Blogia

hibiscus

Gracias de felicidad

"No puedo vivir sin ti" ha dejado de ser una tópica y fantástica frase en mi vida, y sobre todo porque lo he oído de labios de alguien a quien amo. Seré prudente y no me pondré a dar saltos de regocijo y felicidad, ni a gritar por las calles de Barcelona que le quiero, y creo que esta prudencia tiene mucho que ver con la sorpresa de que me lo haya dicho en un momento que tanto necesitaba escucharlo.
"No puedo vivir sin ti" equivale a muchas cosas, al amor, a los sentimientos de amistad, al saber que puedes contar con alguien, a la mano que espera sostenerte en las caídas... no poder vivir sin ti va más allá, va a la necesidad de sacar a flote las palabras anidadas en nuestro pecho, va al querer amar a esa persona que ocupa nuestra vida y que la hace mejor y vivible...
"No puedo vivir sin ti" es una muestra de amor y amistad, y sin dejar de ser una frase manida y literaria, es algo que todos deseamos escuchar, aunque nos haga luego abandonar el sueño en plena madrugada para sentarnos en el sofá a disfrutar de cada sílaba pronunciada a nuestro oído: no pue do vi vir sin ti. Gracias.

La caja contenedora

La mayoría de las veces no hay más razones que las establecidas por nosotros mismos, o aceptadas, que al caso da igual. Inmersos en esta vorágine descompensada que es la vida, nos mantenemos en un semiconstante desasosiego repleto de banales expectativas, de infructíferos desmanes, de elocuentes charlas desvanecedoras, de algunos buenos ratos y de la poca o suficiente felicidad que seamos capaces de conquistar, porque la felicidad nunca será bastante. Esta caja contenedora que nos proporciona las normas con las que debemos existir se ha olvidado de algunos detalles. Uno de ellos es evitar el sobresalto que nos reserva para las ocasiones cruciales. Este sobresalto, invasión en alma y cuerpo, no tiene acotaciones ni marginalidades. Ataca a quien tiene y a quien carece, y mucho más a los que pretenden un poco de dignidad. Es tan bonito decir que el amor que disfrutas no es comparable a nada en el mundo, que no hacen falta riquezas porque estas no son sinónimos de felicidad, y es cierto, sólo que no hay que olvidar otra frase de contrapartida extrema que reza que los ricos también lloran, y ya puestos podíamos llorar todos de igual manera.

Y ahora me pregunto por qué le doy vueltas a este tema que de tan especulado se transforma en cotidiano. Simplemente porque pretendo algo más. Quiero hacer un alto en la caja contenedora de nuestra vida, en la que cada cual se beneficia de su trabajo y de sus poderes, me explico. Si vendes hojas DINA 4 tus palabras serán más económicas, sólo que dicha economía no será suficiente para pagar la elevada renta de tu caja contenedora. Por el contrario, el que se gana la vida con dicha caja, salva unos márgenes que le permiten hasta tirar de dos en dos y a medio usar tus hojas DINA 4, y esto para mí es tan injusto como morirse de hambre en el tercer mundo o en el primero, tan desbalanceado como la incongruente leche enriquecida, y tan humillante como el precio de algunos goles.

Cuando me miro por dentro, sentado en mi comodidad absoluta de tardes inacabadas, sé que no practico la explotación del hombre por el hombre, porque esto es algo que nunca aprendí a hacer. No vendo hojas de papel, ni tan siquiera de papel reciclado, ni meto goles, ni fabrico leche ni cajas contenedoras para alquilar o vender, pero la realidad y la misma vida me hace tener necesidades vitales, y entre ellas está la de tener una caja contenedora donde vivir, y no solo eso, necesitarla para el beso extraviado y el sexo más puro, para la felicidad y para las ganas de sonreír en privado, para volverme loco de pasión y que nadie se sienta ofendido por estas, mis posibilidades.

