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lashojasdelcalendario

Cómo gasto papeles recordándote

Entre claveles y rosas, su majestad es coja.

Por primera vez en un millón de años sólo me apetece estar sola. Sola, mirando la lluvia tempranera de febrero, escuchando a Silvio y pensando en cuánto papel malgastó recordándola.
Si una mira el teléfono con insistencia no consigue que llame, eso lo aseguro. Aún así, continúo golpeando mi mesa con la frente, intentando encontrar la respuesta. Me gustaría que viniese alguien, que entrara en la habitación sin llamar, y me dijera de una vez por todas qué está pasando o qué va a pasarme. Que yo me quedara boquiabierta por la revelación y que el tipo se alisara la corbata y la chaqueta y volviese a salir sin darme tiempo a agradecérselo.
Por primera vez en un millón de años me apetece caminar bajo la lluvia e ir al parque. Recordar que mi abuelo solía comprarme gusanitos para echárselos de comer a los patos del estanque. Pero en el fondo, me duele saber que comprobaría que ya no hay patos, ni abuelo y, por supuesto, él tampoco está.
Y es que ahora me da por recordar ciertas tardes. Cuando me llamaba rara por beber el café frío y cuando se reía de mi risa y cuando decía que le perdonara por decir tantas gilipolleces y yo le contestaba que “no importa”, porque en el fondo éramos dos gilipollas y no sólo uno.
Y me da por recordar sus abrazos y cuando me exigía mis besos y cuando se ponía de repente una mano detrás de la oreja y decía “¿lo escuchas?” y yo no escuchaba nada y él repetía “Frank Sinatra”. Entonces siempre comentaba después de eso “Qué cabrón, el Sinatra…” y yo me reía y él se reía de mi risa.
Aún así, ahora me da por agradecérselo, porque me siento en la obligación, porque para mí es el primero y el único, así que ahí va:
Gracias por hacerme sentir querida por primera vez, aunque no haya sido mucho tiempo, has hecho que al estar contigo dejara de desear volver atrás el calendario. Que dejara de tener miedo a pasear sola por Madrid, de confiar en la gente, de hablar en voz alta, de mirar a los ojos y de decir que me gustas. Gracias por haberme abandonado tan pronto, cuando todavía soy capaz de aguantar el dolor de no verte más y no me volveré loca mirando insistentemente el teléfono para que suene. Gracias por hacerme creer que, mientras te estaba entregando mis últimos resquicios de humildad, lo único que me faltaba por vender de mí misma, sentías lo mismo. Gracias por mentirme tan bien. Gracias por hacerme reir, por mirarme con ojos lascivos y subirme la autoestima a cada rato. Gracias por ayudarme a perder parte de todos mis miedos con tu sonrisa, por enseñarme un montón de cosas y por llevarme tantas veces en coche a Conde de Casal. Gracias por saber hablar caló, por tocar el piano, por mover las manos mientras sueñas y por echarme la manta por encima cuando me hacía la dormida.

Por todo eso, gracias y encantada de haberte conocido. Te voy a echar mucho de menos.

Esther.

Mundo

Para mi mono.

Ya me has obligado a apagar las luces de nuestro mundo, a cerrar las puertas y ventanas con llave. Nos merecemos que se quede ahí, aunque sea vacío, aunque no vayamos a usarlo más. Tiraré las llaves al mar si es lo que quieres y prometo no decirle a nadie la dirección exacta, para que ni siquiera puedan verlo desde afuera. Compartiremos otros mundos con otra gente, nos visitaremos en otros planetas, con la sensación de que ya nada nos pertenece, de que nada es nuestro. Ya echo de menos el sillón de mimbre junto a la hoguera, la estantería llena de libros y el café con leche a las cinco y media. Pero en la vida dos meses, dos segundos, dos minutos o dos años, son lo mismo. Basta con abrir los ojitos a tiempo, para saber que no nos hacen falta culpables, sino respuestas, explicaciones y soluciones.
Sinceramente, a mí esto me parece excesivo. Siempre habíamos sido tú, yo y el resto del mundo. Ahora son ellos y un vacío. Mil cosas que contar y una persona que no las sabe. Tonterías absurdas que no hacen gracia, si no se dicen en nuestro mundo. Si se sacan de ahí no tienen ningún sentido. Los amores se olvidan siempre, tarde o temprano, pero los amigos no. Los mundos exclusivos no se olvidan. A los confidentes singulares se les tiene siempre en cuenta.
Es ver nuestro mundo vacío y en sombra, cerrado con llave, lo que me lleva a pensar que en algo nos hemos equivocado. Que no puede ser ni tan negro ni tan blanco, que nada es definitivo con veinte años. Y entonces me interrogo y me digo la verdad. Eso es duro, créeme, darse cuenta de que te engañas, cuando odias tanto las mentiras. De que disfrazas cuando lo estás viendo claro.
Hay personas a las que no les resulta nada fácil decir qué piensan y sienten, pero a mí me resulta imposible. Aún así contigo lo hago siempre y creo que me merezco un gallifante por eso. Piensa que la paciencia es una sagrada virtud y que por la que tienes con servidora irás al reino de los cielos. Sinceramente: creo que jamás dejaremos de pelearnos, porque es nuestra forma de querernos y además, somos así de raros. Por eso, te recuerdo, decidimos construir nuestro propio mundo, en el que el café es cagada de mono y mamá Nöel una hija de puta.
Estos días han sido como el despertar de un sueño profundo, en el que llegué a pensar que por ti iba a darlo todo... y ahora me rio al recordarlo. No sé en qué tipo de cárcel cerebral he estado presa (intentaré explicartelo más adelante) seguramente me hubiese ayudado ser más claros en ciertas cosas, pero ahora ya da igual. Honestamente, me siento como nueva, me siento bien y, por una vez, muy segura de las cosas. Oh vaya, ¡Qué bonito es tener el control de la mente! Sabes que se me han juntado mil cosas en la cabeza, bastante complicadas y todas se han acumulado disfrazándose en un mismo asunto, recayendo, por defecto, la culpa en ti y en mí. En este momento estoy feliz, muy contenta, de verdad. No sé que ha pasado estos días o que no ha pasado, para ver las cosas desde esta perspectiva maravillosa. (Escribir me ha ayudado mucho)
No me ha hecho falta ningún ejercicio nuevo, ningún tipo de ayuda como yo creía, al final lo he resuelto yo sola. Es... ¡un milagro! ¡Soy capaz! Puedo hacerlo yo sola, lo he conseguido una vez, puedo hacerlo con todo, soy mi dueña y señora, soy... feliz.
Y tú, mono, peludo y piojoso monillo, eres mi amigo y lo vas a ser siempre. Es hoy, es ahora, en mitad de nuestra peor crisis, cuando estoy totalmente segura de esto. De esto y de que te quiero un montón: para seguir peleándonos, para contarte mi vida, para que me cuentes la tuya, para poner a parir a nuestras parejas respectivas, para que me soporte y te soporte, para toda la vida.
Una puerta de nuestro mundo está abierta. Yo te espero dentro, que afuera llueve.
Besos.

