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Perpetual Night Party

Perpetual Night Party

Estoy tan lejos de aquí. Las cosas pasan a mi alrededor y todos actúan como si supieran lo que esta pasando. Como si las cosas fueran obvias y solamente hacia falta verlas porque claro "Saltan a la vista". Yo nunca veo nada. Hablo conmigo mismo y leo los letreros que hay a un lado de la carretera. A veces mi novia, deambula frente a mi. A veces me dan ganas de estrangularla. Otras veces me gusta que me estrangule. Cuando estoy con las amigas de mi novia me gusta pensar que algún día, cuando estén ebrias se desvestirán frente a mi y me dejaran disfrutar sus bailes y movimientos. Pero después recapacito y me doy cuenta que solo necesito amor desenfrenado. Un amor que me deje abusar cuanto quiera, que me permita romper todo antes de separarse de mi. Algo que en verdad dure para siempre. Es tan complicado llegar a lo mas simple. Alguien dijo que había que pasarlo mal para llegar a la sabiduría. Alguien estaba completamente equivocado. Conozco miles de personas que han alcanzado la sabiduría y estaban por ahí en el mundo real, vivos y coleando como animales en la edad de piedra. Soy un ignorante. Lo reconozco. Mi única virtud es existir. Soy una buena excusa para que las imágenes mas anormales, las sensaciones extrañas, las emociones llenas de fuerza, la belleza de la música, y toda la variedad de sensaciones recorra mi cuerpo. No veo otra razón por la que yo este aquí. Ah ! casi lo olvido. También estoy aquí para escribir y hacer que toda la basura que me rodea parezca mas humana. Saludo y: Disfruten sin moderación.

Hay espacio al fondo...

Aun no he muerto. Tu sabes de lo que estoy escribiendo, la reunion sera en el lugar de siempre a la hora establecida. Recuerda no traer a nadie nuevo. 125kh 2566jgt 45154hghdhcyf 9fdfcde46v ef654.

Playa, por Roberto Bolaño

Dejé la heroína y volví a mi pueblo y empecé con el tratamiento de metadona que me suministraban en el ambulatorio y poca cosa más tenía que hacer salvo levantarme cada mañana y ver la tele y tratar de dormir por la noche, pero no podía, algo me impedía cerrar los ojos y descansar, y ésa era mi rutina, hasta que un día ya no pude más y me compré un trajebaño negro en una tienda del centro del pueblo y me fui a la playa, con el trajebaño puesto y una toalla y una revista, y puse mi toalla no demasiado cerca del agua y luego me estiré y estuve un rato pensando si darme un baño o no dármelo, se me ocurrían muchas razones para hacerlo, pero también se me ocurrían algunas razones para no hacerlo (los niños que se bañaban en la orilla, por ejemplo), así que al final se me pasó el tiempo y volví a casa, y a la mañana siguiente compré una crema de protección solar y me fui a la playa otra vez, y a eso de las 12 me marché al ambulatorio y me tomé mi dosis de metadona y saludé a algunas caras conocidas, ningún amigo o amiga, sólo caras conocidas de la cola de la metadona que se extrañaron de verme en trajebaño, pero yo como si nada, y luego volví caminando a la playa y esta vez me di el primer chapuzón e intenté nadar, aunque no pude, pero eso ya fue suficiente para mí, y al día siguiente volví a la playa y me volví a untar el cuerpo con protección solar y luego me quedé dormido sobre la arena, y cuando desperté me sentía muy descansado, y no me había quemado la espalda ni nada de nada, y así pasó una semana o tal vez dos semanas, no lo recuerdo, lo único cierto es que cada día yo estaba más moreno y aunque no hablaba con nadie cada día me sentía mejor, o diferente, que no es lo mismo pero que en mi caso se le parecía, y un día apareció en la playa una pareja de viejos, de eso me acuerdo con claridad, se veía que llevaban mucho tiempo juntos, ella era gorda, o rellenita, y debía de andar por los 70 años aproximadamente, y él era flaco, o más que flaco, un esqueleto que caminaba, yo creo que eso fue lo que me llamó la atención, porque por regla general apenas me fijaba en la gente que iba a la playa, pero en éstos me fijé y la causa fue la delgadez del tipo, lo vi y me asusté, coño, es la muerte que viene a por mí, pensé, pero no venía a por mí, sólo era un matrimonio viejo, él de unos 75 y ella de unos 70, o al revés, y ella parecía gozar de buena salud, y él hacía pinta de que iba a palmarla en cualquier momento o de que ése era su último verano, al principio, pasado el primer susto, me costó alejar mi mirada de la cara del viejo, de su calavera apenas recubierta por una delgada capa de piel, pero luego me acostumbré a mirarlos con disimulo, tirado en la arena, bocabajo, con la cara cubierta por los brazos, o desde el paseo, sentado en un banco frente a la playa, mientras fingía que me quitaba la arena del cuerpo, y me acuerdo que la vieja siempre llegaba a la playa con un parasol bajo cuya sombra se metía presurosa, sin bañador, aunque a veces la vi con bañador, pero más usualmente con un vestido de verano, muy amplio, que la hacía parecer menos gorda de lo que era, y bajo el parasol la vieja se pasaba las horas leyendo, llevaba un libro muy grueso, mientras el esqueleto que era su marido se tiraba sobre la arena, vestido únicamente con un trajebaño diminuto, casi un tanga, y absorbía el sol con una voracidad que a mí me traía recuerdos lejanos, de yonquis disfrutando inmóviles, de yonquis concentrados en lo que hacían, en lo único que podían hacer, y entonces a mí me dolía la cabeza y me iba de la playa, comía en el Paseo Marítimo, una tapa de anchoas y una cerveza, y después me ponía a fumar y a mirar la playa a través de los ventanales del bar, y luego volvía y allí seguía el viejo y la vieja, ella debajo de la sombrilla, él expuesto a los rayos del sol, y entonces, de manera irreflexiva, a mí me daban ganas de llorar y me metía en el agua y nadaba, y cuando ya me había alejado bastante de la orilla miraba el sol y me parecía extraño que estuviera allí, esa cosa grande y tan distinta de nosotros, y luego me ponía a nadar hasta la orilla (en dos ocasiones estuve a punto de ahogarme) y cuando llegaba me dejaba caer junto a mi toalla y me quedaba mucho rato respirando con dificultad, pero siempre mirando hacia donde estaban los viejos, y luego tal vez me quedaba dormido tirado en la arena, y cuando me despertaba la playa ya empezaba a desocuparse, pero los viejos seguían allí, ella con su novela bajo la sombrilla y él bocarriba, en la zona sin sombra, con los ojos cerrados y una expresión rara en su calavera, como si sintiera cada segundo que pasaba y lo disfrutara, aunque los rayos del sol fueran débiles, aunque el sol ya estuviera al otro lado de los edificios de la primera línea de mar, al otro lado de las colinas, pero eso a él parecía no importarle, y entonces, en el momento de despertarme yo lo miraba y miraba el sol, y a veces sentía en la espalda un ligero dolor, como si aquella tarde me hubiera quemado más de la cuenta, y luego los miraba a ellos y luego me levantaba, me ponía la toalla como capa y me iba a sentar en uno de los bancos del Paseo Marítimo, en donde fingía quitarme la arena que no tenía de las piernas, y desde allí, desde esa altura, la visión de la pareja era distinta, me decía a mí mismo que tal vez él no estuviera a punto de morir, me decía a mí mismo que el tiempo tal vez no existía tal como yo creía que existía, reflexionaba sobre el tiempo mientras la lejanía del sol alargaba las sombras de los edificios, y luego me iba a casa y me daba una ducha y miraba mi espalda roja, una espalda que no parecía mía sino de otro tipo, un tipo al que aún tardaría muchos años en conocer, y luego encendía la tele y veía programas que no entendía en absoluto, hasta que me quedaba dormido en el sillón, y al día siguiente vuelta a lo mismo, la playa, el ambulatorio, otra vez la playa, los viejos, una rutina que a veces interrumpía la aparición de otros seres que aparecían en la playa, una mujer, por ejemplo, que siempre estaba de pie, que jamás se recostaba en la arena, que iba vestida con la parte de abajo de un bikini y con una camiseta azul, y que cuando entraba en el mar sólo se mojaba hasta las rodillas, y que leía un libro, como la vieja, pero estaba mujer lo leía de pie, y a veces se agachaba, aunque de una manera muy rara, y cogía una botella de pepsi de litro y medio y bebía, de pie, claro, y luego dejaba la botella sobre la toalla, que no sé para qué la había traído si no se tendía nunca sobre ella y tampoco se metía en el agua, y a veces esta mujer me daba miedo, me parecía excesivamente rara, pero la mayoría de las veces sólo me daba pena, y también vi otras cosas extrañas, en la playa siempre pasan cosas así, tal vez porque es el único sitio en donde todos estamos medio desnudos, pero que no tenían demasiada importancia, una vez creí ver a un ex yonqui como yo, mientras caminaba por la orilla, sentado en un montículo de arena con un niño de meses sobre las piernas, y otra vez vi a unas chicas rusas, tres chicas rusas, que probablemente eran putas y que hablaban, las tres, por un teléfono móvil y se reían, pero la verdad es que lo que más me interesaba era la pareja de viejos, en parte porque tenía la impresión de que el viejo se iba a morir en cualquier instante, y cuando pensaba esto, o cuando me daba cuenta de que estaba pensando esto, el resultado era que se me ocurrían ideas disparatadas, como que tras la muerte del viejo iba a ocurrir un maremoto, el pueblo destruido por una ola gigantesca, o como que iba a ponerse a temblar, un terremoto de gran magnitud que haría desaparecer el pueblo entero en medio de una ola de polvo, y cuando pensaba lo que acabo de decir ocultaba la cabeza entre las manos y me ponía a llorar, y mientras lloraba soñaba (o imaginaba) que era de noche, digamos las tres de la mañana, y que yo salía de mi casa y me iba a la playa, y en la playa encontraba al viejo tendido sobre la arena, y en el cielo, junto a las otras estrellas, pero más cerca de la Tierra que las otras estrellas, brillaba un sol negro, un enorme sol negro y silencioso, y yo bajaba a la playa y me tendía también sobre la arena, las dos únicas personas en la playa éramos el viejo y yo, y cuando volvía a abrir los ojos me daba cuenta de que las putas rusas y la chica que siempre estaba de pie y el ex yonqui con el niño en brazos me contemplaban con curiosidad, preguntándose acaso quién podía ser aquel tipo tan raro, el tipo que tenía los hombros y la espalda quemados, y hasta la vieja me observaba desde la frescura de su sombrilla, interrumpida la lectura de su libro interminable por unos segundos, preguntándose tal vez quién era aquel joven que lloraba en silencio, un joven de 35 años que no tenía nada, pero que estaba recobrando la voluntad y el valor y que sabía que aún iba a vivir un tiempo más.