La caja contenedora a veces es un lujo exagerado de algunos, mas para otros es una simple imposición de la naturaleza y de las mentes ajenas, y es entonces cuando comienza la insensatez de las paredes, que se estrechan hasta hacerte presentir la asfixia de tus ojos y de tu voz. Y no hay quien se ocupe de ello. Ni a quien le corresponde ni a quien lo sufre. A uno porque tiene asegurada la soberbia en su espacio, y al otro porque le está prohibido vivir la desnudez de la mirada y deshacerse del milenario dolor en el costado, y de la angustia.

Es una lástima que no exista la posibilidad de echar todo por la borda, de dejar el lastre a los que se erigen sobre él. Es una verdadera pena no poder levantar el vuelo y vivir en los tejados más altos, casi teniendo por vecino al sol. Porque si le facilitamos nuestro lastre a aquel que cultiva y vive de las miserias ajenas, entonces la humanidad –nosotros mismos- nos comenzará a ver desde poco aparentes e inapropiados hasta antisociales desplazados e inevitables, lo cual nos obliga a defender desesperadamente nuestra caja contenedora.

Una vez tuve un sueño de igualdades y amor, de sinceridad y afán, y de solidario deseo de convivir, pero a estas alturas de la vida, contenido aún por las pocas paredes de mi caja, veo que ese sueño se ha convertido en una decadente razón para insistir en que la vida es esto que estamos viviendo.

Barcelona, 30 de septiembre de 2004

A media noche

16 de julio de 2003 Por partida triple...

Me enamoré de ti a medianoche, cuando te descubrí en aquella esquina para sorprender mis deseos, y tus ojos jugaban con mi risa, y tus pasos se unían a los míos.
Me enamoré de ti muy temprano en la mañana, cuando al despertar con la vejiga repleta de ganas te descubrí a mi lado. Tu cuerpo sobresalía de las sábanas, desnudo, implorante de caricias, joven, tierno, viril, despreocupado, y no pude evitar besar tu pecho antes de salir corriendo al otro extremo de la casa. A mi regreso, el abrazo y mis palabras poseyeron tu silencio.
Me enamoré de ti al verte delante mío, con el pelo húmedo y la mirada quieta, mientras te ayudaba a abotonar la camisa que tú habías escogido. Luego te vi salir al mundo rodeado de mi abrazo... y soy feliz.

El espacio

El espacio

Y quiero vaciar el espacio que a mi alrededor desvela mi cuerpo...

Sinrazones

Sinrazones

Busco razones, entre todos los soles que amanecen.
Busco soles, entre todas las razones que me ciegan.
Busco anhelos, entre todas las caricias que dejas en mi cuerpo.
Busco caricias, entre todos los anhelos que viven en mi cuerpo.

Mutilado de amor

Mutilado de amor

Entre pecho y voces, y quejidos, y dolores existo.
Veo todas las razones para permanecer, y amar,
y aunque mutiladas de amor se desmayan las caricias,
la vida vale la pena.

Me llegas y no estoy

Es curiosa la manera en que me llegas desde lejos, metido en el cielo que nos deja ver las mismas estrellas y las mismas ilusiones. Estoy ante tus ojos, con la posibilidad de tu voz perdida en el espacio por la simple osadía de estar entre las cosas repartidas, entre los desechos de la tarde y el tiempo que no transcurre si tú no estás. Se me rompen las cicatrices del amor porque tengo tus olores muy metidos en mi cuerpo, en el recuerdo, y quiero que pronuncies mi nombre muy quieto, a mi lado, en las canciones y en el abrazo. Anhelo la prontitud de la vida y el deseo. Te amo entre soledades y solitudes, entre sueños y sonrisa, entre tus ojos y mis ganas, entre mis palabras y tu voz. Es el cansancio de mis manos, y en el dolor de mis pasos buscando tu camino. Se me parte la mirada en cada amanecer en que estás lejos y me siento huérfano de pecho. Te quiero sin voz y sin tiempo, desde que aquella canción que recorrió tu vientre se dejó escuchar en nuestra primera noche.

Estoy sentado en este lado de la calle, esperando ver aparecer tu rostro, y tu voz...