El cuento sin final

Para Adri, por ser un pobre desgraciado y escucharme los lamentos durante horas. (Te quiero)

Recuerdo cómo hace tiempo, decidí escribirte mi cuento sin final. El cuento que nunca iba a acabarse; que terminaba siempre con un párrafo, con una mirada tuya y volvía a empezar en cada palabra, con un gesto. El cuento que daba vueltas e iba cambiando sin avisar, que me hacía a veces más fuerte, que me golpeaba y me hacía daño otras muchas. Recuerdo las historias de las noches en vela, de los perros sin licencia para morder, de las lunas nuevas, de los días de lluvia, de las tardes sin sombra. Los cuentos de las mantas gordas, de los colchones partidos, de las sonrisas a medias, de las tazas de café con dedicatoria, de “voy a coger éste avión para olvidarte”. De los teléfonos apagados, de la nieve, de la señora mayor que cruza el paso de cebra, de las ciudades extrañas, de los ojos llorosos, de las manos heladas, de los corazones en cajitas de cartón. Y después de todo, no sé. El cuento de “nunca dejaré de amarte” se acabó de forma extraña. Se giró, se dio media vuelta y se fue sin decir nada. No sé por qué esperaba que mi cuento sin final terminase de otra forma. Así lo acabaste tú, pero por los siglos de los siglos estoy sentada en Vázquez de Mella y sigo esperándote. Por eso quizá creía que me darías opción a escribir yo misma el final de esta historia, que podría al menos terminar este cuento, tecleando, simplemente, un adiós.

Muertes

"Moriré en París, en un día lluvioso... será un jueves" César Vallejo.
Yo moriré un martes de noviembre. Seguramente también llueva a cántaros en el Westminster Bridge, frente al Big Ben. A las cinco y media el sol ya se esconde y sólo puedo ver su resplandor silencioso sobre el agua del Támesis. Un hombre gordo pasa sobre una bicicleta y, aunque hace frío, suda como un cerdo. Estaré apoyado en la barandilla del puente, después de haberme cepillado los dientes al menos doce veces. Me daré tranquilamente la vuelta y escupiré sobre el río, para dejar allí mi marca y después moriré sin más preámbulo. Mi cuerpo yacerá inerte y la lluvia empezará a empapar mis huesos sin vida. Seis paseantes me confundirán con un mendigo y dejarán allí mi disfraz inmóvil. Al fin, un alma caritativa se apiadará de mi, parará su coche cerca de la acera, junto a mi cuerpo, y conseguirá montarme en uno de ésos coches enormes del año cincuenta y siete. Después, hará una de ésas bromitas, del estilo "¿Dónde vamos?" Se reirá casi en un susurro, haciéndose consciente entonces de que ya no puedo contestarle y arrancará.

¿Qué es esto?

Para Natalie: el momento que te prometí.

En este momento siento que la vida que poseo no es la mía. ¿Qué es esto? Esto que me roba la ilusión cada mañana, esto que me engaña, esto que me aplasta y que me humilla. Esto que me corta las alas, que me exprime, que me aprieta, que me ahoga, que no me deja volar. Esto que ya no sonrío ni con ganas, que soy de cristal, de piedra. Esto que me hace sentir una esponja, que lo absorbe todo y no suelta nada. ¿Qué es lo que me ata? que me duele y me atropella, que me quema, desvela y araña. Esto que me hunde, que no me deja pensar.
Y a la vez... esto que me eleva, que me excita, que me da ganas de gritar. Que lloraría si pudiese, que chillaría, que me hace tocar el techo y subir más alto, que me envuelve y aísla en la burbuja, que me impide ver más allá. Que es esto por lo que me planteo gritarle a San Pedro que me abra el cielo para seguir subiendo, que separe las nubes y que eche a un lado las estrellas... ¿Qué es esto?