A todos aquellos...

Personajes de mi vida que ya no veo, todos los que han quedado fuera de mi vida, los que ya solo pertenecen a mi pasado. A todos aquellos con los que acabe bien, y solo el tiempo y la distancia se ha interpuesto, gracias por haber estado alguna vez conmigo, me gustaría volveros a ver (¿creo?).
A los que acabamos mal, por mi culpa; lo siento, pude haberlo hecho mucho mejor, seguro que me gustaría arreglarlo (¿creo?).
A los que me jodieron, espero que se estén pudriendo en el infierno, pero sin rencores por favor...
Los que continúan aquí, voy a intentar que así siga el asunto, y que esto dure.

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ABUSO DE CONCIENCIA
Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana, atenuada a mediodía, solapada por la tarde; todo es igual, incluso los senderos y los árboles del jardín, y esa vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.
También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a mi alrededor, me digo: “Parecen de veras. ¡Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este momento!”
Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¡Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!
¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces mi verdadero rostro.

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“La poesía parece un juego pero no lo es. El juego reúne a los hombres, pero olvidándose cada uno de sí mismo. Al contrario, en la poesía los hombres se reúnen sobre la base de su existencia. Por ella llegan al reposo, no evidentemente al falso reposo de la inactividad y vacío del pensamiento, sino al reposo infinito en que están en actividad todas las energías y todas las relaciones” (carta de Hölderlin a su hermano, 1 de enero de 1799. Citado por Heidegger en La esencia de la poesía)

