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AUSTER, P. Pista de despegue. Anagrama

Otra vez aquí, y otra vez Auster. Pista de despegue (Poemas y Ensayos 1970 – 1979) constituye una recopilación de su obra más temprana, de lo que escribió más o menos cuando tenía mi edad, por eso quise leerlo y me lancé a buscarlo por Madrid. Mi primera parada fue en la Casa del Libro de la calle Alcalá, donde me encontré a Julio, el poeta chileno de la tertulia de Nacho, transmutado en solícito dependiente. Allí no estaba, pero Julio me remitió con acierto a la tienda que tienen cerca de Arenal... y allí lo conseguí; el único ejemplar que quedaba y que compré con Antonio a finales de julio, la tarde antes de su primer intento de viaje a Italia.
Por encima de todo, el libro, interesante, me parece una fuente de recomendaciones incomparable: Reznikoff, Jabés, Ungaretti, Riding... rara era la página que volvía sin anotar algún titulo o algún autor al que acudir en un futuro, recorriendo “el camino de Auster”, plagado de referencias no sólo literarias, sino también plásticas.
Más allá del descubrimiento continuo de creadores hasta ahora para mí desconocidos, la lectura de Pista de despegue me ha servido principalmente para adentrarme poco a poco en la poesía, desde la de Riding o Celan a la del propio Auster, que dedica la primera parte del libro a sus poemas y nos ofrece versos como estos:

Que así
Sea. Tanto mejor: tantas palabras
Empujadas o susurradas
Por tus rodillas nómadas
No te devolverán a casa. Aún
Si salieras a rastras de la piel
De tu hermano,
No irías más allá
De tu aliento: ningún
Angel puede curarte
De tu nombre.

(De Canción de Grados. Pág. 56 y 57)

Llevo semanas leyendo poemas entre llamada y llamada en el trabajo, en los viajes de vuelta a casa y durante las horas perdidas de los sábados y los domingos. Al principio los leía rápido y no me decían nada, pero poco a poco, sin apenas esfuerzo por mi parte, creo que he ido aprendiendo a descifrarlos y me he sorprendido dejándome llevar por ellos con una intensidad que nunca había experimentado con la prosa.
No creo que la poesía de Auster sea complicada, aunque tampoco es extremadamente sencilla. De lo que estoy segura es de que, la mayoría de las veces, no la he entendido, lo que no significa que no me haya dejado impresionar por ella. ¿Hablo ahora de Nacho, del cuento, de Vulture, de mi fin de semana en Valencia con una familia que no me merezco o de Victoria? Me parece que no... empiezo a estar un poco hartita. Seguiremos en contacto.

Ramona, adeu y Mar adentro

No he terminado de leer Ramona, adeu, la novela en catalán de Montserrat Roig (Edicions 62) que me dejó Leo para mantener vivo el idioma, pero las tres cuartas partes que me ha dado tiempo a digerir, durante los trayectos en metro y las tardes aburridas de domingo, me han parecido bonitas y tristes. Con la película de Amenábar me ha pasado lo mismo.
El sábado por la noche, después de una mañana de trabajo un tanto accidentada, salí con Sonia a cenar y al cine. Lo primero lo hicimos en un vegetariano de Chueca al que ya habíamos ido otras veces; lo segundo en los cines Princesa de la plaza de los Cubos. ¿Por qué Belén Rueda no deja de parecerme a lo largo de toda la proyección la Lucía de
Los Serrano? Misterio de la humanidad.
Mar adentro es una película con pretensiones, que ofrece una visión de Ramón Sampedro tipo "Chanquete" bastante difícil de creer: en la familia lo adoran (los actores que respaldan a Bardem y Rueda, empezando por Lola Dueñas, son sin duda lo mejor del film), sus amigos no se olvidan de él y todas las mujeres que lo visitan se enamoran perdidamente de sus chistes, sus poemas y su sentido del humor... uhmmm, no me lo creo, y me parece que no soy la única.
Cuando terminó la película, Sonia me confesó que había dado más de una cabezada y, en el baño de chicas, ese lugar donde la sinceridad femenina campa a sus anchas, una amiga le comentó a otra mientras se lavaba las manos: "menudo bodrio nos acabamos de meter"... algo de razón tenía.
Hay escenas buenas, muy muy buenas; escenas que subrayan el buen hacer de Amenabar y Mateo Gil, su inseparable colaborador: desde la distancia insalvable entre dos manos a la brillante intervención de Jose María Pou. Sin embargo, hay también partes de la película que rozan el ridículo, como las imágenes de la playa gallega con Sampedro joven; un paisaje que nos recuerda más a la costa de la República Dominicana.
En fin... no estoy muy positiva. No me hagáis mucho caso. Hoy me siento algo triste. No sé cómo llevar esto del blog: pienso que Antonio lo tiene un poquito abandonado, que no escribe, y que lo que escribo yo, reseñas y críticas a parte, corre el peligro de ser demasiado real, demasiado "querido diario"... ¡Horror! Ni soy Nani Moretti, ni Anaïs Nin, ni Ana Frank, pero incluso en la intención de huir de los topicos reside la convencionalidad más rastrera... no me hagáis caso y, de cualquier manera, id al cine y leed Ramona, adeu. Para criticar las cosas, hay que conocerlas. Ya me diréis. Buenas noches.

KUNDERA, M. El libro de los amores ridículos. Tusquets.

"El libro de los amores ridículos" es un libro de relatos. El martes de la semana pasada acabé "Despertar en Sarajevo" y se lo envíe a R por mail. Al día siguiente vino a casa para devolverme el reloj. No pasó de la puerta, no se quitó las gafas de sol ni soltó el casco de la moto. Vino y se fue, saludándome con un beso en la mejilla. No he vuelto a verlo. Sé por sus correos que se siente ofendido y estoy triste. Sonia ha leído el cuento, Antonio también, mi madre... todos dicen que, aunque está bien, a R ha debido sentarle como una patada en el estómago... y lo peor es que muchas cosas de las que he escrito no son verdad...
Kundera utiliza al Doctor Havel o la chica del falso autostop para “aligerar” el amor, la religión o el paso de los años. En ninguno de los textos parece tomar nada en serio, a pesar de que el trasfondo de la Praga resultante de la revolución actúa como un personaje más, siempre en contra de los protagonistas, desde el profesor universitario de la primera historia al atribulado Eduard de la última.
Hace muchos años, probablemente más de una década, cuando aún no tenía edad para entenderlo leí "La insoportable levedad del ser". De aquella única lectura conservo en el recuerdo los nombres del perro, Karenin, y de las mujeres, Teresa y, sobre todo, Sabina, su vida independiente y su estudio abierto las 24 horas para todos los hombres (desde el presente miro hacia atrás y pienso que ese personaje me ha influido, ha contribuido a lo que ahora, para bien o para mal, soy). Creo que voy a volverla a leer. Iré a Valencia y releeré la misma edición, en esta época rara en la que vuelvo a confundir las cosas.
El otoño está se acerca. Antonio ha regresado de Perugia y hoy dormirá aquí. Veremos Gran Hermano en la televisión y nos reiremos. Después volverá Diego y llegarán las revistas y el reparto... y las tertulias, a las que tendré que acudir si quiero que R retome su costumbre de escribirme todos los días... estoy un poco triste. ¿Lo he dicho ya? Ayer me bajó la tensión en Repsol y la realidad se distorsionó ante mí como si de repente se hubiera ocultado detrás de un filtro expresionista. Y quiero salir otra vez de Madrid, pedir Tiempo y escapar... y, eso sí, sigo leyendo.