Aniversario

He visto un documental sobre la Cacatúa Negra Lustrosa. Es una especie en peligro de extinción, sólo quedan doscientos cincuenta ejemplares en la Isla de los Canguros.
En la panadería de mi calle, la señora ha subido trece céntimos la barra de pan porque le ha venido en gana y en la bollería, a eso de las diez, ya no les quedaban suizos.
Aunque estamos en Octubre, hoy hace mucho calor y corre un aire que abrasa especialmente si te roza descuidado la cara.
¿Estupideces? Quizá. Son las que tengo que pensar para olvidar que hoy, ni más ni menos, hace un año que dejaste que te besara por primera vez.

Siete noches, siete estrellas

Voy a hacer como que ésta es la primera noche que cuento estrellas en tu nombre. Fingiré que no deseo verte, que no quiero que estés aquí. Voy a hacer como que no pretendo que te duermas y despiertes dentro de diez años, cuando ya no me importes. Me inventaré que no persigo que, llegado ése momento, me eches de menos y decidas arrepentirte de no haberme tenido. Negaré que me interese que te des cuenta entonces, de que por ti entregué todos mis insomnios, mis sueños, mi tiempo libre, mis viajes, mis ojos; mi sonrisa, la alegría, las ganas de todo, los paisajes que vi y las cosas que aprendí; los ríos, las montañas, los desvelos, los duendes y las hadas. Fingiré que no espero que comprendas que te quise por encima de todas las nubes y las musas, por encima de mi existencia propia.
Voy a hacer que ésta es la primera noche que cuento estrellas en tu nombre. Aunque ya vayan siete y siete estrellas cada vez, pidiendo a cada una el mismo deseo. Me inventaré hoy mismo en otra ciudad y tendré otros recuerdos. Haré como que no existes, fabricándome castillos de papel de plata. Obviaré que tú eres la única medicina capaz de curar mis desvelos. Construiré en mis pensamientos anchas mansiones abandonadas, arañas de poco pelo y unas cuantas flores rojas para olvidarte.
Cuando consiga que no exista nada alrededor, que sea todo una península desierta y haya perdido la cuenta de las noches en vela contando estrellas por tí, me iré de vacaciones a Cancún.

CANTICOS A FANTASMAS

Y más que nada es esta soledad infinita que no logra atravesar las paredes de mi jaula de cristal, construídas desde lo más profundo de la locura. Caminas pensando en ser uno más, ser uno de ellos y verte desde fuera enjaulada, para poder adivinar de algún modo en qué te has convertido. Saber quién eres o qué quieres es muy complicado, tanto que huyes cada vez que intentas preguntártelo. Y a la vez te ves sangrando y has perdido el miedo a morir, porque en tu burbuja no existe lo irreal y lo volátil. Sólo está lo que tienes y eso es nada. ¿Cómo sentir sin saber lo que es sentir? El cómo controlar tu sentimiento es un misterio, sea cual sea éste, tu destino en la cápsula es no ser. No ser nada; ni feliz, ni no feliz: las cosas que no existen no importan. Por eso quizá, cualquier resquicio de sentimiento que hueles te emociona tanto que lo elevas al máximo y te empapas de él, como si de él la vida dependiese. Y es que quizá, en la burbuja, si que depende. Porque se te olvida lo que es confidencial y arrojas cualquier suceso que altera tu atmósfera, evadiendo de este modo las emociones que pueda provocar. Malherida y sin sentido las respuestas no caben en tu ego y te limitas a observar desde el cristal. Queriendo dominar la profundidad de tu esfera recurres a un submundo creado en la frente, donde eres capaz de manejar tu dolor y sufrimiento, adquiriendo poderes infinitos sobre la persona que en tí habita. Y sin embargo también eres dueña de la sonrisa que te invade en las visitas al exterior. En este rostro de locura incalculable, explicado en pocas palabras, piensas qué será de tí cuando mueras. Lo único que se te ocurre es que volverás a la Tierra con los cánticos que los mortales dedican a los fantasmas mientras éstos les observan por detrás de los espejos. Volverás a la Tierra en forma de quinto sueño vagabundo de los que no dejan recuerdo.

Por el sur

Dicen, allá por el sur,
que, tras pasar buena noche,
no se puede tener buen día.
Y no sé si será cierto,
pero hoy no tengo más que un par de páginas en blanco,
y unas cuantas palabras inservibles
que quizá me apetezca escribir.

Aunque todo fuera tan fácil,
seguiré pensando que me acostumbré
a tus besos, a nuestras risas y
a cultivar juntos nuestros sueños:
mis poderes no me sirven,
no logro adivinar tus pensamientos.

Sólo hay versos insoportables,
necios, torpes y vulgares,
en la punta de mi pluma.

Aún recuerdo ciertas noches,
de un tú y yo ambiguo y pasajero,
pero un yo realizado, cien por cien amoldado
y reflejado en tu espejo.

La suerte de no poder controlar mi pensamiento
es, a la vez, no olvidarte de noche y
perderte en el olvido cada día.