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Para los defensores de la Tierra hueca, todos quienes dicen haber llegado a los polos se equivocan ya que no es un punto geográfico en la tierra externa "no se encuentra afuera, sino adentro". La Tierra estaría hendida en sus dos extremos y se curvaría al interior, de modo que si alguien sobrepasa los 83 grados de latitud, al norte o al sur, sin saberlo se hallará en el interior del planeta. La fuerza de gravedad se ubica en el centro de la corteza terrestre, que tiene un espesor de 800 millas. Más allá está el aire, el hueco interior de la tierra. La corteza, en su reverso, constituiría continentes y mares, bosques, montañas, ríos, habitados por una raza superior que entró allí en tiempos remotos y que serán los hiperbóreos de la leyenda. Su civilización sería mucho más avanzada que la de la superficie y algunos de sus guías mantendrían el contacto con muy pocos de los de "aquí". Allí estarían Agharta y Shamballah sumergidas (agharta quiere decir "inaccesible" en sánscrito), de las que hablan tibetanos y mongoles, como sedes del Rey del Mundo y el "Reino del preste Juan", y el oriente simbólico de los templarios. Allí habrían ido, entonces, los dirigentes de la Organización Esotérica hitleriana. Desde allí, Hitler recibiría instrucciones. Tal vez fuera el "paraíso terrenal inexpugnable" al que se refería el Almirante Dönitz. A sus marinos les habían permitido entrar, navegando bajo la gran barrera de los hielos polares, o por pasillos secretos, redescubiertos. Desde allí, en tiempos remotos, fueron expulsados los gitanos y los esquimales. Los esquimales cantan: "Son grandes, son terribles los hombres del interior". Y a veces se extravían los mamuts y son hallados congelados "afuera". Y allí se originan los icebergs de agua dulce, en los ríos de la tierra interna.

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En 1925, Jung editó un extraño libro, sin su firma. Sólo después de su muerte, con la publicación de sus Memorias, se ha confirmado la paternidad de la obra, contándonos Jung bajo cuáles urgencias la escribió, aparentemente en escritura automática, como dictada desde el «otro mundo», desde el Inconsciente Colectivo, como diría él. El personaje que se «la dictó» fue un Arquetipo: el del Maestro, del Sabio, del Gurú de los hindúes: Por aquel entonces, Jung se enfrentaba con el Arquetipo del Anima, esforzándose por no oír sus engañosas voces, al mismo tiempo que, algunas veces, se tomaba de su mano para descender con él a los infiernos o escalar hasta los cielos.
Jung bautizó con el nombre de Filemón a ese anciano que se le aparecía y le hablaba, revelándole profundos secretos en el fondo de su propia alma. Llegó a dibujarle, y así se ha podido conocer su silueta en El Libro Rojo, que redactó como diario de aquella época. De este modo, Filemón venía a ser el Anciano Eterno, el Caminante de la Aurora, el Viajero de los Días, el Maestro, el Gurú que habla desde un mundo sin tiempo, con otras dimensiones.
He conocido en la India y también en Chile a iniciados que reciben sus órdenes, sus «prácticas», sus normas de vida, de Maestros descarnados, habitantes del otro mundo. Estos Gurús no han descendido jamás a la carne, aun cuando sus imágenes son definidas y descritas con la misma precisión que Jung usó para dibujar a su Filemón.
Jung nos cuenta cómo se vio obligado a escribir ese extraño libro que tituló, en latín, VII Sermones ad Mortuos y el cual le fuera dictado por Filemón; pero que él atribuyó a Basílides, gnóstico de Alejandría, «la ciudad donde el Este se topa con el Oeste».
Los más curiosos fenómenos precedieron a la realización de la obra. La casa de Jung se llenó de ruido, el aire era tenso, como si estuviera lleno de presencias invisibles, sus hijos y él mismo tenían extraños sueños, la fatalidad parecía rondarles, acechando en los rincones. Todo lo cual no cesó hasta el momento mismo en que Jung dio fin a su libro.
El estilo en que está escrito es arcaico y un tanto confuso, lo cual es inevitable ante el impacto numinoso del Arquetipo.
Los junguianos no desean que este libro se difunda, temiendo quizás que la reputación científica del Maestro pueda sufrir menoscabo, confirmándose la acusación del misticismo que algunos críticos han hecho a Jung. Pero Jung lo reconoce y destaca en sus Memorias, sin temor alguno. En la edición alemana de estas Memorias póstumas se reproducen enteros los VII Sermones ad Mortuos, no así en la traducción inglesa, de donde han sido expurgados.

Simbolos...

