Lobo Joe (destructor de las casas de los cerditos) harto ya de ser un marginado social, y sólo trabajar como matón a sueldo; decidió invertir la fortuna de su primo-hermano Primitivo (lobo muerto por la Banda Roja de la Sra. Caperucita, pero eso es otro cuento) en los terrenos adyacentes a la casa de los cerditos. Y tras pagarle una borrachera a los cerditos, se hizo con los planos de la última casa, montando una constructora llamada “Pingüe Dentellada” y en poco tiempo tiempo fue un admirado y distinguido constructor de la comunidad Cuentil.

Y su nombre era Luar

Y su nombre era Luar

(Sacado de espaciolatino.com. Aprovecho esta magnífica historia para dedicársela a Gisela y a Jesús, donde estéis)

–Sé que va a ser difícil que me creas, pero te juro que es verdad, – dijo Mauricio con expresión sombría, mientras daba otra chupada a su cigarrillo.

–No veo por qué no habría de creerte. Cuéntame; te escucho. –lo animé.

Estábamos sentados en el murallón a la orilla de la bahía. Agonizaba la tarde en aquel domingo de verano, pero la temperatura era todavía sofocante. No muy lejos, sobre unas rocas, cientos de gaviotas se amontonaban preparándose para pasar la noche. Algunos metros detrás nuestro el tránsito de vehículos era intenso; la gente regresaba de las playas. Del otro lado de la bahía el perfil de la ciudad y el colosal puente de acero –cual gigantesco dinosaurio vigilando la entrada de la bahía – formaban una vista impresionante. Muchas veces iba a ese lugar a disfrutar de aquel panorama, uno de los más espectaculares de Sydney. Esa tarde tan calurosa había decidido acercarme allí a gozar del aire fresco de la costa cuando casualmente me encontré con Mauricio, a quien hacía años que no veía. Mientras caminaba por la avenida que bordea la bahía, le había visto sentado en el murallón contemplando el mar. Al acercarme nos habíamos reconocido.

–¡Daniel! ¡Cuánto me alegro de verte! – me había dicho extendiéndome la mano con cordialidad.

Y mientras conversábamos sobre trivialidades, comprendí que algo en su mente parecía poner un peso enorme sobre sus hombros.

–Conozco bien este lugar –me dijo. –Cuando estaba casado con Ligia, vivíamos en un departamento ahí a la vuelta y veníamos a caminar por aquí. Aquellos eran los good old days, como se dice aquí.

–¿La has vuelto a ver?

–No. Después del divorcio ella se volvió a casar y se fue a vivir a Melbourne. –Luego de un momento agregó: –¿Y tú ahora vives por aquí?

–No –respondí –Yo vivo donde siempre; pero me gusta venir aquí y en el coche me toma sólo quince minutos, por lo que vengo con frecuencia.

Hubo un momento de silencio. Hacia el oeste las nubes adquirían fuertes tonalidades violáceas, y los altos edificios de la ciudad se transformaban en una negra silueta que se iba moteando de luces. Un pequeño velero se acercaba lento a su lugar de amarre. Una señora que paseaba su perro pasó junto a nosotros sin mirarnos. Un chico en su bicicleta cruzó raudo, casi rozándonos. “Sorry, sir” dijo con cortesía.

–Yo también vengo aquí muy a menudo, –comentó Mauricio, luego de unos minutos.

–¿Nostalgia de los good old days? –pregunté con algo de ironía.

–Bueno, al principio sí, pero ahora es por otra cosa. Pero no sé si me vas a creer.

–Por favor, habla. Te escucho. –Había conseguido despertar mi curiosidad.

–Mira, es mejor que caminemos, porque todo comenzó una noche, hace unos tres meses, en aquella esquina –dijo, y me señaló una bocacalle a unos cincuenta metros de distancia, en la que había una parada de autobús y una estación de gasolina. Luego prosiguió:

–Era un sábado y como siempre, vine a caminar por aquí porque me recordaba tiempos felices. Era un atardecer agradable; se oía música de un ferry que navegaba lentamente por la bahía. Luego de una hora o algo así decidí volver a casa. Al llegar a la parada del autobús, esa que ves allí, me detuve a esperar el mío. En ese momento la vi; delgada, de pelo negro, rostro pálido y ojos vivaces de un color indefinido, muy atractiva, no sé por qué tuve de inmediato la impresión de que hablaba nuestro idioma. Llevaba un vestido blanco y en el porte me recordó a Ligia, aunque… solamente en eso; al acercarse noté que era más joven… y mucho más bonita. Me miró y sonrió; me sentí tan atraído por aquella sonrisa, que decidí hablarle. Pero ella se me adelantó: “Hola”, dijo. “¿Ah, hablas español?”, le pregunté algo sorprendido. “Claro; igual que tú,” fue su respuesta. “¿Y cómo sabes que yo…?” le pregunté. “Pues no puedes negar que eres de mi tierra”, me dijo. “Tu aspecto… tu rostro, te delatan”.

“Entablamos conversación y enseguida me sentí cautivado por aquella joven mujer. Tenía algo especial, y aquella sonrisa serena, que no se borraba de su rostro ni por un instante, me resultaba irresistible. Caminamos juntos hasta aquella esquina, muy calmos, hablando apenas, y luego regresamos; ella parecía no tener prisa, y yo me encontraba muy a gusto. Ella me tomó el brazo y yo no pude contenerme y le acaricié el cabello y la mejilla; el contacto tibio de aquella piel me produjo una sensación como hacía mucho que no sentía. En esos momentos vi que se aproximaba un autobús y le pregunté si era el suyo. Sin dejar de sonreír negó con la cabeza y suavemente la recostó en mi hombro. El autobús se detuvo y descendieron dos señoras mayores; nos miraron con indiferencia, una de ellas sonrió con amabilidad, y se alejaron. El autobús partió y nuevamente quedamos solos en la noche serena. De pronto tuve un impulso súbito, le enlacé la cintura y la besé con pasión. Ella se entregó al beso sin resistirse. Entonces le dije ‘Mi nombre es Mauricio; ¿cómo te llamas tú?’ Estuvo un momento en silencio y luego habló: ‘Luar’, dijo casi en un susurro. ‘¿Luar? Qué nombre extraño’ le dije, ‘¡pero qué hermoso!’ Ella hizo un gesto alegre con la mano. ‘Fue idea de mi padre’, dijo, ‘por una novia brasileña que tuvo…’.”