Desasosiego de palabras

Con mis palabras voy a construir castillos, escondites efímeros de amplios ventanales por los que el sol entre con la única intención de cabalgar sobre nuestras espaldas. Y cuando se llenen los sinuosos recovecos en que nos habitan los deseos, echaré fuera los verbos disonantes y los prefijos que sólo estimulan a la muerte lenta de las lenguas. Nos quedaremos solos los gerundios rebozantes y los infinitivos turbios, las vocales sueltas que viven entre soledades hambrientas y noches rotas, los gritos de amor y unos cuantos adverbios para los momentos difíciles.
Con tus palabras voy a construir abrazos, letanías amorosas y canciones que se perderán en el tiempo, para que las orquídeas dueñas de los árboles sean la única melodía de los amaneceres en que tú desgranes mi alegría contagiada de adioses. Y cuando tus palabras sean las más breves pronunciadas en susurros abiertos, estaré yo de pie a tu lado, de la única manera que saben estar los hombres madera, convertidos en estacas de flores rojas. Estaremos rodeados de frases insinuantes, de garbeos y renuncias, entre balbuceos de viejas razones enfermizas.
Con las palabras de los otros voy a construir la vida que quiero inventar para los gemidos, para las piernas abiertas en las bocas, para las especulaciones de los ojos cuando surcan el espacio sin decir a penas nada. Y cuando estemos cara a cara con los discursos que se desnudan para ser oídos, que se devuelven en caricias para que los ruidos se conviertan en simples chasquidos de artríticos dedos. Entonces inventaré la única palabra que quiero que pronuncies cuando yo no esté.

A veces decir... (2)

A veces decir te quiero puede dar miedo. Esto es algo que siempre escuché decir a algunas personas que venían de retirada cuando yo anhelaba simplemente amar y decir te quiero a alguien. Decir te quiero es peligroso... ¿y callarlo? ¿qué puede siginficar callar un sentimiento? ¿Cuál de tan efímeras oportunidades debemos dejar pasar para que el sussurro de estas palabras, en el oído de quien amamos, cause el efecto del verdadero sentimiento? Es necesario desterrar los miedos para sentir el amor, esa mezcla inaudita de deseo con admiración, esa forma de temer la soledad, el cansancio, el anhelo. Te quiero. Dije desde la primera vez. Y el silencio formó a nuestro alrededor una empalizada para que nadie escuchase. Te diste la vuelta y de un salto caíste del otro lado, pero esto no siginficó morir de recuerdos y jadeos. Simplemente saltaste para volver a recorrer más tarde el camino hasta mi casa, hasta mis ojos, hasta mis manos.
Y yo he pasado todo este tiempo sintiendo miedo cuando te vas con pasosinseguros o cuando cierras los ojos para no verme, porque eso puede convertirse en desamor. He sentido y siento miedo de perderte, porque para mí eres la posibilidad de amar el viento, de amar las cosas, las mañanas y la luna. Siento miedo cuando me desvela tu intranquilidad y cuándo te sé desvanecido sobre el duro suelo de la tristeza. Sólo que no puedo aprender a no decir te quiero, es demasiado sencillo para que forme parte de mi vida, aunque puedo hablar con el viento, y que una ligera brisa se lleve las palabras que pronunciaré a pesar de todas las razones.

A veces decir...

A veces decir te quiero suena a frase hecha, a repetión literariamente emocional para agasajar a la persona con quien compartes algo, que puede ser -por ejemplo- la vida. Y resulta, que a pesar de este riesgo intrínseco, es maravilloso decir a esa persona, a ese alguien, te quiero. Sonrío ahora ante el recuerdo de algo tan manido como las frases hechas: "cierra tus ojos y dime de qué color son los míos". Este tipo de exámenes para constatar si de verdad sabes cómo soy, por suerte, han pasado de moda, aunque quizás entre los más jóvenes aún se conserve alguno como reminicescia de las pruebas de amor. Sin embargo, cerrar los ojos y sentir cómo mira la persona que quieres, sentir cómo se mueve a tu alrededor, oler cómo deja en tu cuerpo sus ganas, eso, jamás podrá ser descubierto si no no existe ese sentimiento que desde siempre se llama amar. Es entonces cuando debemos retomar todas las ilusiones, y simplemente, con una llamada de teléfono, un simple y corto mensaje, o una cariñosa sacudida de hombro, decir te quiero. Yo lo hago, y la satisfacción se me sale del pecho, y me hace ser feliz decirlo una vez más, poder decirlo. Esto es lo más importante: tener una razón al menos para saber que amas. De todas formas, y por si acaso, los ojos que amo son del color de la ternura, de ese tono tan suave que sonroja a las montañas y abre los caminos. Decir te quiero es lo más bonito del mundo.