Una mesa y una silla metálicas aparecen como únicos elementos de un espacio inquietantemente blanco, inquietantemente aséptico mitad morgue de hospital, mitad biblioteca tras la quema de sus libros. En el centro de la mesa un timbre espera silencioso y un cajón permanece cerrado en uno de los laterales. De fondo suena el "Réquiem" de Mozart. Se adivinan dos puertas, una a cada lado del escenario. Por la de la izquierda entra un MUCHACHO semidesnudo, semiinvisible, con unos zapatos de cordones insultantemente negros. Llega como si buscara algo, también como si no supiera lo que busca; ve la mesa, descubre el timbre y lo hace sonar. Espera unos segundos y vuelve a pulsarlo. Un momento después entra, por la puerta de la derecha, una MUJER vestida con un traje, el pelo recogido, gafas... Viene limándose las uñas y sus manos realizan este movimiento rítmico con la misma naturalidad con la que respira diecinueve o veinte veces por minuto. Milagrosamente, ve al MUCHACHO semiinvisible y se acerca a él.)
MUJER: Buenos días. ¿Qué desea?
MUCHACHO (Inseguro.): Buenos días. He venido porque me han dicho que en este lugar... (No sabe cómo seguir.)
MUJER: ¿En este lugar?
MUCHACHO: En este lugar.
MUJER: ¿En este lugar qué?
MUCHACHO: Que aquí pueden ayudarme.
MUJER: Eso depende, claro.
MUCHACHO: ¿Depende de qué?
MUJER: Depende de su petición. Nada de dentífricos ni de termómetros. La semana pasada repartimos ya demasiados...
MUCHACHO: No, verá... Yo...
MUJER: Tampoco pilas usadas.
MUCHACHO: Claro, lo entiendo, pero...
MUJER: Ni tiradores de puertas de estanterías de cocina.
MUCHACHO: Es que yo venía a por una cosa distinta...
MUJER: ¿Distinta?
MUCHACHO: Sí, distinta..., distinta a todo lo demás.
MUJER: Pues no sé de qué pueda tratarse. ¡Me encanta este fragmento del "Réquiem"! ¿A usted no? (Escucha durante un momento, como extasiada.) Es tan... tan...
MUCHACHO: ¿Sublime?
MUJER (Pensativa.): Sublime..., tal vez... O no sé. Casi nunca estoy segura del todo. ¿Y usted quién es?
MUCHACHO: ¿Cómo dice?
MUJER: Debe identificarse antes de realizar cualquier tipo de petición o consulta.
MUCHACHO: Ah, pues yo soy... un muchacho.
MUJER: ¿Unmuchacho?
MUCHACHO: Eso es...
MUJER: Unmuchacho... De acuerdo. Entonces, Señor Unmuchacho, volvamos a su solicitud. Usted había venido porque...
MUCHACHO: Necesito... papel.
MUJER (Sorprendida.): ¿Cómo?
MUCHACHO: Que necesito papel.
MUJER: ¿Papel?
MUCHACHO: O un trozo de tela o de cartón... Algún sitio donde se pueda escribir.
MUJER (Súbitamente fría.): Eso no es posible.
MUCHACHO: Pensé que tal vez...
MUJER: Lo siento, pero son las órdenes... Nada de papel.
MUCHACHO (Suplicante.): Tendría bastante con un sólo folio. O una esquinita.
MUJER: Ya, pero no estoy en condiciones de... Usted ya conoce la Reglamentación del Consejo y sabe que ese tipo de deseos no está admitido. No es que yo no quiera. Personalmente, me da igual si...
MUCHACHO: Tiene que haber alguna forma.
MUJER: Lo dudo.
MUCHACHO: Siempre hay una forma.
MUJER: ¿Una forma de qué?
MUCHACHO: Una forma... una forma de conseguir... papel o termómetros.
MUJER: La semana pasada.
MUCHACHO: ¿Qué?
MUJER: La semana pasada sobraron termómetros, y una comisión se tuvo que encargar de reconvertirlos en azúcar.
MUCHACHO: Una solución muy útil.
MUJER: ¿Sabe? Quizá podría concertarle una cita con otra persona... Para lo del papel.
MUCHACHO: ¿Con quién?
MUJER: Con algún señor Director... Pero no se haga muchas ilusiones.
MUCHACHO: ¿Podría verle ahora?
MUJER (Temerosa.): Pues no sé... Todos suelen estar muy ocupados, tomando decisiones, ¿sabe? Hay muchas cosas sobre las que decidir, lo de los termómetros, por ejemplo, y... Tal vez no haya sido una buena idea sugerirle que... Casi nunca admiten consultas...
MUCHACHO: Pero tengo prisa. Necesito el papel ya.
MUJER: En fin, podría intentarlo, aunque... Siéntese aquí (Le muestra la silla.). Veremos si puede atenderle alguno en este momento. (Casi a punto de salir.) Oiga, ¿le gusta Mozart? En eso sí decido yo. Lo de la música. ¿Quiere que ponga otra cosa?
MUCHACHO: Mozart está bien...
MUJER: Pero no es su preferido, ¿verdad? Tal vez... ¿Vivaldi? ¿O Bach?
MUCHACHO: Me gustan mucho los franceses.
MUJER: ¿En serio?
MUCHACHO: Sí. Algunos me parecen...
MUJER: ¿Sublimes?
MUCHACHO: Sublimes.
MUJER: Muy bien. Ahora vuelvo. Mientras tanto, haga usted algo útil... Ya sabe que según la Reglamentación resulta muy perjudicial y altamente contradictorio estar perdiendo el tiempo...
MUCHACHO: Artículo ciento treinta barra cuarenta y tres.
MUJER: Eso es... Entreténgase desatándose y atándose los cordones. Es un ejercicio muy recomendado por los señores Directores.
MUCHACHO: Está bien. La espero.
(La MUJER sale. El MUCHACHO comienza a desatarse los cordones con atención desmedida: es un ejercicio muy recomendado por los señores Directores. Al momento deja de sonar Mozart y empieza un tema de Fauré o tal vez, fuese Debussy, la verdad es que siempre confundo a estos dos compositores. Cuando pasa un rato así entra la MUJER visiblemente acompañada por un señor DIRECTOR: hombre de unos cincuenta años, vestido con esa elegancia que caracteriza a los señores Directores. Trae una especie de regla larga en la mano, aunque también podría ser un termómetro reconvertido. El MUCHACHO se levanta algo inquieto, con los cordones a medio atar.)
MUJER (Señalando al MUCHACHO.): Aquí está señor Director. Este es el señor Unmuchacho.
DIRECTOR (Lo inspecciona de arriba abajo.): (A la MUJER.) De acuerdo. Ya puede usted retirarse.
MUJER: Con su permiso. (Se va.)
DIRECTOR (Mientras habla, va dando vueltas alrededor del muchacho, con aire marcial, golpeándose una mano con la regla.): Según me han dicho ha venido usted porque... quiere papel.
MUCHACHO: Sí, señor. Me bastaría con un trozo de folio.
DIRECTOR: Ya... Pero usted conoce nuestras normas.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR: Son normas básicas de convivencia.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR: Que todos debemos respetar para el mantenimiento de un orden apropiado y estable.
MUCHACHO: Sí.
DIRECTOR (Se queda quieto delante del MUCHACHO.): ¿Entonces? Si sabe todo esto, ¿para qué viene aquí con este tipo de peticiones?
MUCHACHO: Yo no quería contradecir el Reglamento que...
DIRECTOR: ¿O acaso no ha memorizado nuestros estatutos?
MUCHACHO: Sí, claro que los he...
DIRECTOR: Veamos... (Como un profesor examinando a un alumno.) Veinticuatro barra treinta y dos.
MUCHACHO: Cruzar los dedos antes de pasar bajo una puerta roja.
DIRECTOR: Trescientos ochenta y cuatro barra cinco.
MUCHACHO: Sonarse la nariz después de que un pájaro haya cantado más de treinta segundos.
DIRECTOR: Uhmmm... Dos barra mil setecientos cuarenta y nueve.
MUCHACHO: Poner un pie delante del otro cada vez que se desee ir hacia alguna parte.