Mauricio interrumpió su relato por un momento, se pasó la mano por el cabello y se detuvo. Habíamos llegado a la parada del autobús, y noté que miraba nervioso a su alrededor como esperando ver a alguien. Encendiendo otro cigarrillo continuó:

“No me contó nada de sí misma, pero yo me encontraba tan a gusto que no me preocupé en saber más. Al cabo de un rato comprendí que no podíamos quedarnos allí indefinidamente y le dije: ‘Te invito a cenar, ¿quieres?’ ‘Estupenda idea’ dijo, sin dejar de sonreír, y luego recostó con ternura su rostro contra mi pecho. Le acaricié el cabello y por un instante pensé que aquello era demasiado hermoso; era como un sueño. –Mauricio hizo una pausa. –Pero no era un sueño, Daniel; sucedió aquí mismo. Le pregunté entonces: ‘¿Conoces algún sitio donde podamos comer algo?’ ‘Sí, ven conmigo’ respondió y me tomó la mano. Caminamos hacia allá, ¿ves? y donde está aquella farmacia doblamos a la derecha. A un par de cuadras de allí hay una vieja casona, que estaba muy iluminada, y a ella nos dirigimos. Era un restaurante, y estaba bastante concurrido. En un jardín bien cuidado había mesas con sombrillas, al estilo europeo. Entramos; ella se adelantó y habló un instante con un camarero; él le señaló una habitación a la izquierda y ella, tomándome la mano de nuevo me condujo a la misma. El restaurante ocupaba tres o cuatro habitaciones de la planta baja. Ella eligió una mesa junto a un ventanal, y nos sentamos. Una música suave, de allá de nuestra tierra, se oía en algún lado. Mientras leíamos el menú pude examinarla con calma; era realmente hermosa. En el dorso de su mano derecha noté un pequeño tatuaje. Suavemente le tomé la mano y la observé de cerca: era una flor. ‘¿Y esto?’ le pregunté. ‘Es una larga historia’ me contestó ‘Fue por una apuesta tonta, después te contaré’. Ella eligió los platos y cenamos ligeramente pues ninguno de los dos tenía mucho apetito. Recuerdo que hablamos de música. Ella no parecía querer hablar de sí misma y yo opté por no preguntar. Bebimos una botella de vino y después de un rato yo me sentí algo mareado. Mientras tomábamos el café decidí contarle algo de mí; le hablé de mi matrimonio, de cómo Ligia me había jugado sucio, lo del divorcio y demás. Ella me escuchaba atenta, mirándome con su dulce sonrisa. Le tomé la mano, y ella jugueteó un buen rato con mis dedos.

“Luego del café ella dijo ‘Ven conmigo’. Miré mi reloj; eran más de las diez. Se levantó tomándome la mano y por una larga escalera me condujo al segundo piso; caminamos por un pasillo y entramos a una habitación en penumbras. Había allí una cama, varios muebles y una ventana que mostraba la bahía en todo su esplendor. Una luna llena se había levantado sobre el horizonte y lucía redonda y enorme como sonriendo a través del cristal; su luz iluminaba tenuemente la habitación. Ella me abrazó con lentitud y acarició mis cabellos con suavidad; recostó su cara contra mi pecho y yo aspiré aquel perfume que me embriagaba. Un momento más tarde no pude contenerme: la levanté en mis brazos y la deposité sobre el lecho. Comencé a desvestirla y el contacto de su piel me excitó más aún. La luz de la luna se reflejó en su cuerpo desnudo y pude apreciar la perfección de sus formas”.

Mauricio hizo una pausa, y luego de un instante continuó:

“De pronto mi mente tuvo un instante de lucidez. ¿Cómo aquella mujer tan hermosa se ofrecía a mí apenas tres horas después de conocerme? Además, ella conocía bien la casa; era evidente que había estado allí muchas veces. ¿No sería una ‘pro’? Entonces le tomé ambas manos y le dije: ‘Luar, perdóname, pero… ¿cómo es que conoces este lugar tan bien?’ Entonces ella se sentó en la cama y sin dejar de sonreír, me miró por un momento sin hablar; finalmente dijo: ‘Cariño, este restaurante es de mi familia. Ese camarero es mi hermano’. El oírle llamarme ‘cariño’ me causó una emoción que no puedo describirte; ¡hacía tanto tiempo que nadie me llamaba así! Su explicación parecía tener sentido, pero mi mente lógica no estaba conforme. ‘¿Y tú haces esto en forma regular? ¿Traes clientes de esta manera?’, le pregunté con cierta ironía. Entonces, por primera vez dejó de sonreír y su rostro se ensombreció. Con lentitud tomó la sábana y cubrió con ella su desnudez. ‘No, no pienses eso; por favor. Lo que pasa es que… tú me gustas mucho… desde el momento que te ví… no sé, creo que me estoy enamorando de ti’. ‘¿Pero cómo es posible, si apenas nos conocemos?’ le dije incrédulo, aunque también yo sentía por ella una tremenda atracción. Ella continuó: ‘Está bien, te seré sincera; es porque tú… me recuerdas a alguien. Eres como la reencarnación de alguien que hace mucho tiempo… fue muy importante para mí’. Y luego de un prolongado silencio, me contó que unos años antes, su prometido, con sólo veinticinco años, había muerto en un accidente automovilístico.”

Mauricio hizo una pausa en su narración y encendió otro cigarrillo. La expresión de su rostro me empezó a preocupar.

–Lo que sucedió después –dijo mirándome fijamente –es lo más increíble. Esto no se lo he contado a nadie, Daniel, porque… –se interrumpió –Mira, no te culpo si no me crees, pero … no pienses que he perdido el juicio, ¡te lo suplico!

–Yo no pienso nada; por favor, sigue contando; te hará bien compartirlo con alguien, –le urgí con mi curiosidad en aumento.

–Pues… no muy convencido de que lo que me contó fuera cierto, cuando ella comenzó a acariciarme nuevamente comprendí que no podría resistir más, y le dije: ‘Mira, creo que deberíamos tomar precauciones, ¿no crees?’ Me miró esbozando una sonrisa y movió la cabeza en un gesto ambiguo. ‘Como tú digas’; dijo en un susurro, mientras me besaba en la mejilla. ‘Allí en la esquina hay una farmacia. Voy y vuelvo en un minuto’, le propuse. ‘Está bien, haz lo que quieras, cariño’ me dijo y se recostó en la almohada, mirando hacia el ventanal. La luna le iluminó el rostro, y sus ojos reflejaron su luz en forma extraña. En mi vida he visto algo tan bello, Daniel. ¡No te lo puedes imaginar!”

Una vez más Mauricio se quedó callado mirando al vacío, y tuve que insistir, impaciente:

–¿Qué pasó después? ¡Cuéntame!