Callado

A menudo pienso en las imposibilidades, y hay muchas, quizás demasiadas. Mas dentro de unas horas me subiré a un avión rumbo a China, algo que quiero hacer desde hace muchos años. Alguna veces he viajado para escapar, pero esta vez no. No escapo, quizás me separo de mi propia vida para verla, para verme. Para intentar una nueva visión de lo que estoy viviendo, del amor que tengo entre mis manos, y del que disfruto como de las mejores cosas de mi vida. No puedo evitar sentir el miedo escolar de las distancias, de las llegadas, de la separación. Ese miedo que sentimos a menudo, y que no se puede dejar a un lado porque nos late en el propio pecho, y que es lo que a veces me hace así, desorientadamente adorable, irresistiblemente querido y dócilmente callado. Se acaban las opciones y faltan algunas camisas en mi maleta, pero puede que no las necesite, me llevo tu abrazo.

El regreso

Quizás me ha llegado el momento del regreso, o de la búsqueda. Sé que volveré a mi sitio y a mis cosas, como lo he hecho otras veces, pero si dependiera sólo de mí esta vez no lo haría. Lo sé. El amor, y otras razones, me conducen a regresar. Mas sé que una parte de mí quedará encerrada y muerta en los oscuros pasadizos de mi ignorancia, de mis temores. Sé que voy a morir en el intento de saber el por qué de las almas y los cuerpos. Voy a morir en palabras e imágenes, y espero traer conmigo algo nuevo. Lo que mis ojos robarán al silencio, lo dejaré al alcance de vuestras miradas. Beijing. Mi muerte, será una forma de regreso.

21 razones para morir de amor

tu vientre repleto de sortilegios...
la caricia de tus manos impávidas en las soledades...
el desvelo de tus ojos prestos a vivir en mi mirada...
tus pasos repetidos en la escalera...
el sentirte tras de mí, con tus manos en mis bolsillos...
el loco desenfreno de tus ganas...
tus lágrimas deslizándose por mi rostro...
el desacuerdo de tus palabras y las mías en algún medidodía caprichoso...
el big big del interfono anunciando tu llegada...
liberarte de tus ropas mientras canto para ti un bolero triste...
tu pelo abandonado en mi frente...
el olor de tu cuerpo reposado en mi lengua...
la tierna complicidad de tus abrazos...
tu simple palidecer ante mi orfandad de sonrisas...
mi cuerpo lacerado de amor y deseos...
los deseos de mi cuerpo por lacerar tu carne cálida...
vivirte en los instantes menos esperados...
olvidar el paso del tiempo, la lluvia y el resto de inclemencias del amor...
la calma que te hace despertar a mi lado...
tus huellas...
el desgarro de mis ojos cuando me alejo de ti...