DIRECTOR: Está bien... Parece que escuchó atentamente a nuestros consejeros. Por eso no comprendo que llegue aquí, pidiendo que le demos papel... Papel... ¿Acaso no recuerda el artículo diecisiete barra cuatrocientos veinticinco?
MUCHACHO: Sí... Pero creía que tal vez pudieran hacer una excepción.
DIRECTOR (Ofendido.): ¿Excepciones? Pero, cómo se le ocurre algo así. Aquí no se permiten las excepciones. Nunca. Las excepciones son el comienzo de la desorganización.
MUCHACHO: Ya le he dicho que yo no voy a utilizar mal el papel.
DIRECTOR: Pero, ¿para qué lo quiere, ¡vamos a ver!?
MUCHACHO: Para un recuerdo.
DIRECTOR: ¿Un qué?
MUCHACHO: Un recuerdo... Quiero escribir un recuerdo.
DIRECTOR: Pero, ¿sabe usted lo que está diciendo? ¿Acaso no hemos dicho mil veces que los recuerdos resulta sumamente perjudiciales? Son engañadizos. Le hacen creer a uno que las cosas son como no son, y de ahí sólo hay un paso para la sublevación y el caos.
MUCHACHO: Es un recuerdo cortito... E inocente.
DIRECTOR: Ningún recuerdo es inocente. Ninguno. Los Altos Mandatarios nos han enseñado ya que este tipo de cosas es mejor atajarlas desde la raíz.
MUCHACHO: Es que... además, le he dado forma de poema, ¿sabe?... Antes de que se promulgara la ley diecisiete barra cuatrocientos veinticinco, yo solía leer... Y llevo mucho tiempo pensando, hasta que he encontrado las palabras precisas. ¿Entiende? Si dejo pasar más tiempo, poco a poco iré confundiendo la terminación de un verbo o la colocación de una coma...
DIRECTOR: Todo esto no me gusta nada.
MUCHACHO: ¿Usted nunca ha tenido esa tentación?
DIRECTOR: ¿Cuál?
MUCHACHO: La de buscar un trozo de folio para escribir sobre algo. Cuando ha descubierto una sonrisa nueva en el rostro de una mujer o un pájaro se ha quedado durante mucho rato cerca de usted o algún niño le ha hecho una pregunta extraña o...
DIRECTOR (Molesto.): ¡Ya está bien! Déjese de ejemplos estúpidos... No, yo nunca tengo ese tipo de tentaciones... Yo soy un señor Director. No lo olvide. Mi comportamiento ha de ser siempre siempre siempre modelo.
MUCHACHO: Lo siento. No quería molestarle...
DIRECTOR: ¿Y por qué no ha utilizado usted alguna pared? Eso por ahora no está prohibido.
MUCHACHO: ¿Para qué?
DIRECTOR: Para escribir su... recuerdo.
MUCHACHO: Ya lo pensé. Pero no quedan huecos libres. Hasta las losas del suelo están llenas de palabras. Hasta los árboles. Como ustedes no salen de aquí no se han dado cuenta, pero la gente ha cubierto toda la ciudad de mensajes. (Como si recordara.) Incluso creí que valdría la pena borrar alguno para colocar mi poema. Pero al final no me atreví. Porque todas esas frases son importantes, ¿sabe? Es imprescindible que se queden ahí. La gente las necesita. Se identifica con ellas...
DIRECTOR (Recapacitando.): Entonces, ¿dice usted que hay letras pintadas por todos lados ahí fuera?
MUCHACHO (Inseguro.): Sí.
DIRECTOR (Hablando para sí.): Pues habrá que hacer algo. Tendremos que convocar una reunión urgente. Si estos descuidos llegaran a oídos de los Altos Mandatarios... (Al muchacho.) Gracias por esa información. Haremos algo inmediatamente.
MUCHACHO: ¿Hacer? ¿Qué van a hacer?
DIRECTOR: No se preocupe. Ya sabe que están en buenas manos. Nosotros estamos aquí para cuidar de que todo vaya bien. Ha actuado correctamente viniendo a hablar conmigo.
MUCHACHO: Pero si yo sólo quería que me dieran un trozo de papel.
DIRECTOR: ¡Ya está bien de tonterías! Eso no es posible, no me haga perder la paciencia. ¿Usted sabe el trabajo que nos costó convencerles de la peligrosidad de ese elemento de celulosa? Estaba empezando a ocupar todos los rincones y tuvimos que organizar muchas campañas de concienciación ciudadana... Pero han funcionado. (Soñador.) Afortunadamente todo el mundo está ya olvidando que una vez existieron los libros, y las hojas sueltas, y los almanaques, y las libretas...
MUCHACHO: Claro.
DIRECTOR: ¡Es imprescindible que recuperemos el dominio sobre el presente! Para eso fueron redactados, minuciosamente, nuestros estatutos, para combatir las enfermedades que agrietan el alma humana. ¡Usted dedíquese a seguir las instrucciones! Lo verdaderamente importante es que aprenda a atarse y desatarse bien los cordones. Y también es beneficioso que sepa tocarse la nariz con la punta del dedo. ¿Por qué no trata de perfeccionar esos movimientos? (Mira el reloj.) Por su culpa se me está haciendo tardísimo. (Llamando hacia la puerta.) ¡Elena! A esta hora es cuando pasan los gorriones frente a mi ventana. ¡E-le-na!
(Entra la MUJER, que continúa limándose las uñas, aunque ahora parece como si este gesto le sirviera de excusa para no tener que pensar en cuántas veces está respirando por minuto.)
MUJER: Dígame, señor Director.
DIRECTOR: Quiero que convoque usted a todo el equipo para mañana a primera hora. Es importante. No quiero ni una sola ausencia, ¿me ha entendido?
MUJER: Sí, señor.
DIRECTOR: ¿Seguro?
MUJER: Seguro. ¿Y si me preguntan el tema de la reunión...?
DIRECTOR: Dígales que está empezando a haber disturbios en la ciudad. Que tenemos que tomar medidas.
MUCHACHO (Que hasta entonces había permanecido cabizbajo.): ¿Disturbios? No hay disturbios. Únicamente hay pintadas en las paredes.
DIRECTOR: Por ahí se empieza.
MUCHACHO (Angustiado.): Pero son sólo frases. No son subversivas, de verdad. Es para suplir la falta de papel.
DIRECTOR: No podemos arriesgarnos. Los Altos Mandatarios confían en que nosotros, los Directores, seamos capaces de mantenerlo todo bajo control... ¡y vamos a cumplir con nuestra labor!
MUCHACHO: Por favor, escúcheme primero.
DIRECTOR (Firme.): No hay nada que escuchar. Nosotros sabemos lo que hacemos. (Le echa un vistazo a los zapatos del MUCHACHO.) Mire, como me ha caído usted bien, voy a recompensarle. Elena, dele al chico unos cordones nuevos. Le vendrán bien. Esos ya están muy gastados. (Mientras habla la MUJER saca del cajón de la mesa un paquetito con los cordones y se los da al MUCHACHO. En el gesto nos damos cuenta de que todo el cajón contiene ese mismo material.) Y quédese tranquilo, que actuaremos de la forma más correcta. Como hemos hecho siempre. (Le da la mano.) Encantado. (El MUCHACHO asiente, silencioso.) Elena, no olvide lo que le he encargado.
MUJER: Ahora mismo les aviso, señor Director.
(Sale el DIRECTOR. El MUCHACHO se sienta tristemente en el suelo, para poner en sus zapatos los cordones recién adquiridos.)
MUJER (Amable.): A mí también me gusta Fauré... (¿Se dan cuenta? Llevaba yo razón: era Fauré.) A veces lo escucho varias veces en el día. (Con cierto orgullo.) ¿Se ha dado cuenta de una cosa? Soy yo quien elige la música de esta sección. Y esa es una responsabilidad que no todo el mundo está en condiciones de asumir. Es necesario saber qué autores son recomendables y cuáles no. Pero ellos confían en mi criterio, y me dejan escoger con libertad. ¿No le parece a usted que es importante?
MUCHACHO: Tal vez.
MUJER: Tuve que superar un exhaustivo examen... Si viene otro día, puedo elegir otra cosa para usted. Por ejemplo Beethoven. Podría pasarse por aquí... ¿No le gusta la quinta sinfonía?