Sentir miedo ambivalente,
no es cualquier tipo de pánico:
es no atreverse a tenerte para siempre
y angustiarme pensando que algún día
puedes olvidarte de mí.

Así va pasando el tiempo,
sin entender lo que escribo,
pensando en ti, en todos y en ninguno.
Sorteando días nefastos,
engullendo eternas noches de gloria.

Y por eso que el tiempo le pasa a cada cual en su reloj,
si no se sabe hablar con la magia,
haré que me comprendas a través de los sueños.
Por una eternidad, calculo, infinita,
te hablaré, parca en palabras, mientras duermes despierto.

Y dicen, allá por el sur,
que, tras pasar buena noche,
no se puede tener buen día.
Y no sé si será cierto,
pero hoy no tengo más que un par de páginas en blanco
y unas cuantas palabras inservibles,
que quizá me apetezca escribir.

Así empieza todo

Querido Mundo:
Así empieza todo; desde el principio, desde cero, desde abajo. Cuando te miras los bolsillos y no encuentras nada. Cuando llegas a casa y no hay mensajes en el contestador. Cuando ya no tienes hambre, ni frío, ni ganas de reírte. Cuando todo lo que piensas se reduce a mirar por la ventana y a dejar que un airecillo te golpee despreocupadamente en la cara. Así empieza todo.
Me hiciste una persona llena de dudas, aunque luchadora. Quizá no está bien que yo lo diga, pero qué coño, claro que lo soy. Sólo es necesario echar un vistazo atrás. Algunos se estremecerían de saber lo que he vivido. Pues sí, es cierto. Soy la prueba viviente de que no es fácil convivir con uno mismo. Fuerza y cobardía son palabras que no tienden a mezclarse, pero en mi caso es distinto. Uno vive con sus sueños y, suena estúpido, pero hay veces que da miedo cumplirlos. Fuerza para seguir luchando por ellos, cobardía cuando los tienes al alcance de la mano. Realmente es estúpido.
Las contradicciones hacen del hombre un ser asombroso. Nunca podrás meterte en la cabeza de nadie. Nunca sabrás si entiende realmente lo que estás diciendo. Quizá lo que para ti es totalmente lógico es absurdo para el otro y eso nunca podrás cambiarlo. Cuando estiras los brazos, se hace un círculo en torno a tu cuerpo. El espacio que ése círculo abarca, es hasta donde puedes llegar. Más allá de tus manos, tú, Mundo, ya no nos perteneces. Impotencia, agobio, confusión, es lo que provoca el no poder cambiar ése alrededor tan cercano. Pero te das cuenta de que realmente es algo imposible. Es cuando abandonas. Créeme, que para mí no es fácil abandonar, ya dije que lo que más me caracteriza son mis ganas de luchar. Pero mis brazos ya no alcanzan.
Vacío. Agujero. Oscuridad. Así empieza todo. Otra vez empieza de nuevo, abandona, ya no puedes, demasiado dolor, demasiado sufrir, ninguna recompensa… lo diste todo, ya no importa, no merece la pena recordarlo. Ahora eres tú, frente a la ventana y el aire que te golpea. No hay nada en tus bolsillos, ni mensajes en el contestador.
"Quise cambiar el mundo y ahora sólo espero que él no me cambie a mí" (Noviembre) Así es como empieza todo.

Brinqui

Conocí al pequeño Brinqui un lunes de madrugada. En realidad todo empezó aquella noche de domingo en la que no era capaz de pegar ojo. Empecé a dar vueltas en la cama, de acá para allá, pensando en esto y en aquello… comencé a repasar una idea que me trastornaba, ya saben, ese tipo de ideas autodestructivas que sólo se piensan en domingo y normalmente tienen que ver con la vida que uno tiene. Así que estaba pensando en el maldito motivo que me hacía sentir tan terriblemente solo y por eso no era capaz de conciliar el sueño. De repente me entró un hambre terrible, me doblé por la mitad intentando tapar el agujero de mi estómago pero no resultó. Así que empecé a imaginarme a mí mismo arrastrando los pies hacia la cocina, cogiendo el bote de nata y enchufándolo directamente en mi boca mientras partía unos trocitos de salchichón. Así que eso hice. Lo reconozco: nunca he tenido dotes para la cocina, soy capaz de mezclar nata y salchichón, como que me hago un batido de leche y vinagre. Yo soy así.
Me fui al salón, envuelto en una manta vieja que tengo de cuadros rojos y negros y me senté en el sofá con el bote de nata a un lado y el salchichón en el otro. Yo seguía pensando en las pocas ganas que tenía de hacer cosas en las últimas semanas. Pensaba en aquel sentimiento de indiferencia que me llenaba, como aquel que nunca tiene prisa, no sé si me explico. Si yo me hubiese encontrado por aquel entonces un tigre de bengala tumbado en el pasillo de mi casa, le hubiese esquivado y me hubiera ido a tirar al sofá sin problema alguno. Ya nada me sorprendía. Incluso si hubiese oído su gruñido lejano mientras rasgaba las cortinas de mi dormitorio, simplemente hubiese subido el volumen de la televisión.
De hecho recuerdo que vi un atraco en directo, un chaval que le robó el bolso a una viejilla en la puerta de casa. Algunos hubiesen ido detrás del ladrón o hubiesen socorrido a la mujer. A mí me importaba tan poco el mundo, que agarré mis bolsas de la compra y subí andando hasta mi tercer piso. Después encendí la tele y fíjense que ni siquiera anoté en mi diario el incidente. Un par de días después la policía llamó a mi casa, para preguntarme lo que había visto: yo era testigo. Eso si que es emocionante… pues ni por esas. El sargento se bebió mi café, le conté en general lo que había visto y se marchó. Ya podía haberme sacado la pistola o algo, que yo hubiese seguido sorbiendo con la rutina habitual mi capuchino.
Y quieran que no, aquella apatía me estaba empezando a resultar molesta. Digamos que por muchas ganas que yo le pusiera al asunto éste de vivir, no sé cómo me las apañaba para resultar un ser tan indiferente, que sólo sorbía nata de bote con tropezones de salchichón. Tampoco sabría buscar el origen de este problema. Quizá fuera Eloisa, pero no sabría decirlo. Eloisa cara-de-risa-ponte-la-camisa, como yo la llamaba, se fue una mañana un par de meses atrás y me dejó con la nevera vacía y tres o cuatro cartas en el buzón, que al final fueron facturas. Pero no sabría decir si mi problema surgió cuando Cara-de-risa se fue o si ella se fue porque yo tenía ése problema. Es como el huevo y la gallina, de ésos acertijos que uno piensa varias semanas y nunca da con una solución coherente. Ése tipo de acertijos están ideados por mentes retorcidas para amargar la vida de los pobres hombres como yo. Incluso diría que lo inventó una mujer. Pero no se crean, Cara-de-risa era diferente.