–Pues… por un momento vacilé. Pero pensé en estas enfermedades que hay ahora, como el Sida y demás. Salí de allí y me dirigí rápido a la farmacia; no habré tardado más de algunos minutos, pues la farmacia había cerrado. Cuando regresé a la casa, asómbrate, Daniel, ¡todo estaba a oscuras y en total silencio! Por un momento pensé que habría llegado la hora de cierre, pero al acercarme noté con asombro que aquella casa estaba deshabitada. El césped del frente era un pastizal. Los vidrios de algunas ventanas aparecían rotos, y todo el lugar daba la impresión de abandono. Estuve unos minutos sin saber qué hacer. Por fin me decidí y acercándome a la puerta golpeé varias veces. Inútil; la casa estaba desierta. Fue tal la confusión que me asusté, te confieso, y me alejé corriendo. Cuando encontré un taxi, lo tomé y me fui a mi casa sin saber qué creer ni qué hacer.

Mauricio hizo una pausa y yo me atreví a sugerir:

–¿No sería… el vino, Mauricio? ¿O un sueño, tal vez?

Me miró con una expresión de angustia y respondió:

Mitos y Leyendas. (II)

Mitos y Leyendas. (II)

La mente herida

Quizá nunca hayas pensado en esta cuestión, pero en mayor o en menor medida, todos nosotros somos maestros. Somos maestros porque tenemos el poder de crear y de dirigir nuestra propia vida.
De la misma manera en que las distintas sociedades y religiones de todo el mundo han creado una mitología increíble, nosotros creamos la nuestra. Nuestra mitología personal está poblada de héroes y villanos, ángeles y demonios, reyes y plebeyos. Creamos una población entera en nuestra mente e incluimos múltiples personalidades para nosotros mismos. Después, adquirimos dominio sobre la imagen que vamos a utilizar en determinadas circunstancias. Nos convertimos en artistas del fingimiento y de la proyección de nuestra imagen y en maestros de cualquier cosa que creemos ser. Cuando conocemos a otras personas las clasificamos de inmediato según lo que nosotros creemos que son. Y actuamos del mismo modo con todas las personas y cosas que nos rodean.
Tienes el poder de crear. Tu poder es tan fuerte que cualquier cosa que decidas creer se convierte en realidad. Te creas a ti mismo, sea lo que sea que creas que eres. Eres como eres porque eso es lo que crees sobre ti mismo. Toda tu realidad, todo lo que crees, es fruto de tu propia creación. Tienes el mismo poder que cualquier otro ser humano en el mundo. La principal diferencia entre otra persona y tú estriba en la manera en que aplicas tu poder y en lo que creas con él. Tal vez te parezcas a otras personas en muchas cosas, pero no todo el mundo vive la vida de la misma manera que tú.
Has practicado toda tu vida para ser quien eres y lo haces tan bien que te has convertido en un maestro de lo que crees que eres. Eres un maestro de tu propia personalidad y de tus propias creencias; dominas cada acción y cada reacción. Practicas durante años y años hasta que alcanzas el nivel de maestría para ser lo que crees que eres. Y cuando por fin comprendemos que todos nosotros somos maestros, llegamos a ver qué tipo de maestría tenemos.
Cuando un niño tiene un problema con alguien, y se enfada, por la razón que sea, el enfado hace que el problema desaparezca y de este modo obtiene el resultado que quería. Entonces, vuelve a ocurrir, y vuelve a reaccionar con enfado, ya que ahora sabe que, si se enfada, el problema desaparecerá. Pues bien, después practica y practica hasta llegar a convertirse en un maestro del enfado.
Pues bien, de esta misma manera es como nos convertimos en maestros de los celos, en maestros de la tristeza o en maestros del auto-rechazo. Toda nuestra desdicha y nuestro sufrimiento tienen su origen en la práctica. Establecemos un acuerdo con nosotros mismos y lo practicamos hasta que llega a convertirse en una maestría completa. El modo en que pensamos, el modo en que sentimos y el modo en que actuamos se convierte en algo tan rutinario que dejamos de prestar atención a lo que hacemos. Nos comportamos de una manera determinada sólo porque estamos acostumbrados a actuar y a reaccionar así.
Pero para convertirnos en maestros del amor tenemos que practicar el amor. El arte de las relaciones también es una maestría completa y el único modo de alcanzarla es mediante la práctica. Por consiguiente, para llegar a ser maestro en una relación hay que actuar. No se trata de adquirir determinados conceptos ni de alcanzar un conocimiento en concreto. Es una cuestión de acción. Ahora bien, evidentemente, para actuar es preciso contar con algún conocimiento o al menos con una mayor conciencia de la manera en que funcionamos los seres humanos.
Quiero que te imagines que vives en un planeta donde todas las personas padecen una enfermedad en la piel. Durante dos mil o tres mil años, la gente de este planeta ha sufrido la misma enfermedad: todo su cuerpo está cubierto de heridas infectadas, que cuando se tocan, duelen de verdad. Evidentemente, la gente cree que esta es la fisiología normal de la piel. Incluso los libros de medicina describen dicha enfermedad como el estado normal. Al nacer la piel está sana, pero a los tres o cuatro años de edad, empiezan a aparecer las primeras heridas y en la adolescencia, cubren todo el cuerpo.
¿Puedes imaginarte cómo se tratan esas personas? Para relacionarse entre sí tienen que proteger sus heridas. Casi nunca se tocan la piel las unas a las otras porque resulta demasiado doloroso, y si, por accidente, le tocas la piel a alguien, el dolor es tan intenso que de inmediato se enfada contigo y te toca a ti la tuya, sólo para desquitarse. Aun así, el instinto del amor es tan fuerte que en ese planeta se paga un precio elevado para tener relaciones con otras personas.
Bueno, imagínate que un día ocurre un milagro. Te despiertas y tu piel está completamente curada. Ya no tienes ninguna herida y no te duele cuando te tocan. Al tocar una piel sana se siente algo maravilloso porque la piel está hecha para la percepción. ¿Puedes imaginarte a ti mismo con una piel sana en un mundo en el que todas las personas tienen una enfermedad en la piel? No puedes tocar a los demás porque les duele y nadie te toca a ti porque piensan que te dolerá.
Si eres capaz de imaginarte esto, podrás comprender que si alguien de otro planeta viniera a visitarnos tendría una experiencia similar con los seres humanos. Pero no es nuestra piel la que está llena de heridas. Lo que el visitante descubriría es que la mente humana padece una enfermedad que se llama miedo. Al igual que la piel infectada de los habitantes de ese planeta imaginario, nuestro cuerpo emocional está lleno de heridas, de heridas infectadas por el veneno emocional. La enfermedad del miedo se manifiesta a través del enfado, del odio, de la tristeza, de la envidia y de la hipocresía, y el resultado de esta enfermedad son todas las emociones que provocan el sufrimiento del ser humano.
Todos los seres humanos padecen la misma enfermedad mental. Hasta podríamos decir que este mundo es un hospital mental. Sin embargo, esta enfermedad mental ha estado en el mundo desde hace miles de años. Los libros de medicina, psiquiatría y psicología la describen como un estado normal. La consideran normal, pero yo te digo que no lo es.
Cuando el miedo se hace demasiado intenso, la mente racional empieza a fallar y ya no es capaz de soportar todas esas heridas llenas de veneno. Los libros de psicología denominan a este fenómeno enfermedad mental. Lo llamamos esquizofrenia, paranoia, psicosis, pero la verdad es que estas enfermedades aparecen cuando la mente racional está tan asustada y las heridas duelen tanto, que es preferible romper el contacto con el mundo exterior.
Los seres humanos vivimos con el miedo continuo a ser heridos y esto da origen a grandes conflictos dondequiera que vayamos. La manera de relacionarnos los unos con los otros provoca tanto dolor emocional que, sin ninguna razón aparente, nos enfadamos y sentimos celos, envidia o tristeza. Incluso decir «te amo» puede resultar aterrador. Pero, aunque mantener una interacción emocional nos provoque dolor y nos dé miedo, seguimos haciéndolo, seguimos iniciando una relación, casándonos y teniendo hijos.