Excuseme, but my name no es Rudy O`donell

Hace ya un tiempo que esta historia ocurrió, en la época en que amanecer boca abajo, tendido en una playa desierta, era tan apacible como común. Mi brazo derecho aún no había abandonado mi cuerpo en busca de lo desconocido de tu piel y mi corazón latía de aquella única manera de que era capaz, a intervalos inquietantes según decían todos.
Me había levantado esa mañana con unos deseos enormes de codicia. Quería tu cuerpo, tus deseos, tus sueños, tu mirada. Y aún no lo sabía. Ansiaba todo lo que manase desesperadamente de tu vida, todo lo que surgiese de manera tan provocadora como tu sonrisa. Y aún no lo sabía. De momento, la vida se convirtió en una especie de sortilegio en el que uno de los dos saldría ganador, o los dos. Eso era inevitable, aunque no pretendieras dañar mi cuerpo ni mi centro acústico del amor, convertido en canciones sin prisas. Sería imposible, tus manos se abalanzarían sobre mí en cualquier momento para callar mi voz del otro lado de la calle, o mis descarados atisbos de tu intimidad. Yo esperaba. O los dos.
En aquella época, el principio, estar a tu lado era como disfrutar de las antiguas caricias de un alegre amor de fin de semana. Las abiertas palabras convertidas en injurias de deseos eran oídas por los aburridos y estupefactos muros de mi casa mientras yo esperaba el amanecer, y con él, el sol de tus ojos. Todo esto ocurría en una época en que adivinar lo que vendría me hacía apurar el paso, a pesar de saber que el espacio estaba cerrado de alguna manera a tu alrededor, y que yo tendría que conquistarte si quería romper la matemática línea de la paralelidad y convertirla, y detenerla, en el punto de convergencia en que, absorto, el hombre contempla su camino. Me detuve y pude ver cómo se alejaba la imagen de un campo de maíz para dar paso a un inerte espacio de calma. Quedé conforme cuando descubrí que existían cosas que no desaparecerían. Me pregunté qué pasaba conmigo, con mi despavorida visión de la realidad, y supe que no te marcharías nunca de mi vida, que yo lo intentaría todo -desde el silencio de los gritos- para coincidir de vez en vez con tus pasos.
Ahora el tiempo tiene huellas, y yo te adivino en las calles transitadas, y hasta he pensado alguna vez que necesitaré algún día mandarte a la mierda porque sé que te enviaría a la mierda más entrañable entre las mierdas. Ya ves, esto que tendría que ser un cuento tiene forma de hombres sin afeitar que caminan por aceras prohibidas. Ya sabes que te quiero. De aquella tan rara manera que se quieren a los escogidos para construir nuestra propia historia, para que en un capítulo de la vida-cuento que nos toca a cada uno se pueda escribir "... apareció una casi medianoche, colgado de mi estupor en un barrio de una ciudad, su abierto pecho de risueños pezones infantiles dijeron hola, y yo dibujé una sonrisa de inaudito asombro en mi rostro".
Ahora puede que te preguntes que de qué va esto que escribo. Simple. De amistad, de amor, de saciable alegría, de ganas de decirlo incluso cuando lo sepas. De escribirlo para que quede, aunque sea en un abandonado cajón de escritorio, pero al menos confundido entre tus recuerdos. Y quiero tu silencio. No necesito respuestas ni certezas. Me basta con haberte hecho entrar en mi vida. No utilizamos cerrojos para nuestra amistad, aunque tampoco dejamos espacios exageradamente vacíos, mas parece que esta táctica que no tiene por qué ser estrategia, nos va dando resultados.

Tu rostro

Tu rostro

Camino exhausto, casi desvalido. Mis tobillos se derraman sobre una calle repleta de gentes y voces. Me repliego sobre mis costados para verte de la misma rara manera en que te vi cuando era muy joven, aún niño, cuando rocé tu mano en aquel fugaz encuentro escolar mientras tú revolvías mi encrespado cabello de alumno ejemplar. Te miro ahora, cuando el paso de los años me ha dado otras realidades, cuando hasta has perdido la credulidad de los dioses, entre los que has estado para muchos. Te miro a tantos kilómetros de distancia de nuestro primer y único físico encuentro. Recuerdo tu mano rápida de pocas asperezas, el botón metálicamente militar que arañó mi brazo, tu estrellada boina a medio caer, y me pregunto simplemente a dónde hemos ido a parar. Tú, convertido en la imagen heroica de una gran época. Yo, en un hombre que ahora intenta ser un sosegado hombre feliz, que deja sus pasos al doblar de las esquinas, que ama con la dulzura de quien se sabe querido. Tú, en la leyenda del hombre corruptamente bueno y capaz. Yo, en la lujuria apagada y el beso errante. Te miro, colgado entre carteles, y te recuerdo Che, comandante, amigo... Como en los tiempos de cultivar café en aquel Cordón de La Habana, embuidos en las canciones de moda y en el fervor revolucionario. Te miro en ojos ajenos, con una sonrisa que alimenta el pasado, que lo hace regresar por un momento. Encontrarte en estas desconocidas y lejanas calles me hace sentir como en casa, sentado ante las imágenes de guerra y desolación que aparecen y transcurren en la pantalla del televisor, mientras me dejo caer en el abrazo de alguien que como tú, ha convertido su vida en una forma para llegar.