Sí es cierto: Cara-de-risa era diferente y se había ido, pero también es cierto que yo, que estaba en el mundo porque tiene que haber de todo, no la echaba de menos. Si acaso sus regañinas cuando me levantaba de noche a picar de la nevera, o su cara de mosqueo cuando le decía aquello de “ponte-la-camisa”. Pero en realidad la vida sin ella no era tan distinta. Por eso llegué a la conclusión de que mi poca preocupación por lo que sucedía alrededor no debía surgir de ese detalle.
No estoy yo tan seguro si hablamos de mi trabajo, aunque aquello de perderlo fue culpa mía y lo reconozco. El día que me dejó Eloisa no fui a la oficina, claro, era de esperar. Guardé el luto oficial de tres días, tal y como lo manda el reglamento de los trabajadores. Al principio pensé que había colado, pero al cuarto día cuando llegué a la oficina y todo el mundo me dio el pésame, mi jefe me dijo que le parecía demasiado morro de mi parte, que mi madre había muerto tres veces el último mes y que no me soportaba más. Recuerdo que le dije una frase muy bonita, que si Eloisa me hubiera escuchado seguramente hubiese vuelto conmigo. Le dije que se me había muerto el amor, pero se ve que era poco romántico y sin sonreírme ni nada, sin palmaditas en la espalda y esas cosas; me echó. Ahí entendí que éste mundo no está echo para los soñadores y qué quieren que les diga, a mí se me habían terminado las fuerzas para intentar cambiarlo.
Uno no es de piedra. Si a uno le deja Cara-de-risa; lo soporta, si pierde su trabajo; se aguanta, si le comen las facturas; se resigna, si ha matado imaginariamente a su madre tres veces en un mes y la tipa sigue vivita y coleando… uno llega a la profunda depresión.
Ahí estaba yo: salchichón en mano, con el pijama lleno de churretones de nata, acordándome de todas estas cosas y sintiéndome como un gusano, de ésos que tienen pelos como púas en la espalda, que son de color verde y se mueven contoneándose como bailarinas. Justo en ése momento, cuando me imaginé al típico gusano de documental que trepa felizmente por una rama, doblándose y estirándose para avanzar, fue cuando comenzó a picarme la cabeza de una forma tremebunda. Tuve que dejar en la mesa mis instrumentos de dieta de soltero y rascarme contundentemente con las dos manos, intentando clavar las pocas uñas que tengo en mi cuero cabelludo. El picor no se iba, restregaba la cabeza como hacen los osos contra el sofá y contra el pico de la mesita, pero no resultaba. Me rasqué con las llaves del coche, con el bote de nata, con el mando a distancia… nada me quitaba aquello de la cabeza.
Fue entonces cuando Brinqui saltó de mi pelo a mi mano y se me quedó mirando con sus ojos saltones que ocupaban más que su propio cuerpo. Parecían dos huevos fritos sobre la cabeza de un alfiler. Recuerdo que Brinqui se sentó en la punta de mi dedo índice, estirando sus patillas. Con lo de la nata y el salchichón debí darme cuenta: me había vuelto loco y ahora tenía un piojo sentado en la punta de mi dedo esperando a que le diera conversación.
Eso fue exactamente lo que hice. Brinqui me contó que era de Carabanchel, de buena familia piojera, no era de ésos que chupan un par de semanas y se largan. Él era un piojo fiel: si encontraba una cabeza no se iba fácilmente. Me reconoció que en el fondo estaba hecho un sentimental. Yo le estuve contando que Cara-de-risa me había dejado, que me echaron del trabajo por matar de mentira a mi madre unas cuantas veces y que la susodicha no dejaba de llamarme para recordarme que Eloisa me había abandonado por ser un rastrero-impresentable. También le dije que eran adjetivos que mi santa madre solía combinar: podía decir rastrero-insoportable como rastrero-fracasado o impresentable-gañán. Le dije que era bastante culta y mujer de mundo, que nadie podría reprocharle nunca que fuera una buena combinadora de vejaciones. Brinqui me aseguró que para hacer cócteles de insultos las madres están todas muy bien dotadas.
Para resumir un poco mi historia, diré que Brinqui y yo nos hicimos muy buenos amigos. Le contaba mis inquietudes, todas las cosas que me preocupaban, aquella falta de ganas, aquella despreocupación por los tigres de bengala en el pasillo de casa… Brinqui me daba cariño y cuando no le hacía caso se ponía a chuparme la sangre en la nuca, para que tuviese que rascarme como un desesperado. Pero luego siempre descendía por mi oreja y se me ponía en la punta de la nariz, nos mirábamos y nos reíamos. No sé cómo explicarlo, parece increíble que hubiese encontrado un piojo tan bueno. Además, si la gente supiese la capacidad que tiene un piojo como psicoanalista… les aseguro que Brinqui no tenía precio, siempre me escuchaba a cambio de un poco de mi sangre. ¿Conocen acaso a alguien que les haya pedido tan poco?
Una noche Brinqui y yo nos inventamos un montón de mentiras, fuimos a la nueva casa de Eloisa, más grande que la mía y, mientras yo la miraba con cara de pena, Brinqui me susurraba al oído una a una todas las cosas monas que nos habíamos inventado para conquistarla de nuevo. Al final Cara-de-risa volvió, pero no conocía la existencia del piojo: les digo que no le hubiese gustado lo más mínimo. Las mujeres son así: no suelen aceptar fácilmente las amistades de sus maridos.
Volví a trabajar en otra oficina, esta vez más grande y no cometí el error de matar a mi madre dos veces en el mismo mes. Todo iba viento en popa hasta que perdí a Brinqui. Como siempre, despistado de mi, me levanté a media noche para picar algo. Iba medio dormido y me desorienté. Brinqui dormía tranquilo entre mi pelo, sin imaginarse la tragedia. Metí la cabeza en la nevera para encontrar la barra de salchichón, pero Eloisa la había dejado demasiado adentro. Cuando levanté la cabeza, me di un golpe con la bandeja de los quesos y los tomates. Me pasé la palma de la mano por el diminuto chichón y me la miré: en la yema del dedo índice tenía una gota de sangre. Supe entonces que había perdido a Brinqui de la forma más tonta. Aquello me costó un disgusto de varias semanas, podría decir que aquel piojo me importaba incluso más que Cara-de-risa,el trabajo y los tigres de bengala.
Desde entonces hasta ahora, yo; Martín Martínez, no soy el mismo hombre. Desde que perdí a Brinqui hasta hoy, he estado paseando incansable todas las tardes por el barrio de Carabanchel, buscando desesperado una familia de piojos que tuvieran ojos como huevos fritos sobre la cabeza de un alfiler y que fueran chupadores fieles, con alma de psicoanalistas. Sé que no voy a encontrar a otro como Brinqui, pero al menos, gracias a sus enseñanzas, no se me quitan las ganas de seguir buscando