Debido al miedo que los seres humanos tenemos a ser heridos y a fin de proteger nuestras heridas emocionales, creamos algo muy sofisticado en nuestra mente: un gran sistema de negación. En ese sistema de negación nos convertimos en unos perfectos mentirosos. Mentimos tan bien, que nos mentimos a nosotros mismos e incluso nos creemos nuestras propias mentiras.
No nos percatamos de que estamos mintiendo, y en ocasiones, aun cuando sabemos que mentimos, justificamos la mentira y la excusamos para protegernos del dolor de nuestras heridas.
El sistema de negación es como un muro de niebla frente a nuestros ojos que nos ciega y nos impide ver la verdad. Llevamos una máscara social porque resulta demasiado doloroso vernos a nosotros mismos o permitir que otros nos vean tal como somos en realidad. El sistema de negación nos permite aparentar que toda la gente se cree lo que queremos que crean de nosotros. Y aunque colocamos estas barreras para protegernos y mantener alejada a la gente, también nos mantienen encerrados y restringen nuestra libertad. Los seres humanos se cobijan y se protegen y cuando alguien dice: «Te estás metiendo conmigo», no es exactamente verdad. Lo que sí es cierto es que estás tocando una de sus heridas mentales y él reacciona porque le duele.
Cuando tomas conciencia de que todas las personas que te rodean tienen heridas llenas de veneno emocional, empiezas a comprender las relaciones de los seres humanos en lo que los toltecas denominan el sueño del infierno. Desde la perspectiva tolteca todo lo que creemos de nosotros y todo lo que sabemos de nuestro mundo es un sueño. Si examinas cualquier descripción religiosa del infierno te das cuenta de que no difiere de la sociedad de los seres humanos, del modo en que soñamos. El infierno es un lugar donde se sufre, donde se tiene miedo, donde hay guerras y violencia, donde se juzga y no hay justicia, un lugar de castigo infinito. Unos seres humanos actúan contra otros seres humanos en una jungla de predadores; seres humanos llenos de juicios, llenos de reproches, llenos de culpa, llenos de veneno emocional: envidia, enfado, odio, tristeza, sufrimiento. Y creamos todos estos pequeños demonios en nuestra mente porque hemos aprendido a soñar el infierno en nuestra propia vida.
Todos nosotros creamos un sueño personal propio, pero los seres humanos que nos precedieron crearon un gran sueño externo, el sueño de la sociedad humana. El Sueño externo, o el Sueño del Planeta, es el Sueño colectivo de billones de soñadores. El gran Sueño incluye todas las normas de la sociedad, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y sus diferentes formas de ser. Toda esta información almacenada dentro de nuestra mente es como mil voces que nos hablan al mismo tiempo. Esto es lo que los toltecas denominan el mitote.
Pero lo que nosotros somos en realidad es puro amor; somos Vida. Y lo que somos en realidad no tiene nada que ver con el sueño, pero el mitote nos impide verlo. Cuando contemplas el sueño desde esta perspectiva, y cobras conciencia de lo que eres, comprendes cuán absurdo resulta el comportamiento de los seres humanos, y entonces, se convierte en algo divertido. Lo que para todos los demás parece un gran drama para ti es una comedia. Ves de qué modo los seres humanos sufren por algo que carece de importancia, algo que ni siquiera es real. Pero no tenemos otra opción. Nacemos en esta sociedad, crecemos en esta sociedad y aprendemos a ser como todos los demás, actuando y compitiendo continuamente de un modo absurdo.
Ahora bien, imagina por un momento que pudieses visitar un planeta en el que toda la gente tuviera una mente emocional distinta. La manera en que se relacionarían los unos con los otros sería siempre feliz, siempre amorosa, siempre pacífica. Ahora imagínate que un día te despiertas en ese planeta y que ya no tienes heridas en tu cuerpo emocional. Ya no tienes miedo de ser quien eres. Ya no te importa lo que la gente diga de ti, porque no te lo tomas como algo personal y ha dejado de producirte dolor. Así que ya no necesitas protegerte más. No tienes miedo de amar, de compartir, de abrir tu corazón. Ahora bien, esto sólo te ha ocurrido a ti. ¿Cómo te relacionarás con la gente que padece heridas emocionales y que está enferma de miedo?
Cuando un ser humano nace, su mente y su cuerpo emocional están completamente sanos. Quizás hacia el tercer o cuarto año de edad empiecen a aparecer las primeras heridas en el cuerpo emocional y se infecten con veneno emocional. Pero, si observas a los niños de dos o tres años y te fijas en su manera de comportarse, verás que siempre están jugando. Los verás reírse sin parar. Su imaginación es muy poderosa y su manera de soñar una auténtica aventura de exploración. Cuando algo va mal reaccionan y se defienden, pero, después, sencillamente se olvidan y vuelven a centrar su atención en el momento presente para seguir jugando, explorando y divirtiéndose. Viven el momento. No se avergüenzan del pasado y no se preocupan por el futuro. Los niños pequeños expresan lo que sienten y no tienen miedo a amar.
Por eso los momentos más felices de nuestra vida son aquellos en los que jugamos como si fuéramos niños, cuando cantamos y bailamos, cuando exploramos y creamos con el único propósito de divertirnos. Cuando nos comportamos como niños nos resulta maravilloso porque ese es el estado normal de la mente humana, la tendencia natural. Somos inocentes, igual que los niños, y para nosotros es normal expresar amor. Pero ¿qué nos ha ocurrido? ¿Qué le ha ocurrido al mundo entero?
Lo que ha sucedido es que, cuando éramos pequeños, los adultos ya padecían esa enfermedad mental, una enfermedad altamente contagiosa. ¿Y cómo nos la transmitieron? Captando nuestra atención y enseñándonos a ser como ellos. Así es como trasladamos nuestra enfermedad a nuestros niños y así es como nuestros padres, nuestros profesores, nuestros hermanos mayores y toda una sociedad de gente enferma nos la contagió a nosotros. Captaron nuestra atención, y, mediante la repetición, llenaron nuestra mente de información. De este modo aprendimos, y de este modo programamos una mente humana.
El problema reside en el programa, en la información que hemos almacenado en nuestra mente. Una vez captada la atención de los niños, les enseñamos un lenguaje, les enseñamos a leer, a comportarse y a soñar de un modo determinado. Domesticamos a los seres humanos de la misma manera que domesticamos a un perro o a cualquier otro animal: con castigos y premios. Esto es perfectamente normal. Lo que llamamos educación no es otra cosa que la domesticación del ser humano.
Al principio tenemos miedo de que nos castiguen, pero más tarde también tenemos miedo de no recibir la recompensa, de no ser lo bastante buenos para mamá o papá o un hermano o un profesor. De este modo es como nace la necesidad de ser aceptado. Antes de eso no nos importa si lo estamos o no. Las opiniones de la gente no son importantes y no lo son porque sólo que¬remos jugar y vivir en el presente.
El miedo a no conseguir la recompensa se convierte en el miedo a ser rechazado. Y el miedo a no ser lo bastante buenos para otra persona es lo que hace que intentemos cambiar, lo que nos hace crear una imagen. Imagen que intentamos proyectar según lo que quieren que seamos, sólo para ser aceptados, sólo para recibir el premio. De este modo aprendemos a fingir que somos lo que no somos y perseveramos en ser otra persona con la única finalidad de ser lo suficientemente buenos para mamá, papá, el profesor, nuestra religión o quienquiera que sea. Y con este fin practicamos incansablemente hasta que nos convertimos en maestros de ser lo que no somos.