Encantamientos

Mírome, sin mayores expectativas,
e intento recordar.
Imágenes desnudas recorren los días,
besos deshuesados y caricias,
ronroneos abrumadores y espasmos,
mordiscos que han cambiado la piedad por el amor.
Suéñome, repleto de ansias,
dejado de la mano de morfeo.
Huellas repartidas durante un amanecer cualquiera,
de esos en que descubrirte me hace feliz,
en los que el simple calor de tu cuerpo
me hace palidecer de deseos.
Siéntome, a un paso de todos los abismos,
y te quiero.
Una brisa diezmada se cuela por el cuello de mi camisa,
recorre mi pecho hasta mis axilas,
me ata,
me susurra al oído tu nombre,
me propone en silencio tu amor,
enmienda mis miedos, intermitentes orgasmos de mi vida.

Entonces... ¿entonces?

Créome un hombre de puños diestros e incorregibles,
de canciones paridas y camino largo,
de cruces de mar y serpientes dormidas,
dócil de pasión y corrupto amante de tu sexo.

(Para ti, que encantas las abejas que escaparon de Whistle Stop)

Ramifícome

Siento mis manos crecer. Me detengo en plena calle y recobro el aliento. Tengo reunidos en mi pecho los miedos de la no vida, del padecer, del cuerpo roto, de la noche en vela. Dejo el amor en las mejores manos que acarician mi cuerpo. Me vienen recuerdos de infancia a la mente, y un inacabable tren desfila por mis ilusiones. Me siento derramar de ganas y futuros, que despiertan amores salidos de mis ojos. Estoy en plena calle con el amor metido en mi pecho, con su última sonrisa dibujada ante mi mirada, y unas ganas enormes de sonreír. Me volvería tras mis pasos a cobijarme en su abrazo, a meterme en su vientre como si fuese el responsable de la maternidad de mis orgasmos. Toco el cielo que está al alcance de mis manos. Lo toco por la nueva vida, por la próxima lágrima, por el próximo rapa-nui que albergará un montón de ilusiones para todos. Grito las esperanzas y recibo el eco de su voz callada en respuesta de mi amor. Y le pido que alargue también su cuerpo, para que el mío quede para siempre lleno de nuestra vida. Me ramifico en colapsos de añoranza, en furtivos anhelos, en manos y llanto, en sueños y ternuras. Me crecen en el pecho palabras nuevas, delirios y biberones olvidados. Se me salen del cuerpo los pasos para el nuevo camino, para el camino que recorreremos sin titubear, entre silencios oportunos y juegos de amor, entre coloreadas voces y balbuceos de te quiero.
(Para ti, y para esa nueva vida que nos llega inesperadamente)