Baby, can I hold you tonight?

Sorry
Is all that you can't say
Years gone by and still
Words don't come easily
Like sorry like sorry
Forgive me
Is all that you can't say
Years gone by and still
Words don't come easily
Like forgive me forgive me
But you can say baby
Baby can I hold you tonight
Maybe if I told you the right words
At the right time you'd be mine
I love you
Is all that you can't say
Years gone by and still
Words don't come easily
Like I love you I love you.

Tracy Chapman

Paloma Negra

Ya me canso de llorar y no amanece
Ya no sé si maldecirte o por ti rezar
Tengo miedo de buscarte y de encontrarte
donde mis amigos me aseguran que te vas
Hay momentos en que quisiera mejor rajarme
y arrancarme ya los clavos de mi penar
pero mis ojos se mueren sin mirar tus ojos
y mi cariño con la aurora te vuelve a esperar
Y agarraste por tu cuenta la parranda
paloma negra, paloma negra, ¿dónde, dónde andarás?
ya no juegues con mi honra parrandera
si tus caricias han de ser mías, de nadie más
Y aunque te amo, con locura... ya no vuelvas
Paloma negra, eres la reja de un penar
Quiero ser libre, vivir mi vida, con quién yo quiera
Dios, dame fuerza que me estoy muriendo por irle a buscar...
Y agarraste por tu cuenta las parrandas.

Chavela Vargas

La Rebelión

Ahí estaba él otra vez, como cada noche, suplicándole a las nieblas que le dejaran dormir y otra vez que no querían. Así que pasaba de una en una viejas fotografías que le reñían bruscamente, que le devolvían recuerdos, que le traían fantasmas; pero aún así no dejaba de mirarlas. Un poco harto de estar envuelto en tanta melancolía, caminó silencioso por el pasillo hasta la cocina. Allí abrió la nevera, en busca de su botella de leche. Cuando estaba dispuesto a darle un buen sorbo a morro, se sorprendió al escuchar que su nevera también le reñía:
- ¿No te da vergüenza beber la leche a morro?
- Ninguna -contestó él tranquilamente. –Es la suerte de vivir más solo que la una, querida.
- A eso me refiero precisamente, Antonio, que ya está bien de ser tan solitario, ¿no te parece que deberías buscarte algo de compañía?
- ¿Y tú no crees que deberías dedicarte a tus labores como nevera y dejarme en paz? Enfriar la leche es tu trabajo, tampoco creo que te pida tanto.
- Pero no te das cuenta… estoy medio vacía, sólo albergo aquí comida para media persona, eso, para mí, primera de mi promoción, es bajar de categoría. Tengo demasiada capacidad para desperdiciarla de esta forma.