(Continúa)

Ana y Leticia

Ana y Leticia

Esta es la historia, acabada por fin, que un Calavera recogió del blog de "A las 6 y pico" y lo retransformó en una historia que a continuación vamos a ir detallando semana a semana, (hasta que se acabe)

Estaba muy oscuro. En aquella residencia de estudiantes las sombras de la noche siempre se acentuaban y se hacían más tenebrosas, así como que bastaba el más leve de los sonidos para despertar la intranquilidad en quien habitaba.

Apenas quedaban cinco días para la Navidad y la mayoría de las chicas ya se habían ido a sus respectivos hogares, a disfrutarlas junto a sus familias. Pero Ana y Leticia siempre esperaban hasta el último instante para marcharse.
Ana tenía el billete de autobús para las 12 horas del día siguiente, mientras que a Leticia le tocaba coger el avión de las 13h. Allí estaban las dos, caminando sigilosamente por los pasillos, rezando entre risitas por que las monjas no las pillaran.

Estaban a punto de llegar al cuarto de Leticia cuando Ana, en un alarde de torpeza pisó la baldosa falsa, que emitió un ruido inesperado en aquella noche tranquila, que las hizo sobresaltarse. El primer impulso de Leticia fue empujar a Ana contra la pared y taparle la boca para que no emitiera sonido.
Se quedaron así un rato, mirándose en la oscuridad mientras sus respectivos corazones latían acelerados.

Entonces Leticia posó sus labios sobre los de Ana, besándola. Ésta, influída por la excitación del momento la respondió sin pensarlo, hasta que se separó de una manera un tanto brusca, diciendo:
- Parece que la monja no viene, sigamos, anda.
Entraron en el cuarto de Leticia. Ésta se sentó un su cama, mientras que Ana optó por la silla de escritorio.
Leticia, haciéndole un gesto con la mano, le dijo dulcemente:
- Anda, ven aquí que no te voy a comer.-
A lo que Ana respondió a manera de reproche:
- ¿Ah, no? ¿Y qué ha sido lo de antes?
- ¿Lo de antes?, ¿a qué te refieres con lo de antes?. - Anda, niña, ven aquí para que nos podamos escuchar bien sin tener que alzar la voz.

La residencia de estudiantes se encontraba situada al final de un frondoso bosque de hojas amarillas. Compuesto en su mayor parte por castaños de grueso tronco que habían echado sus raíces sobre aquel espeso manto de hierba. Esbeltos abedules que parecían querer tocar con sus ramas más altas el cielo gris. Acacias, robles y arces que se perdían entre los montes hasta donde alcanzaba la vista. A la entrada, se elevaba una alta verja de hierro forjado, macizos de flores cuidadosamente arreglados y un estrecho camino de grava que conducía hasta los grandes frontones de madera de la entrada. Se trataba de un edificio sobrio y funcional, con cierto aire de fortaleza y hermetismo. Se caracterizaba por su horizontalidad y su simetría. Con grandes pilastras y columnas que parecían dispuestas para impresionar e infundir respeto al visitante.

En suma, un feo y enorme bloque de piedra, inexpresivo, metódico y ordenado, que se erguía pesadamente en los lindes de aquella verde floresta.

Ana lo dudó unos segundos antes de acceder.
Al cabo de unos minutos ya estaban otra vez como siempre, hablando de sus cosas, riéndose, disfrutando de la gran amistad y tierna complicidad que las unía.
Una cosa llevó a la otra, y terminaron haciéndose cosquillas.
Leticia, que era muy sensible, no podía aguantar las risas, por lo que esta vez fue Ana la que tuvo que taparle la boca, echándosele encima.
Leticia apartó suavemente la mano de su compañera, mientras la miraba y le decía en un tono de voz apenas perceptible:
- Estás muy guapa esta noche.
- No sé qué te pasa, Leticia, pero déjalo ya, ¿quieres? - respondió Ana.
- No seas boba y déjate llevar.-

Ana la miró con una mezcla de miedo e incertidumbre, mientras que Leticia le acariciaba los cabellos. De ahí pasó a la mejilla y de ésta a los labios...
Ana dejó escapar un leve sonido que indicaba que aquéllo le gustaba, así que Leticia no dudó en besarla, siempre con mucha suavidad y dulzura.
Ana empezó a dejarse llevar, intentando no pensar en nada en concreto. La situación no dejaba de ser agradable, aquéllo sólo eran inocentes besos y juegos de caricias.

