Blogia

Lo que son las cosas

De lo invisible

Cree que no lo veo, cree que no lo entiendo, cree que puede aprovecharse. ¿Por qué no ve? ¿Por qué no entiende? ¿Por qué tiene que aprovecharse? ¿Existe un ejemplar para cada lugar donde uno pueda ir, por lejos que sea? Me pregunto si es inseguridad, inmensa inseguridad, la que los hace actuar así a los de su clase. Creyéndose mejores, humillando a cualquiera que se ponga por delante y despreciando la opinión que no es suya. Caminando rápido, siempre con papeles bajo el brazo, oyéndote (que no escuchando) mientras mira el reloj, unos papeles o cualquier objeto al alcance que denote que no le interesa lo más mínimo lo que dices. Si no supiera que, aunque omnipresentes, no predominan en este mundo, me habría ya alistado para un viaje voluntario a Marte, donde espero (aunque temo) que no haya también uno de ellos. Si no fuera porque sé que precisamente tú me entiendes, daría todo por perdido.

De lo que hay

Alguien se preguntaba, no recuerdo ahora donde leí o escuché, que qué estábamos haciendo con este país. Y no quiero caer en la tentación de aquello que Larra describía tan bien en su artículo ‘En este país’: “...cualquier acontecimiento desagrable que nos suceda creemos explicarle perfectamente con la frasecilla: ‘cosas de este país!’ que con vanidad pronunciamos y sin pudor alguno repetimos.” Algún dia reproduciré aquí el texto completo, porque es fidedigna descripción de nuestra patria. Retomando el hilo, no entiendo que nos pasa, hacia donde vamos, y supongo que lo digo pretendiendo que el ser crítico pueda servir de algo, y no sólo quedarme en la simple pataleta de niño que no quiere aceptar los hechos.
Leo el periódico y no veo más que lo mismo día tras día, y como ejemplo, hoy: un señor que se reune con otros señores (o quizás no pueda llamarles señores, dejémoslo en gente) y eso provoca que los de siempre salten como buitres a la carroña, a provocar el máximo ruido posible, ‘tú calumnia mucho que siempre algo queda’. Mientras, nosotros, el vulgo, a contemplar atónitos a esa clase política en la que ya ninguno creemos. Y cuando digo ninguno, me refiero a mi mundo particular, aunque creo que es muy general.
Los que abordamos el mundo laboral, tenemos que escuchar de los “viejos” del lugar cosas como: “niño, si quieres durar aquí, mejor cierra el pico y pasa por el aro, como todos”. Y has de hacerlo, y comerte tus ideas de legislación laboral, seguridad e higiene o chorradas que hayas aprendido en la escuela. Pero por eso no se van a pelear los políticos, a no ser que se acerquen unas elecciones y entonces se dediquen a soltar algunas frases demagógicas.
Y claro, aguantas, por aquello de ‘más vale malo conocido...’ y porque, principalmente, intentas pagar una hipoteca que te va a quitar un 50% de tu sueldo en los próximos 30 años y no es cuestión que el banco se quede con el piso. Eso sí, un señor sale diciendo que si los pisos estan caros es porque los podemos pagar, y entonces, mira tú, no pasa nada. Nadie dimite, o al menos nadie me llama personalmente a casa y me dice: “perdona, chaval, siento haberte herido, no sé lo que me dije”. No, eso no ocurrirá. El señor está ocupado en buscarse nuevas novias.
Y de ese tema hoy me hablaban. Me ponían al corriente de los asuntos sentimentales de mi antigua empresa. Como si de un virus se tratara, varias parejas de varios años se han desecho. De aquellas parejas a las que uno, externamente, veía y ve idílicas. Y es tan a menudo que uno escucha y vive esas situaciones, que no logra entenderlo.
No sé que nos ocurre, ni que queremos, o en que creemos, o donde vamos, pero, en juicio rápido y sin fundamento, me temo que la maravillosa tele que vemos hoy en día nos está quitando el corto juicio que nunca tuvimos; que nadie diría ahora que fuimos el país más poderoso, temido y envidiado hace unos siglos. Lo que son las cosas.

De lo frágil

No entiendo porqué acercamientos con el mayor cuidado y tacto posible, son respondidos con fulminantes flechas mortalmente envenenadas. De acuerdo, sí, se es consciente de lo ocurrido, pero precisamente por ello, porque todo está muy presente, soy cuidadoso, soy comprensivo, no me dejo llevar por las primeras embestidas lanzadas al aire y sin mirar. Es de temer que las cosas que se rompen, difícilmente se vuelven a recomponer, aunque se utilice la mejor disponible sinceridad para unir los pedazos quebrados. En el momento de la caída, algunos deben haber salido despedidos fuera del alcance de la vista. Demasiado lejos como para volver a encontrarlos y hacer que formen parte de la nueva reconstrucción. Y esos pedazos, aunque pequeños, aunque insignificantes parecieran, dejan huecos por donde se cuelan miedos, pánicos y, sobretodo, desconfianzas, que antes nadie habría imaginado. Lo que son las cosas.

Primero

Lo que son las cosas. Ese es el título que acaba de ocurrírseme para inaugurar la nueva entrada en el mundo del weblog; que cosa más interesante, en serio. Hay que decir que he leído más blogs que páginas pueda haber escrito (soy novato y 1/3), y es tan grande el abanico de estilos, historias, “freakies” y vivencias que se pueden encontrar, que uno nunca parece tener tiempo de poder acaparar todo, ni de saber si se está perdiendo magníficos blogs que ni tan siquiera sabe que existen. Claro está, que siempre se acaban poniendo algunos en “Favoritos” y a esos se les echa un vistazo periódicamente.
Hay gente con mucho talento ahí fuera (no se porqué eso me ha recordado a la mítica frase de la gran serie “Canción triste de Hill Street”: “muchachos, tengan cuidado ahí fuera”). Y mucho podría ganarse el pan escribiendo, si es que no lo hace ya. O quizás es que es más fácil expresarse por escrito, y en anonimato, que a un amigo, y mientras se toma un café. Lo cual no deja de ser una pena, porque es difícil dar con esa gente en el mundo “real”, pero no por ello esto deja de tener su lugar y razón de ser. Es un medio de expresión libre, y libre en cualquier y en todos los sentidos, donde se expresan ideas, pensamientos, paranoias, quehaceres diarios, etc.. Todo lo que uno tenga ganas. Y quien lo quiera leer, ahí está. A quien no le guste, que se queje, en su weblog. Y quien no quiera escribir, que lea, y quien no quiera leer... bueno, que vea el Crónicas Marcianas (pobrecito Ray Bradbury, lo que han hecho con su título, que hay niños que crecen y crecerán asociando únicamente ese nombre con Sardà. Que por cierto, gran periodista, grandísimo. Pero la pela es la pela, digo yo.) que es lugar de culto, según se dice. Pues nada, veremos que da de sí este weblog. No sé muy bien que debe ser o será, pero procuraré ser fiel a la primera idea que se me ocurrió: “Lo que son las cosas”. Es un tema con mucha miga, que diría mi abuelo. Lo malo es que quizás ese título crea demasiada expectativa al que se encuentre el título navegando por ahí. Y es que es tan difícil poner título a las cosas. El mero hecho de hacerlo ya etiqueta y marca demasiado su camino. Claro está, no sólo hablo de blogs ;-)