Antonio cerró la puerta de la nevera y se dio media vuelta, a su espalda ésta volvió a decir:
- Pero, por favor, escúchame, ¿y ahora a dónde vas?
- Para charlas morales prefiero que me hable la Biblia.

Se dirigió con paso decidido hacia el salón y se quedó mirando la gran Biblia que jamás había abierto, la que le regaló su madre cuando se fue de casa y que estaba acumulando polvo en un estante, encima del televisor. Aunque Antonio quiso iniciar conversación con el sagrado libro, no halló respuesta: la Biblia estaba durmiendo, cosa que a él le hubiese gustado conseguir.
Para calmar un poco su enfado con la nevera, hizo un amago de encender la televisión, pero ésta estaba en huelga:
- ¿Y tú por qué no te enciendes?
- Estoy harta Antoñito –contestó –no voy a volver a encenderme de madrugada, para ofrecerte esas películas porno de tan mal gusto, ni los avances de las noticias de mañana, ni las repeticiones de las galas de la Primera.
- Anda por favor… no puedo dormir ¿qué quieres que haga?
- Quiero que puedas dormir, lo hago por ti. Podrías, si no estuvieses tan solo en la cama…

Antonio le tiró un cojín a la televisión, ella se quejó, pero se quedó callada. Bastante sulfurado cogió un cigarrillo de su pitillera y lo encendió con prisa. Cual fue su sorpresa al ver que el cigarrillo se retorcía y asomaba unos ojillos encendidos desde la llama, diciendo:
- Deberías dejar de fumar, yo mato y además pongo los dientes amarillos, eso es muy poco atractivo para las mujeres Antonio –el cigarrillo guiñó uno de sus ojos de ceniza.
- ¡Ya está bien! –gritó Antonio –estoy más que harto de todos vosotros, ¿vivo solo o con electrodomésticos endemoniados?
- Perdona, si quieres generalizar por el enfado me parece bien, pero quiero que recuerdes que yo estoy hecho de tabaco, Fortuna, nada menos –corrigió el cigarrillo.

Antonio, desesperado, se marchó de su casa y se dirigió al parque. Se sorprendió al encontrar sentada en un banco a una mujer, de unos treinta años, mal vestida y con el pelo enmarañado, mirando pasar las nieblas que a él no le permitían dormir.
- Buenas noches –saludó cortés.
- Buenas noches –le respondió ella.

Se sentó a su lado y siguió hablando:
- ¿Qué hace usted sola a estas horas en el parque? Tendría que ser más prudente, podría pasarle cualquier cosa.
- Créame que aquí estoy más segura que en casa. ¿Y usted por qué está aquí?
- Pues, va a pensar que estoy medio loco, pero todo ha sido culpa de mi nevera, que empezó a reñirme por beber la leche a morro…
- ¿Ah si? Mi ordenador se ha revelado contra mí, ha dicho que por mucho insomnio que tuviera ésas no eran horas de ponerse a escribir un relato. Y si eso le parece poco, no quiero ni contarle cómo ha empezado a escupirme folios la impresora…

Antonio sonrió. Ella le ofreció un cigarrillo y él dijo:
- Voy a dejar de fumar, debería usted hacer lo mismo, el Fortuna se ha vuelto muy prepotente.

Café

Te estoy observando desnuda bajo la manta y, aunque estemos los dos en casa ajena, voy a levantarme y prepararé café. “Primero echa el agua, abajo Martín, no se te olvide y después el café en el minúsculo embudo. Ponlo sobre el fuego, eso es…” tengo que repetirme los pasos correctos. Mientras voy sintiendo el aroma, imagino que lo estoy haciendo para ti, que cuando te levantes desayunaremos juntos y nos iremos al metro para despedirnos de nuevo hasta mañana. Pero no sé por qué tengo la sensación de que, aunque esté en esta cocina haciendo café, todo es un sueño. No sé por qué sé que vas a levantarte, vas a sorber torpemente de un vaso medio sucio el agua con posos que me ha salido y vas a volver a repetirme que no te vas a enamorar de mí. Supongo que todo eso lo imagino porque está lloviendo y porque no hemos madrugado y hay mucho que estudiar. Supongo que lo pienso porque no sería la primera vez que nos pasa, a pesar de que ya sabes que no puedo decirte que no. Pero hoy todo es diferente, porque cuando vuelvas a repetirme lo mismo de siempre, haré la maleta y me marcharé muy lejos. Intentaré dejarte aquí olvidada todo lo que pueda, buscar nuevos sueños, encontrar distintas ilusiones, renovarme, a fin de cuentas. Sí… cuando vuelva, seguramente, me apetezca volver a verte. Y, por qué no, lo más probable es que quedemos en nuestro sitio habitual, para dar un paseo, para tomar algo o, incluso, para ir al cine. No sé si es por la lluvia o por lo mal que me ha salido esta mañana el café, pero imagino que en ese momento seguiré preguntándome por qué demonios voy a quererte toda la vida.