Las manos de ambas chicas se movían con total libertad sobre aquellas geografías desconocidas hasta el momento; colonizando montañas y estrechos que jamás hubieran imaginado existieran. Manos que abrían camino a lenguas más tímidas pero igualmente ardorosas.

La hermana Cecilia se acercó se acercó sigilosamente hacia el lugar de donde procedían los ruidos... No era posible que hubiese alumnas, todas se habían marchado, ya eran las 13:15 h. Con mucho cuidado se inclinó para ver qué es lo que sucedía… Y pudo comprobar los cuerpos pasionales de aquellas jóvenes… Su cuerpo ardió en deseos de estar allí entre ellas, pero su cabeza le decía lo contrario, la batalla sólo duró unos segundos, el tiempo en el que ella cerró la puerta con sumo cuidado, quitándose el hábito y la ropa interior…

Si bellos eran aquellos cuerpos, el de la monja era un auténtico espectáculo, cualquier persona hubiese dicho que era un verdadero desperdicio no poder aprovechar la pasión sensual que emitía aquel conjunto de piel morena que acentuaba de una forma soberbia las curvas, de ese regalo tan pésimamente envuelto en unas ropas que no le hacían justicia alguna…

Acariciándose los pezones y rozándose con los dedos ese volcán del deseo, fue hacia su propio infierno mordiéndose los labios… Sus 25 espléndidas primaveras se acoplaron perfectamente al cuerpo de Ana. Comenzó a soplarle suavemente en el oído, a chuparle el lóbulo de la oreja, acariciarle el pelo… Mordisquearle la nuca, al tiempo que sus dedos toqueteaban como baquetas el tambor de la lujuria… Piel sedosa con olor a melocotón en almíbar (su favorito)… El cuerpo de Ana, tras sentir aquellas caricias, se dio la vuelta… Quería más y vaya que si recibió más… Cecilia se apoderó de ella, la besó, la estrujó contra sí… Restregó su sexo contra el de Ana, le introdujo los dedos en su vagina y allí se entretuvo hasta que la hizo correrse y despertarse medio somnolienta… Ana miró atónita esa belleza escultural, Cecilia le echó un guiño pícaro… Pero ella no lo entendía, no podía imaginarse por un momento…

De repente se oyeron unos pasos, ambas se asustaron, Ana, aprovechó la ocasión para salir de esa situación y desembarazarse de Sor Cecilia… Pero no pudo… Intentó gritar, pero le tapó la boca… Ana le mordió y Cecilia, viéndose presa de un castigo inminente apretó el cuello de Ana, engullida por el miedo… Cuando ya pasó el peligro, vio como el cuerpo de Ana yacía en la cama, inerte… Cogió el cuerpo de Ana y lo echó encima del cuerpo de Leticia… Agarró sus cosas y desapareció muy asustada…

Leticia fue despertada por las monjas, entre ellas Cecilia y una agente de policía… Al verse en ese estado y el cuerpo inerte de Ana, quedó petrificada, sintió que todo el mundo le era ajeno, ni siquiera se tapó… Ya nada le importaba, su único y verdadero amor yacía en una cama de un colegio privado religioso, ante la mirada acusadora de una monja y de una agente de policía… Ella era la responsable de haber perdido lo que más quería por no cuidarlo con todas sus fuerzas, o al menos eso creía en aquel preciso momento.

Fue un gran escándalo, el colegio era una institución en aquel país, sólo iban a él gente de un alto nivel social… La noticia se había filtrado a la prensa y todo el mundo se frotaba las manos, un colegio de monjas, una relación lésbica entre dos menores, un asesinato… Era demasiado jugoso y morboso como para no explotar el tema… Por si fuera poco Leticia era hija del Embajador español en ese país…

El juicio comenzó con la acusación de asesinato por parte del fiscal. Un fiscal cuya fama de duro e intransigente con los extranjeros era pública y notoria. Hizo todo lo posible para que Leticia recibiera el mayor castigo. La monja colaboró mucho con su declaración. Mintió sin ningún tipo de remordimiento, estaba por encima la institución y sobre todo su secreto. Nadie debía saber sus aficiones por aquellos cuerpos jóvenes y lujuriosos.

Los días que duró el juicio fueron muy duros, se dijeron las cosas más duras e injuriosas que cualquier persona inocente pudiese oír, pero a Leticia no le importaba, lo único que le importaba es que su amiga estaba muerta y ni tan siquiera pudo despedirse de ella.

Nada

Nada

La oscuridad que ciega cae sobre nuestros ojos...

Déjame...

Déjame...

No me mires así
La soledad me tiene prisionera
Mis alas que un día surcaron los cielos
Simplemente ya no vuelan…

No me escuches
Las murallas son muy altas
Mi voz esta ahogada
En un mar de tristeza

No me toques
Que la niebla te quema
Mi piel se hizo de piedra
Cristal en la tormenta

No me beses
Que miel te sabrá a hiedra
Mis besos se escaparon
En el confín de las tinieblas

Ángel-poeta

Mitos y Leyendas.

Mitos y Leyendas.

Esta sección está creada para todos aquellos que piensan que hay situaciones que no pueden ser explicadas por la e vía normal, y que creen en otro tipo energías o mundos paralelos. Es información que me llega a través de una amiga que llamaremos a partir de ahora, Era (la diosa que mantuvo un pulso con Zeus). Comenzamos con un escrito sobre las relaciones humanas, sacadas de la cultura Tolteca

Una guía práctica
Para el arte de las relaciones (I)

Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos los han definido como una nación o una raza, pero de hecho, fueron científicos y artistas que crearon una sociedad para estudiar y conservar el conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados. Establecieron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en Teotihuacán, la ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en Dios».
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su sabiduría ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquista europea, sumada a un agresivo mal use del poder personal por parte de algunos aprendices, hizo necesario proteger el conocimiento de aquellos que no estaban preparados para utilizarlo con buen juicio o que hubieran podido usarlo mal, intencionadamente, en beneficio propio.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca se conservó y transmitió de generación en generación por distintos linajes de naguales, y aunque permaneció oculto en el secreto durante cientos de años, las antiguas profecías vaticinaban que llegaría el día en el que sería necesario devolver la sabiduría a la gente, como ha sucedido ahora con el doctor Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, que ha sido guiado para divulgar estas poderosas enseñanzas.
El conocimiento tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad de la que parten todas las tradiciones esotéricas sagradas del mundo. Aunque no es una religión, respeta a todos los maestros espirituales que han enseñado en la tierra, y si bien abarca el espíritu, resulta más preciso describirlo como una manera de vivir que se caracteriza por facilitar el acceso a la felicidad y el amor.

