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Ce de cactus

Canibalismo

Cuando te tuestas al sol, cosiendo tu tiempo con el mío, y dejas que tu piel se funda lentamente, no dejo de mirar esos ojos verdes, enemistados con tus rasgos de piel andina, y que tan traicioneramente son molestados por un trocito de sol.

Tal vez me mude allí durante un tiempo para pensar si debo o no trasladarme. O tal vez llene mis maletas de tu olor tropical, del recuerdo del peso de tu cuerpo grácil envuelto de energía, para poder alimentarme de ti en la distancia.

En mi espalda

En mi espalda

Esa noche me enamoré. Me enamoré de sus manos pulidoras de imágenes, me enamoré de su mente, por ser capaz de hacer nacer tan lindas palabras. Él levantó la vista para cruzarse con mis ojos que desde atrás lo observaban, mas no se extrañó de encontrar a una desconocida irrumpiendo en mitad de la noche en su alcoba apedazada con sueños, aunque fuera leyéndole desde la fría distancia.

Me enamoré del aroma de su pelo que aún desconocía, y de su rostro invisible y confuso, que todavía aguarda tímido en un rincón de mi mente. También me enamoré de su voz, dulce y cálida como el viento de verano, o así es como suena dentro de mi. Aunque no le hubiera visto nunca, sentía el ardor de sus palabras. Soñando que era yo quien las recibía, leía en voz alta... "Voy a pintar un bonito cuadro en tu espalda, lo haré con mis trazos más finos y delicados". Pero tal vez eran sólo palabras y yo la persona equivocada.

Rarezas del desierto

Rarezas del desierto

El cactus se caracteriza por su variedad de tamaños y formas, por sus espinas y sus escasas pero hermosísimas flores. La primera advertencia que hay que hacer a quien se comienza a interesar en ellos, es que los cactus no presentan síntomas de enfermedad o de descuido. El cactus se toma un tiempo considerable en crecer y en desarrollarse, y por lo tanto, también en morirse. Aunque no lo manifieste.

De modo que podemos cometer un sinnúmero de errores y nuestro cactus seguirá con el mismo aspecto de siempre, aunque por dentro haya iniciado el lento camino hacia su muerte.

El tendedero

El tendedero

Estaba Claudia tumbada en el césped perdiéndose en el cielo. Cuando empezaba el frío siempre tenía que discutirse consigo misma y poner un poco de orden en su cabeza. Aireaba las ideas polvorientas y apolilladas encerradas en su psique demasiado tiempo, y las tendía al sol, para abrillantarlas y nutrirlas con especial cariño. Desmarañándolas de su letargo, cobraban vida. ¿Pero dónde tenderlas?

Ese día el tendedero de la conciencia estaba repleto, así que optó por colgarlas en el de las pasiones, allí supuso que se secarían sin ninguna dificultad. Pero entonces, por mala estrella, una idea perdió la pinza que la sujetaba, precipitándose al vacío sin ningún remedio.

Desde aquel momento las otras ideas se niegan a secarse en el tendedero de la pasión. Toda una tragedia. Tal vez por eso, Claudia ya no sabe amar.

El viento del este

El viento del este

Coincidiendo con esas fechas, ella siempre se rompía la cabeza. Mientras decidía si debía sacudir o no las mantas en el balcón, pensaba en un regalo para él, que cumplía años. Esperando de pie, el viento del este le soplaba a quemarropa que le diera lo más preciado; el del oeste, un mero detalle para mantener la llama encendida.

Y entonces ella, en un ataque desesperado de deseo por recuperar lo perdido, decidió regalarle su más valuoso tesoro, el alma. Y así fue su adiós: se marchó, volando, en silencio, en un fugaz segundo, hasta su nuevo propietario.

A partir de ese instante ella ya no tuvo que decidir nunca más sobre los entresijos que la atormentaban. Él fue quien decidió si era adecuado sacudir o no las mantas.