MUCHACHO (Se pone de pie. Acaba de tener una idea.): Oiga, ¿le importaría hacerme un favor?
MUJER: ¿Algo relacionado con la música?
MUCHACHO: No es otra cosa... Me preguntaba si podría darme un trozo de su vestido.
MUJER (Con claro asombro.): ¿Cómo dice?
MUCHACHO: Es para copiar un recuerdo.
MUJER: ¿Un recuerdo, suyo?
MUCHACHO: Sí. Me valdría con un trozo de esa tela que lleva puesta.
MUJER: No puedo. Usted sabe que no puedo. ¿Por qué no me pide algo más sencillo? Por ejemplo, algo de Vivaldi. Pero mi vestido... Ellos se darían cuenta.
MUCHACHO: De acuerdo, no se preocupe.
MUJER: No es por mí, de verdad... Usted me cae bien... Pero, no entiendo por qué tanto empeño...
MUCHACHO: La memoria es demasiado quebradiza...
MUJER: ¡Qué raro es usted! Parece medio loco a veces. ¿Es que no se da cuenta que sólo pueden conservarse las cosas que ellos deciden? Si no, sería peligroso para el futuro. Nosotros nunca sabemos qué es desechable y qué no... Nos equivocamos demasiado...
MUCHACHO: A usted le gustaría...
MUJER: ¿Qué?
MUCHACHO: El recuerdo. Tiene forma de poema, ¿sabe? Y cuando pienso en él me parece como si no fuera mío.
MUJER: ¿Por qué ha dicho que me gustaría?
MUCHACHO: Porque se parece a Beethoven.
MUJER: ¿De verdad?
MUCHACHO: Merece el derecho a permanecer.
MUJER (Haciéndole un gesto para que hable en voz baja.): No diga esas cosas... Ese derecho lo conceden ellos... Aunque tal vez si se lo muestra al consejo...
MUCHACHO (Interrumpe, con cierta desesperación.): No me escucharán. Usted ya los conoce... Tengo que hacer algo... Siempre hay una forma... Siempre... Es cuestión de saber buscarla...
(Se quedan un momento en silencio. Ella lo mira con preocupación.)
MUJER (Tratando de distraerlo.): ¿Y por qué le gustan los compositores franceses? (El MUCHACHO no contesta.) Una vez escuché hablar de París, ¿sabe? Dicen que no queda tan lejos. Yo nunca sé qué pensar de esas cosas, porque me confundo con las distancias y con las fechas... ¡Qué difícil es no pensar que uno está en otro día! ¿A usted no le pasa nunca eso? Yo, como casi siempre estoy aquí, lo mismo me da lunes que agosto. Aunque en París tal vez los viernes huelen de otra forma, o no sé...
MUCHACHO (Permanece en silencio un momento más, hasta que parece ocurrírsele una idea.): ¡Ya lo tengo!
MUJER (Sorprendida.): ¿El qué?
MUCHACHO (Esperanzado.): Usted no puede darme su ropa, pero sí podría prestarme una horquilla.
MUJER (Tocándose el moño.): ¿Una horquilla? ¿Para qué?
MUCHACHO (Con decisión.): Para tatuarme los versos en el cuerpo.
MUJER: ¿Tatuárselos?
MUCHACHO: Con una herida, ¿comprende?. Así se quedará hasta que cicatrice, y podré reescribirlo antes de que se borre del todo.
MUJER: Pero eso le va a hacer daño. Yo no quiero sentirme responsable...
MUCHACHO: Por favor. Es la única solución. Además, será sólo un momento. Luego dejará de doler. Por favor.
MUJER (Indecisa.): No sé... Si se enteran...
MUCHACHO: No van a enterarse. Ellos no salen de aquí normalmente. No van a verme. Y a mí me estaría haciendo tan feliz. Sólo un momento. Luego le devuelvo la horquilla y ellos no sabrán...
MUJER (Quitándose una horquilla del pelo.): Está bien, pero dese prisa porque pueden volver. Mientras voy a poner otra música, para disimular. Es extraño que esté tanto rato sonando lo mismo. (A punto de salir.) Tenga cuidado de que no le vean. Ahora mismo vuelvo.
(La mujer sale. Mientras, el MUCHACHO comienza a mirar su cuerpo, como si fuera la primera vez que lo ve, como si acabara de encontrárselo debajo de los ojos. Deja de sonar Fauré y comienza a escucharse Satie: "Gymnopédie nº 1" en este caso no tengo ni la menor duda, porque, sinceramente, éste es uno de mis temas predilectos. Acompañando sus movimientos con la música, como si la mano se moviera haciendo bailar la horquilla sobre la piel, el MUCHACHO se va escribiendo el poema sobre el pecho, en los brazos, en el vientre... En su rostro de ojos cerrados, se dan cita el dolor y la alegría, el sacrificio y el triunfo. Mientras, sobre el escenario van cayendo lentas gotas de sangre. Cuando el MUCHACHO abre los párpados y se percata de las manchas, las frota con sus manos, intentando hacerlas desaparecer; pero sólo consigue que se extiendan más. Entonces, agacha su cabeza hasta el suelo y empieza a lamerlas con lentitud, al ritmo del piano, que sigue sonando. Cuando han transcurrido así unos minutos, la MUJER regresa.)
MUJER: ¡Por Dios! ¿Qué está haciendo?
MUCHACHO (Se interrumpe, asustado durante un instante, pero al verla a ella, suspira aliviado.): No quiero que quede ningún rastro de sangre. Eso podría perjudicarla.
MUJER: Lleva razón. (Decidida, se arrodilla y comienza a lamer ella también la sangre.) Continúe usted escribiendo, y yo iré limpiando esto. (Están así durante un momento.) ¿Le queda mucho? Tengo que avisar de la reunión. Si no lo hago, vendrán a buscarme.
MUCHACHO: Sólo unas cuantas letras más.
MUJER (Sigue lamiendo el suelo mientras habla.): Es usted extraño.
MUCHACHO: ¿Extraño?
MUJER: Sí... Hace cosas extrañas.
MUCHACHO: También usted las está haciendo.
MUJER: Es distinto... Yo..., sólo le estoy ayudando.
MUCHACHO (Mirándola fijamente.): ¿Por qué?
MUJER (Con cierta timidez.): No lo sé... Yo normalmente no salgo de aquí y viene tan poca gente... Todo está tranquilo. Pero hoy...
MUCHACHO: ¿Hoy?
MUJER: Usted... Ya se lo he dicho. Usted es extraño.
MUCHACHO: ¿Y eso la asusta?
MUJER: No. Asustarme no. Pero nunca pensé que fuera a atreverme a algo así.
MUCHACHO: Yo tampoco.
MUJER: Debemos continuar. (Sigue lamiendo el suelo, mientras él la observa, silencioso, durante un momento.)
MUCHACHO: ¿No le molesta?
MUJER: ¿El qué?
MUCHACHO: Estar haciendo eso...
MUJER: No. Me gusta el sabor de su sangre.
MUCHACHO: ¿A qué sabe?
MUJER (Después de cada frase vuelve a probar la sangre del suelo, pasando desde una actitud reflexiva a otra progresivamente más sensual.): A hierro... Y a lágrimas...Y a tierra...Y a mar... (Llega hasta el pecho de él y lame sus heridas.) Su sangre sabe a sudor y a vino.
(El MUCHACHO, que se había quedado muy quieto mientras ella hablaba, reacciona entonces tomándola por los brazos y besándola largamente. Al momento el disco se pone a sonar como si estuviera rallado y repite insistentemente un trozo de la melodía.)
MUJER (Asustada, se separa de él.): ¿Estás oyendo? (Se levanta rápidamente.) Tengo que irme...
MUCHACHO: Está bien. Mejor me marcho yo también... y vengo mañana a verte. ¿Quieres?
MUJER: ¿Mañana?
MUCHACHO: Sí, mañana. (Se levanta y la abraza.) Ya no quiero dejarte.
MUJER: ¿Estás seguro?
MUCHACHO: Sí. Mañana vendré a escuchar Satie contigo.
MUJER: Y Beethoven.
MUCHACHO: Y Beethoven.
(Se besan con urgencia.)
MUCHACHO: No te olvides de mí.
MUJER (A punto de salir ya.): Te estaré esperando. Mañana.
MUCHACHO: Mañana. (Le lanza un beso.)