Un tolteca es un artista del amor,
un artista del espíritu,
alguien que, en cada momento,
en cada segundo, crea el más bello arte:
el arte de soñar.
La vida no es más que un sueño,
y si somos artistas,
crearemos nuestra vida con amor
y nuestro sueño se convertirá
en una obra maestra de arte.

Introducción
El maestro
Érase una vez un maestro que hablaba a un grupo de gente y su mensaje resultaba tan maravilloso que todas las personas que estaban allí reunidas se sintieron conmovidas por sus palabras de amor. En medio de esa multitud, se encontraba un hombre que había escuchado todas las palabras que el maestro había pronunciado. Era un hombre muy humilde y de gran corazón, que se sintió tan conmovido por las palabras del maestro que sintió la necesidad de invitarlo a su hogar.
Así pues, cuando el maestro acabó de hablar, el hombre se abrió paso entre la multitud, se acercó a él y, mirándole a los ojos, le dijo: «Sé que está muy ocupado y que todos requieren su atención. También sé que casi no dispone de tiempo ni para escuchar mis palabras, pero mi corazón se siente tan libre y es tanto el amor que siento por usted que me mueve la necesidad de invitarle a mi hogar. Quiero prepararle la mejor de las comidas. No espero que acepte, pero quería que lo supiera».
El maestro le miró a los ojos, y con la más bella de las sonrisas, le contestó: «Prepáralo todo. Iré». Entonces, el maestro se alejó.
Al oír estas palabras el corazón del hombre se sintió lleno de júbilo. A duras penas podía esperar a que llegase el momento de servir al maestro y expresarle el amor que sentía por él. Sería el día más importante de su vida: el maestro estaría con él. Compró la mejor comida y el mejor vino y buscó las ropas más preciosas para ofrecérselas como regalo. Después corrió hacia su casa a fin de llevar a cabo todos los preparativos para recibir al maestro. Lo limpió todo, preparó una comida deliciosa y decoró bellamente la mesa. Su corazón estaba rebosante de alegría porque el maestro pronto estaría allí.
El hombre esperaba ansioso cuando alguien llamó a la puerta. La abrió con afán pero, en lugar del maestro, se encontró con una anciana. Ésta le miró a los ojos y le dijo: «Estoy hambrienta. ¿Podrías darme un trozo de pan?».
El se sintió un poco decepcionado al ver que no se trataba del maestro. Miró a la mujer y le dijo: «Por favor, entre en mi casa». La sentó en el lugar que había preparado para el maestro y le ofreció la comida que había cocinado para él. Pero estaba ansioso y esperaba que la mujer se diese prisa en acabar de comer. La anciana se sintió conmovida por la generosidad de este hombre. Le dio las gracias y se marchó.
Apenas hubo acabado de preparar de nuevo la mesa para el maestro cuando alguien volvió a llamar a su puerta. Esta vez se trataba de un desconocido que había viajado a través del desierto. El forastero le miró y le dijo: «Estoy sediento. ¿Podrías darme algo para beber?».
De nuevo se sintió un poco decepcionado porque no se trataba del maestro, pero aun así, invitó al desconocido a entrar en su casa, hizo que se sentase en el lugar que había preparado para el maestro y le sirvió el vino que quería ofrecerle a él. Cuando se marchó, volvió a preparar de nuevo todas las cosas.
Por tercera vez, alguien llamó a la puerta, y cuando la abrió, se encontró con un niño. Éste elevó su mirada hacia él y le dijo: «Estoy congelado. ¿Podría darme una manta para cubrir mi cuerpo?».
Estaba un poco decepcionado porque no se trataba del maestro, pero miró al niño a los ojos y sintió amor en su corazón. Rápidamente cogió las ropas que había comprado para el maestro y le cubrió con ellas. El niño le dio las gracias y se marchó.
Volvió a prepararlo todo de nuevo para el maestro y después se dispuso a esperarle hasta que se hizo muy tarde. Cuando comprendió que no acudiría se sintió decepcionado, pero lo perdonó de inmediato. Se dijo a sí mismo: «Sabía que no podía esperar que el maestro viniese a esta humilde casa. Me dijo que lo haría, pero algún asunto de mayor importancia lo habrá llevado a cualquier otra parte. No ha venido, pero al menos aceptó la invitación y eso es suficiente para que mi corazón se sienta feliz».
Entonces, guardó la comida y el vino y se acostó. Aquella noche soñó que el maestro le hacía una visita. Al verlo, se sintió feliz sin saber que se trataba de un sueño. «¡Ha venido maestro! Ha mantenido su palabra.»
El maestro le contestó: «Sí, estoy aquí, pero estuve aquí antes. Estaba hambriento y me diste de comer. Estaba sediento y me ofreciste vino. Tenía frío y me cubriste con ropas. Todo lo que haces por los demás, lo haces por mí».
El hombre se despertó con el corazón rebosante de dicha porque había comprendido la enseñanza del maestro. Lo amaba tanto que había enviado a tres personas para que le transmitiesen la lección más grande: que él vive en el interior de todas las personas. Cuando das de comer al hambriento, de beber al sediento y cubres al que tiene frío, ofreces tu amor al maestro.

(Continúa)

Sextinas: De viejitos peculiares

Sextinas: De viejitos peculiares

La dulce abuelita,
Ya no será lo que era;
Y en esta nueva era
Ha cambiado el pasado
Al gusto moderado
De vivir de otra manera.

Ya no viste de negro
Si no es porque ella quiera.
El color es su bandera.
Vive la vida mejor
Y se afana en la labor
De ser en todo primera.

Ya navega por la red,
Se acabó ser cocinera
Pues todo lo que espera
Esta en la modernidad.
Así queda la humildad
Para el que la prefiera.

No realiza labores
Ni tareas de tercera,
Estudia la carrera
De llegar al futuro
Apostando seguro
Y atinando certera.

Se apunta al gimnasio,
De los nietos, niñera.
Del yerno, consejera;
Trabajando entre tanto
Nada le causa espanto.
Es imperecedera.
Esta es la nueva abuela,
Quede atrás la que fuera
Si de esto no se entera.
Una vejez activa,
Será más positiva
Que si no te tuviera.- -
------------------------------------------------------------
2-

La anciana presumida
Que disimula su edad
Disfrazando sin piedad
Con areques sus años,
Recaudará los daños
De la ridiculidad.

