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Julia

La otra vez en Londres

El hotel era tan minúsculo y los floripondios de las cortinas tan impresinantemente grandes que sólo lo salvaba el estar en el mismo centro de la ciudad. La profundidad de la moqueta del baño no ayudaba mucho tampoco, la verdad, pero en los tres días que estuve conseguí saltar de ahí al hiperespacio, más cómodo, gracias al chat que nos habían abierto los organizadores del congreso.

La otra vez en Londres andaba liada --aún virtualmente-- con el tipo que comió merluza una noche en mi cocina. Aún quedaban varios meses para que llegara hasta ahí pero él ya tenía el plan trazado. Y sobre todo tenía la paciencia. Y la estrategia. Y sabía cuánto andaba yo por los chats entonces.

Así que le dejé estar conmigo en Londres, aunque no físicamente. Y te aseguro que lo supo hacer muy bien porque estuvo omnipresente (después me daría cuenta de que la experiencia había rozado lo insoportable y por eso decidí, cuando fui a Barcelona tres meses después, no llevármelo, ni siquiera en presencia telefónica). Oye, qué pesados se ponen algunos.

He recordado esto, esta vez en Londres, porque he vuelto exactamente a los mismos sitios. A excepción de aquel hotel, insoportable.

Ataraxia

Vamos a ver, ¿por qué no decir la verdad de una vez y reconocer que yo también estoy enamorada "del primer tipo que se atrevió a negarme un beso"?

Es esta afirmación una especie de liberación espiritual. No olviden que ya no soy tan buena como creen. Me instalo así en la Julia fascinante. Dualidad y paso de una a otra, con naturalidad, discretamente, sin necesidad de deshacer un mundo para entrar en el otro. Sin aspavientos.

¿Y él? Me seguirá negando besos hasta la eternidad. Eso es lo magnífico del juego.

Intriga

Me escribe por ahí alguien en cuyo blog descubro luego que está enamorado del "primer tipo que se atrevió a negarme un beso". Y me intriga saber cómo se enamora uno así.

Otro día

Julia organiza su vida como puede, sumando trocitos de felicidad aquí y allá y procurando no olvidar su sonrisa.

Cada 15 días

Parece que existe una tendencia a que discutamos cada 15 días.

Y vale hoy lo que ya dije otro día:

>Lo de hoy ha sido triste. Una discusión de las de antes. Algo ha
> dicho que
> me ha sonado nuevo pero no me atrevo ni a pensarlo[...] Sólo con escribirlo tengo
> ganas de llorar.
>
> Son esas cosas de las que hemos hablado y que desde fuera se ven
> tan fáciles
> de solucionar pero que, vividas, quieres disimularte a ti misma.
> La chispa
> que enciende la discusión es imperceptible pero el resultado es
> tremendo [...] Me siento como si ahora sólo tuviera dos
> dimensiones,alto y ancho, sin volumen, cansada y muy triste.
>
> Podría hacer una lista de reproches, los suyos y los míos, pero es una
> estupidez.
>
>

Pequeños placeres

La verdad es que tampoco hay que exagerar, digo yo, y esperar tremendamente a que llegue ese fin de semana del relax total es un poco estúpido por mi parte, sobre todo (fíjate que se escribe separado, ¿eh?) teniendo en cuenta que las probabilidades de que ocurra son menos que cero.

Así que anoche me encontré con media hora ¿o más bien me la busqué? En fin, el caso es que después de cenar me lancé sobre la "deep cleansing emergency mask" y estaba en ello cuando me acordé de Valderio. (Ahora que lo pienso, esta crema tiene el efecto recurrente de que me hace acordarme de este hombre).

Pues resulta que a Valderio le gustaba exhibirse y en más de una ocasión nos lo encontrábamos Elena y yo casi como su madre lo trajo al mundo, coincidiendo, ¡oh, casualidades!, con que nosotras salíamos de la habitación y él salía del baño. Unas veces se anudaba una toalla minúscula a la cadera, otras andaba tan feliz por el pasillo con sus mini-calzoncillos y otras, en fin, dejaba la puerta de su cuarto como entreabierta justo cuando nosotras pasábamos. Entre risas y finjidas sorpresas, nuestro grito siempre era el mismo ¡¡¡VALDERIOOOOOOO!!! entonces él sonreía más, levantaba los brazos y hacía una exhibición de lo que a él debían parecerle músculos.