(Ambos salen a la vez, cada uno por una puerta. El espacio queda inquietantemente vacío, pero al instante vuelve a entrar el MUCHACHO, como si se le hubiera olvidado algo. Se acerca hasta la otra puerta y habla bajito.)
MUCHACHO: Elena. Elena. (Muestra la horquilla. Nadie le contesta. Se vuelva sobre sus pasos, dirigiéndose otra vez a la otra puerta.)
(La música regresa, ahora sonando correctamente. Debussy creo. Al momento aparece la MUJER, todavía bastante agitada, tratando de recomponerse la ropa y el pelo. Llega hasta donde están las últimas gotas de sangre y frota el suelo con el pie. Mientras tanto entra el Director.)
DIRECTOR: ¿Qué está haciendo?
MUJER (Se vuelve, asustada.): ¡Ah!, nada. No es nada. Jugaba...
DIRECTOR: ¿Qué pasaba con el sonido? Ya sabe que la música es responsabilidad suya.
MUJER: Sí... Lo siento...
DIRECTOR: ¿Acaso estaba entretenida en algo... importante?
MUJER: No. Sólo... tardé un poco en darme cuenta.
DIRECTOR: De acuerdo... Confío en que no vuelva a ocurrir. (Está a punto de salir, pero se vuelve junto a la puerta.) ¿Ha comenzado ya a avisar al equipo de la reunión de mañana?
MUJER: Todavía no. Iba a hacerlo ahora mismo.
DIRECTOR (Se queda mirándola fijamente, en silencio, durante un momento.): Elena, vuélvase.
MUJER (Disimulando su creciente temor.): ¿Cómo?
DIRECTOR: Que se ponga de espaldas. (Ella se gira. Desde lejos él la observa.) ¿Qué ha pasado con la horquilla que le falta?
MUJER: ¿Me falta una horquilla?
DIRECTOR: ¿No lo sabía?
MUJER: No...
DIRECTOR (Se acerca a ella y la coge, firme pero sin violencia, del brazo.): Tiene usted que acompañarme.
MUJER: ¿Adónde?
DIRECTOR: Ha faltado usted a sus obligaciones.
MUJER: Pero, señor Director, yo no he hecho nada...
DIRECTOR: ¿Y la horquilla? Ha perdido usted una horquilla.
MUJER (Llorosa.): ¿Qué tiene eso de malo...?
DIRECTOR: Vamos, Elena, siempre fue una colaboradora ejemplar. Usted sabe que no puedo dejar pasar ese tipo de actitudes.
MUJER: Se me habrá caído por aquí... (Trata de soltarse.) Déjeme mirar, tal vez esté debajo de la mesa...
DIRECTOR: Demasiado tarde. Los altos mandatarios no permiten que...
MUJER: Escúcheme un momento.
DIRECTOR: No. No puedo escucharla. ¿No entiende que sería peligroso si...? (Le acaricia un momento el pelo, con cierta ternura.) Siempre me gustó el color de su cabello, sobre todo por la tarde, y a veces la miraba andar, con esos tobillos, tan pequeñitos..., nunca me acerqué a tocarlos, y ahora, sin esa horquilla, casi despeinada, distinta, como si algo la hubiera transformado... (Aparta la mano de su cabeza.) ¡No! ¿Qué estoy haciendo? Un Director nunca puede permitir estos errores. Nunca.
MUJER: Por favor...
DIRECTOR: Si se resiste, me veré obligado a emplear la fuerza. (Tirando de ella.) Vamos.
MUJER: ¿Por qué hace esto? (Se van dirigiendo lentamente hacia la puerta.) Tengo que quedarme aquí. Mañana...
DIRECTOR: Mañana, ¿qué?
MUJER: Mañana... tenía cosas que hacer...
DIRECTOR: ¿Lo ve? Siempre les hemos aconsejado que no hagan planes tan a largo plazo... Es una imprudencia tratar de prever lo que van a hacer al día siguiente; y sin embargo, ustedes se empeñan en no hacernos caso. Por eso ocurren estas cosas, porque no siguen nuestras advertencias.
(Cuando acaba de decir esta frase salen, y todavía se siguen oyendo las voces ya fuera.)
MUJER: ¡Suélteme! ¡Yo no he hecho nada!
DIRECTOR: No grite, Elena. No queda otra solución.
MUJER: ¡Déjeme ir! ¡Déjeme ir! ¡Dejé-!
(La palabra se queda a medias, a la vez que la música deja de sonar. La mesa y la silla continúan metálicamente firmes, ocupando el centro del escenario. El silencio parece sentirse avergonzado por no saber decir algo que deshaga tanta blancura vacía.)