Se lía la cabeza
Y se adorna con flores
Pinturas de colores,
Raso , seda y tafetán;
Pero ni un ochavo dan
Por ella admiradores.

Gusta de copa y puro,
Tacón y media de red
Arrimando a la pared
Todo lo que le sobra;
Con astucia de cobra
Da veneno para sed.

Y si puede conseguir
Gigoló que de ella ría,
Tanto mejor sería..
En ir contra natura
Muestra su cara dura
Su osada rebeldía.

El no ser razonables
Con la naturaleza,
Arruina la belleza
Que siempre está dentro;
Es del círculo, el centro,
De toda nuestra fuerza.

La ley de la gravedad,
Dispone de señales
Evidentes y reales
Que no podemos obviar
Ni contra ellas luchar
Si estás en tus cabales.
3-
Una vieja compró
Elíxir de juventud
Llevada por la inquietud
De parecer su nieta;
Fue tan necia y coqueta
Que a cambio dio su virtud.

Tragose el bote entero
Para el efecto aumentar
Y se sentó a esperar
Mágicos resultados;
A todos asombrados
Del milagro iba a dejar.

Su marido, incrédulo,
Al tiempo la advertía
De qué cosa bebía
No fuera a ser dañino,
Al fin y al cabo, el destino,
Nada lo cambiaría.

Mirándose al espejo
Pacientemente esperó
Que lo que el tiempo estropeó,
Aquello lo arreglara..
Se empezó a sentir rara,
La cara se le encajó.

La piel se tornó en verde
Y saltones los ojos
Y unos puntitos rojos
Debajo de la nariz.
El pelo, desde la raíz,
Se le llenó de piojos.

Muerto de risa, el viejo,
Acabole diciendo:
Que un príncipe o remiendo
Te torne en princesa.
A mí mucho me pesa
Pero saldré corriendo...
4-
Viejo que a joven mira,
Viejo verde se llama.
Aunque atención reclama,
Desprecio es lo que obtiene,
Ninguna se entretiene
En deshacerle cama..

Iluso se convence
Que, a fémina lozana,
Han de brotarle ganas
Más tarde o más temprano,
Pero persigue en vano
Rodando la manzana.

El ridículo no ve
Frente al que está mirando
Que está desternillando
Sus huesos de la risa.
Baila en una cornisa
Y se acaba estrellando.

Patético resulta
La baba verle caer
Delante de una mujer
Que no se acercaría
A sátiro en porfía
Ni a darle de comer.

Pobre de la señora
Víctima del baboso,
Pues resulta asqueroso
Tenerlo que soportar;
Dan ganas de vomitar
O de arrojarlo a un foso.

Vean señores ancianos
Lo que les vengo a decir;
Es necesario asumir
El peso de los años,
No busquen desengaños
Por afán de presumir.
...............................................
5
Viejo con novia joven
Tiene gato encerrado;
Estando enamorado
Poco futuro le espera.
Tan sólo una quimera
Es su sueño deseado.

La viagra es buen invento,
Más no contranatura.
No puede la tersura
Con el tiempo competir.
El joven ha de sentir
La carne prieta y dura.

El viejo, babeando,
No tiene cabeza
Para ver la pobreza
Que ofrece en atractivo;
Ha de ser incentivo
Otra cosa que ofrezca.

Que mujer lozana
No yace con pellejo
Flojo y seco de viejo;
Busca joven a efecto
Que le supla el defecto
Del que se afecta el conejo.

Cuando las carnes flojas
Atrapan carne prieta,
Se escapa por la grieta
El encanto del amor;
De la joven, el candor,
Convierte en mala treta.

Compensando, convendrá
Mirar la billetera
Porque, de esta manera,
porque , de esta manera,
la pena será menos;
que el tacto de sus senos
no lo compre cualquiera.

6-
En tremenda señora
De curvas bien servida
Puso un viudo su vida
Y todo su capital;
De la suma del total,
No doy fe conocida.-.

Dicen que el pobre viejo
Las tuerca le aflojaban
Cuando juntos andaban
Mostrando su cariño;
El parecía un niño,
A ella la criticaban..

Siendo falta la mujer
De un hombre en compañía,
Aceptó lo que venía
Con buenas intenciones
Que no hay muchas razones
Si el otro bien porfía..

No había nada malo
En aquella relación
Cuando sintió el corazón
La llama del amor;
Aunque marchite la flor
Del deseo y la pasión.

Cuando hubo que consumir
La llama de aquel ardor,
La dama con su candor,
Por entero se ofreció
Pero el viejo se olvidó
Como se hacía el favor...-

Arrimole la boca
A la fuente del placer;
Tanto le dio menester
Que el pobre se atragantó
Y entre las piernas murió
De aquella ardiente mujer.
............................................Fin SextinaS.....

MARIA DE LAS MERCEDES

MARIA DE LAS MERCEDES

(A mi querida Momia pampera)

Su figura no era muy real del todo, ¿o quizás sí? Aunque con su aspecto, dejó de tratar diariamente con sus amigos de siempre, su estado era de felicidad absoluta… Al fin pudo ir a aquel lugar con el que ella había soñado desde niña. Contempló todos los rincones minuciosamente, y aspiró la esencia de cada uno de éllos, los ambientes de aquel paraje tan idílico e irreal. Desde aquel lago podía renacer todos los días, abriendo las cortinas brumosas para saludar al edificio del amor. Ese que fue construido por un Marajá loco de amor, para rememorar su historia con aquella belleza tan exótica.

Todos los días sus habitantes saludaban al fantasma de la bella mujer que descorría las cortinas de la confusión para dejar entrar la belleza.

FELICIDADES, TEQUILA

FELICIDADES, TEQUILA

Parece que las señoras últimamente están de enhorabuena, cumplen años... Y cumplir un año más en un lugar como este es todo un lujazo... Siendo un trabajo hercúleo llegar hasta aquí con ese cuerpo. Felicitamos esta vez a nuestra amiga, que para su edad, le da mucho a la Tequila... Jejejejjee

A pedido...

A pedido...

A pedido del jefe, y por haberle vendido ya mi alma, cumplo con subir una imagen por si a alguien le despierta alguna musa y gusta escribir algo inspirado en ella. ;)

¡Felicidades Espuma!

¡Felicidades Espuma!

Toda la Tropa Infernal te desea Felicidades y que tus sueños se cumplan en todo este año (déjanos alguno).

Almas pecadoras buscando redención

Almas pecadoras buscando redención

Tres almas totalmente perdidas estuvieron en una ciudad, renegociando su contrato con el Infierno. No consiguieron nada, pero a cambio, se pusieron como trullos de gordos...