Lo de hacernos un peeling común fue idea suya una tarde, lluviosa y gris como tantas aquel año, en que Elena y yo estábamos muertas de aburrimiento. Yo aún no había descubierto el poder espiritualmente reconfortante de los potingues, pero Elena era toda un experta conocedora de la sección de cremas y afeites de Marks&Spencer. Así que cuando ella descubrió el frasquito rosa y estábamos a punto de proceder a su aplicación, quitándonos a codazos el sitio en el espejo, apareció Valderio con un bote más que grande y de mejor olor, por supuesto, invitándonos a compartirlo.

Nunca me lo he pasado mejor, cómo nos reimos. El ritual incluía música relajante (trasladamos el equipo de música a mi habitación), velas perfumadas y obligatoriamente el albornoz. Por turnos, nos embadurnó la cara con la pasta olorosa y nos obligó a tumbarnos una cada lado de él. Nos pedía una y otra vez que nos callásemos y cuanto más lo hacía más risas se nos escapaban.

Al final, si no recuerdo mal, nos echó de mi propia cama con absoluto desdén, ofendido, entre más risas, porque no le entendíamos. ¿Qué íbamos a entender si lo que nosotras queríamos era que dejara de llover para salir a la calle?

El mayor placer

Dormir.

El mayor lujo: tiempo.

Un tercer ingrediente: estar sola.

Combinaría los tres, si pudiera, en dos días, un fin de semana.
Dormiría hasta la antigua hora de las once.
Me aburriría mirando por la ventana con el café en la mano.
Deambularía por la casa eligiendo lecturas.
Me miraría al espejo durante diez minutos seguidos.
Decidiría si salir a la calle.
Alquilaría una película y la vería de un tirón.
No saldría a pasear.
No preparía la comida.
No organizaría nada.
Me sentaría en la terraza a ver pasar las nubes.
Iría despacio, todo.

Risas

Esa mañana yo ya había decidido con quién me iba a ir después de la cena. Realmente sólo había dos posibles candidatos pero me gustó pensar que podía haber elegido a cualquiera de los que habían confirmado su asistencia.

A él le pilló un poco por sorpresa cuando le pedí que me acompañara a recoger el coche. A mí me sorprendío que se hubiera fijado en el pequeño lunar que tengo junto al ombligo. Por ahí empezó todo.

Lo mejor: cuánto nos reimos y la sensación cálida de sus manos en mi estómago.

Por entonces yo terminaba de desembarazarme de una obsesión que había adquirido algunos años antes y me di cuenta, al despedirnos, de que las probabilidades de que volviera a caer en el abismo eran muy grandes. Me decidí a no llamarlo más y, aunque no supe cumplir la promesa una tarde que fui a recoger la chaqueta de la tienda de composturas, después de la segunda cerveza y el quinto beso, respiré hondo y, antes de marcharme, le confesé al oído que hubiera deseado conocerlo en otro momento de mi vida.

Algunas noches aún me acuerdo de sus besos.

La foto

La verdad es que una foto como "premio" a una noche de placer no está mal, en principio.

Una de mis mejores fotos, de las poquísimas en las que estoy bien. En la playa y guapa. Lo que pasa es que con el tiempo me he ido dando cuenta de que esa foto encerraba tantos recuerdos bonitos del día en que me la hicieron que, la verdad, mezclarla con aquella noche no me parece adecuado.

En fin, como lo hecho hecho está, vayamos a la noche de placer.

De él me acuerdo que devoraba mi cuerpo. ¡Qué gracioso, si llevaba mareándolo más de un año! Olía bien. Así que me prometí a mí misma no volver a comprar esa marca de gel nunca más. Desnudo me pareció más flaco de lo que esperaba (primera sorpresa) y su falta de romanticismo, previsible tratándose de un hombre, me defraudó. Fue el presagio de que acabaría cansándome de él esa misma noche, como de hecho sucedió.

La noche fue más que satisfactoria, probamos diferentes posturas y nos inventamos magníficos juegos. En un descanso preparé una merluza, fresquísima, que había comprado esa misma tarde porque sabía que era su plato favorito. Aunque comimos civilizadamente, antes de llegar al postre, estábamos en la cama.

Me gustó la experiencia pero su excesivo deseo me decidió a no verlo más. Porque, digo yo, ¿no se podía haber quedado quieto un rato, hacia las seis de la mañana, viendo que yo me moría de sueño?

El nombre de Julia

El nombre de Julia me vale.

A Julia le gusta el sexo: el suyo, el de otros y lleva algún tiempo pensando que también el de otras. No todas, no. Aún no sabría decir el de cuáles, pero lo va a descubrir un día. Quizá el de mujeres de piel blanca, blanquísima o el de otras de color chocolate. Aún no sabe, Julia.

Lo que sí es cierto es que le gusta el sexo y en otra vida quisiera poder decidir cuándo y quién invita a su cama.