Vino turbio

Cuando abrí las puertas del patio vi que el silencio se había roto. Un hombre buscaba en su vida desaforadamente la forma de las cosas. Con su lengua cazaba mosquitos que engullía para los días de invierno, mientras su cuerpo al sol se perdía de azules. Junto a ese hombre, un saco deshecho habitaba el espacio, y yo, que pasaba justo por allí, preferí sentarme a su lado. Me ofreció el saco como alfombra, y dejó caer a sus pies un poco de recelo. Contó sus historias y parte de las mías, y con un hábil juego de manos, me impidió entrar en su piel. Miré a sus ojos de la más alternativa manera en que se suelen descubrir los deseos, o la risa, y no supe si aquel hombre era feliz al sentir diluviar sobre nuestros rostros. Yo hubiese reído de contrastes absolutos, y de certezas boquiabiertas, mas sólo me dejé llevar por mis pasos a cualquier rincón donde tendernos a los rayos de la luna. Mientras el reloj apuraba el tiempo, yo descubría su sonrisa despojada de accidentes y sentía cómo sus palabras me dejaban un paso más holgado por aquel patio de vecinos que llegaba a ser su pecho... Se abrían pasillos como brazos a mi lado, sus ramales brazos en los que tuve necesidad de descansar y de los que aún añoro el último te quiero.
Recorrí el saco que me servía de alfombra con una mirada olvidada, vi algunos cacharros en su interior que podrían ser útiles a cualquiera. Entre ellos una manita articulada, de aquellas que se usan para decir adiós, pero que con dos o tres ajustes de sus oxidados tornillos también serviría para dar la bienvenida. Encontré, además, un objeto raro, desconocido, de aquellos que a veces calificamos como inservibles. No indagué mucho sobre él, aunque presentí que para algo podría ser utilizado a lo largo del camino.
Quise invitarle a subir al cielo, pero me dijo que estaba cómodo en su sitio; le comprendí y supe por qué. Hasta ahora no he logrado recordar en qué parte del camino tropecé con la puerta que daba al patio en que encontré a Dador, que ese era su nombre, con su raído saco y su nube repleta de lluvias, pero quiero intentar descubrirlo hoy, inmerso en soledades.
No me es suficiente con una noche –dije cuando me despojó de su abrazo- y sé que me escuchó a pesar de que sus ojos no me miraban. Luego, cansado, me recosté en las posibilidades y me dormí.
Pero hoy vuelvo a buscarle en los lugares casi perfectos en los que las ganas se alegran y los cuerpos se cansan, con la misma sorpresa de cuando le hallé, y con unas enormes ganas de romper sobre nuestros cuerpos el vino turbio de los deseos.

Se abre la madrugada, a duras penas, en la ciudad de Barcelona... yo me duermo largamente con visiones raras de ojos abiertos, y pienso en ti.

Decir te amo

El sobresalto de la muerte rompe la vida de las gentes. El sobresalto, y la injerencia en la vida, destrozan el futuro. Crueles las explosivas manos de algunos hombres que matan en vez de dar forma a una caricia sobre un cuerpo amado. O la palabra acaba, cuando podrían gritar comienzo, o gritar amor. No hay sol para calentar los fríos cuerpos, ni ruidos capaces de calmar el dolor del sonido de los teléfonos que nuevamente vuelven a no dejar escuchar una voz que diga hola, aquí estoy. Ahora voy a desnudarme para contemplar la vida que tengo en mi cuerpo, la vida que estoy dispuesto a defender de todas las maneras posibles, la vida que quiero compartir con la persona a la que nunca dudo en decir te amo.

Fábula Yoruba:

Hubo un tiempo en que nadie moría,
los viejos no cedían el mando
y los jóvenes vivían asfixiados.
Fue entonces que se desató el diluvio:
el agua cubrió la tierra; los viejos,
más débiles,
no tuvieron fuerzas para subir a los árboles y se ahogaron.
Los jóvenes salvaron sus vidas
y tomaron el mando de la sociedad.
El mundo cambió por fin.

No puedo dejar de pensar en que es una utopía el hecho de que las cosas cambien, pero confío en que también puedo equivocarme. Ojala sea así.

Inesperado. Dolor

Tristeza
enmascarada, abrupta, arrancable.
Tristeza
de cuentos infantiles y luciérnagas despavoridas,
diosas de lo oscuro.
Tristeza a la espera del amanecer, y de las voces perdidas de te quieros.

Tristeza
lejana razón de olvidos y posibilidades,
dolor de pasos que no han de llegar,
de juegos rotos antes de tocar sus manos, de vientre vacío y caricias abandonadas.
Tristeza a la espera de la vida... que se va.
Inesperado.