Don Jorge Tellier. (poeta chileno.)

Cuando todos se vayan
(en Muertes y Maravillas, 1971)



Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.



Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos amigos de escuela.



Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sis prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio.

Pray for warmth and green paper

Fontenau, Francoise. La ética del silencio : Wittgenstein y Lacan. Buenos Aires : Atuel/Anáfora, 2000. 256 p

Candau, Joël. Antropología de la memoria. Buenos Aires : Nueva Visión, 2002. 128 p

Sebbag, Georges. El surrealismo : hay un hombre cortado en dos en la ventana, 1918-1968. Buenos Aires : Nueva Visión, 2003. 128 p

Balmes, Francoise. Lo que Lacan dice del ser (1953-1960). Buenos Aires : Amorrortu, 2002. 240 p.

Pellion, Frédéric. Melancolía y verdad. Buenos Aires : Manantial, 2003. 344 p

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Stay indoors
Beneath the floors
Talk with neighbours only.
The games you play
Make people say
You're either weird or lonely.
A city star
Won't shine too far
On account of the way you are
And the beads
Around your face
Make you sure to fit back in place1

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Una vez leí en algún sitio una técnica de tortura que llevaba a la locura. El aburrimiento. Encerraban a los presos en habitaciones sin nada para distraerse. Ni para suicidarse. Los mantenían con vida en esas habitaciones durante días, meses, años. Los mataban de aburrimiento. Casi literalmente. Con la diferencia de que ellos no morían.
Leí dos libros distintos en los que ocurría algo así. En uno el prisionero tenía algo para distraerse un poco. Tres moscas. Y en algunos momentos conseguía comunicarse un poco con dos presos cercanos dando golpecitos en las puertas. En este caso, el preso trataba de dormir el máximo de tiempo posible. Alguna vez he comprobado hasta que punto es posible pasarse la vida durmiendo. Pasar fácilmente una media de doce horas diarias durmiendo. Además el preso tenía una idea con la que se podía distraer infinitamente. El deseo de venganza. Se pasaba la mayor parte del tiempo imaginando posibles torturas para el culpable de que él estuviera en esa situación. Luego el libro varia y el prisionero encuentra una via de escape en el viaje astral, a otras vidas anteriores. El viajante de las estrellas creo que se llama. De Jack London.
El otro libro que leí se recrea más explicando su aburrimiento. En su caso no tiene moscas ni compañeros con los que comunicares. Como mucho puede tener la comida que le dan. El resto tiene que sacarlo de su cabeza. Recordar poesías aprendidas. Imaginar las historias que sean. En este caso lo que le “salva” de la locura completa es conseguir un libro. Un libro de ajedrez. Llega a crear dos personajes dentro de su cabeza que juegan entre ellos. Se vuelve loco en todo lo relacionado con el ajedrez, pero salva la cordura en el resto de temas.
Cuando lo leí al principio pensé que en esos casos yo sobreviviría bastante tiempo con mi mundo. Más tarde me di cuenta de que con eso no basta. Y en momentos como ahora me doy cuenta de lo terrible de esa tortura.
Me siento un poco como esos presos. Salvando las distancias. Con la diferencia de que en mi caso yo soy mi propio carcelero. Nadie me impide salir al exterior. Solo soy yo. Barreras. Una vez escribí sobre el tema. Intento tomármelo como una nueva posibilidad de vencer mis barreras de una vez por todas. Pero continúo perdiendo. Son demasiado fuertes. Y yo no lucho con todas mis fuerzas. Quizá esa sea la peor barrera.
Es esa sombra negra que me chupa la energía, que me deja débil y sin ganas de nada. Esa sombra. Casi puedo verla. La siento aquí, conmigo siempre. Me dice al oído que en el fondo me gusta. Que soy yo quien no quiere que marche. Me hace sentir culpable y se recrea en su trabajo. Tengo que matarla pero no puedo. Forma parte de mí. Conoce todos mis movimientos. En cuanto pienso algo para evitarla, se me adelanta para inmovilizarme. Es fría y traidora. Me habla de la soledad. Me habla de todos mis miedos. Y yo solo quiero huir de todo esto. Pero no puedo.

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all the friends that you once knew
are left behind they kept you safe
and so secure amongst the books and
all the records of your lifetime

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No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros que escribir, gracias a Dios. Entonces, ¿qué es esto? Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia. El mundo es un cáncer que se devora a sí mismo.
(fragmento de “Tropico de Cancer”)

“Hay que darle un sentido a la vida, por el hecho mismo de que carece de sentido.”
HENRY MILLER.

ESTABA MUY DISTANTE... SE FUE ALEJANDO, Y ALEJANDO, Y ALEJANDO. HASTA QUE DESAPARECIO.

Morning, day, night, sky, sun, rain, stars, tree, grass, summer, winter o fly son algunas de las palabras que utilizaba con frecuencia. Dedica tu vida a observar el cielo, a sentarte y mirar a tu alrededor. Probablemente podras disfrutar de cosas invisibles, poderosas e inalcanzables. Probablemente no sepamos casi nada sobre mi.

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Take your time and you'll be fine
And say a prayer for people there
Who live on the floor
And if you see what's meant to be
Don't name the day or try to say
It happened before.

Don't be shy you learn to fly
And see the sun when day is done
If only you see
Just what you are beneath a star
That came to stay one rainy day
In autumn for free
Yes, be what you'll be

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«Estás teniendo problemas con las palabras». «Sí –replicó él–, no puedo pensar en palabras. No siento ninguna emoción respecto de nada. No quiero reír ni llorar. Estoy insensible, muerto por dentro».

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And I was strong, strong in the sun
I thought I'd see when day was done
Now I'm weaker than the palest blue
Oh, so weak in this need for you.

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CUANDO ESTAS FELIZ... eres capaz de todas las cosas. Te llenas el cuerpo de sol y de gaviotas, y dedicas toda tu energía al placer de vivir. Entonces puedes sonreir, respirar hondo, y pasear junto al mar dejando que el viento te haga cosquillas en las orejas.

CUANDO ESTAS TRISTE ... un vacío de muerte se instala debajo de tu piel. La lluvia te persigue y no existe refugio. La noche parece eterna... sólo sirve llorar. Es realmente difícil aprender a disfrutar de esos momentos. Para eso sirven LAS PALBRAS DE NICOLA DRAKO.