La venganza

Elena había atado cuidadosamente al médico a la camilla, de brazos y piernas, mientras le colocaba una tira de cinta aislante en la boca, para que no gritara. “¿Me recuerda?”, le había preguntado anteriormente. El médico, aterrorizado, no le recordaba. “¿A usted le gusta investigar a sus pacientes muy a fondo, verdad? Incluso por debajo de la falda ¿no?, ¿No me recuerda ahora?”. El médico, atado y amordazado, negaba con la cabeza. Elena sacó de su mochila la espada japonesa que acababa de comprar. El doctor se estremecía entre las cuerdas, sin poder librarse. Ella pasó la hoja de su espada por el cuello del amordazado, mientras a éste se le resbalaban lágrimas por los carrillos.
- ¿Ahora llora? –dijo ella –debería haberlo pensado antes de hacerlo, ¿no cree?. A veces el destino nos juega malas pasadas ¿verdad?, quién le iba a decir que yo volvería –rió –Tranquilo, mi padre solía decirme que la muerte no es más que un paso de la vida. Sería menos doloroso si no hubiese sido yo la encargada, pero eso no puede elegirlo usted.
La hoja de aquella espada acariciaba suavemente cada parte del cuerpo del médico, mientras él gemía casi sin fuerzas. Sin pensárselo dos veces, Elena traspasó la garganta de aquel hombre y dejó allí clavada su espada samurai. Sin quitarse los guantes, salió de la consulta y atravesó toda la clínica hasta la puerta de la calle. Se despidió de las enfermeras que paseaban por allí y por fin salió sin el menor resquicio de nerviosismo. Pablo le esperaba en la calle. Se miraron sin decir nada y caminaron juntos hasta el metro.

La oficina de objetos perdidos

Para mi mami, que hoy es su cumple.

- Buenos días.
- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? –responde amablemente el muchacho de la ventanilla.
- Venía a solicitar un par de alas nuevas.
- Muy bien señorita, pase usted por la mesa cinco.
Lola avanza dando chancletazos en el suelo hacia la mesa número cinco, no hay cola. Se sienta en la silla y sonríe enseñando los dientes mientras se coloca el pelo.
- Buenos días.
- Buenos días –responde el encargado, tocándose servicialmente el nudo de la corbata.
- Vengo a solicitar un par de alas nuevas.
- De acuerdo –sonríe –si no le importa le haré unas preguntitas para rellenar un pequeño cuestionario.
- Adelante –contesta ella cruzándose de piernas, dejando visibles por debajo de la falda sus inmensas rodillas.
- Bien… -cavila mientras rebusca entre sus papeles -¿dónde y cuándo perdió usted sus alas?
- Ayer, a la entrada de un cine.
El hombre apunta en el papel, asintiendo levemente con la cabeza y apretando ligeramente los labios.
- Motivo: primero, desamor; segundo, pérdida accidental; tercero, echa usted de menos a un ser querido; cuarto, frustración; quinto, visibilidad abstracta o nula del futuro cercano; sexto, otros.
- Desamor –responde Lola entornando los ojos como si un recuerdo acabara de atravesar su mente.
El hombre hace una pequeña equis en un recuadro.
- Quiere usted recuperar sus alas… primero, porque se siente vacío/a sin ilusión; segundo, porque no se ve con fuerzas de seguir adelante; tercero, porque reconoce que es un punto negativo golpeando firmemente en su autoestima; cuarto, otros.
- Supongo que la primera opción.
- Estupendo, pero si también desea solicitar ilusión, tendrá que acercarse a la mesa número ocho.
- No, de momento sólo quiero mis alas, gracias.
- Está bien –apunta en el formulario –ahora, deberá usted… -se detiene desconcertado y mira con los ojos medio cerrados hacia el cuello de la chica, como sospechando –eso, ¿eso del cuello es una nariz de payaso?
- Sí –responde ella sujetándola con la mano, como si ya no recordara que la había puesto ahí –me la regalaron.
- Por favor, tenga usted un poco de respeto, la mesa tres está repleta de gente que quiere recuperar su alma de payaso.
Lola gira la cabeza y ve una fila de personas que la miran haciendo pucheros, acariciándose las narices desnudas, sudando y resoplando por llegar de una vez a la mesa y poder solicitar su alma payasera.
- Lo siento –dice ella guardándola rápidamente en el bolso.
- Cómo le decía, rellene esta ficha, firme aquí, aquí y aquí y en una semana, como mucho diez días, recibirá usted la respuesta a su petición.
Lola obedece y va firmando los papeles entre suspiros resignados. Por fin alcanza la puerta y se marcha. En un par de semanas, o quizá algún mes, podrá volar de nuevo.

El clavo

El clavo saliente de la pared le ponía extremadamente nervioso. Desearía tener entre sus manos un gran martillo, una de esas mazas que hay en las ferias, para golpearlo y que atravesara la pared quedando para siemprefuera de su alcance. Pero, por más que se imaginaba a sí mismo golpeando aquel pequeño clavo con todas sus fuerzas, seguía asomándose inquieto a través de la pared. Los clavos no se mueven con el poder de la mente,claro, y aquel no iba a ser una excepción. Pero Martín lo miraba con cara amenazante: los labios muy apretados, los ojos arrugados y las cejas encrespadas. Lo señalaba con el dedo acusadoramente, como diciéndole: “Maldito clavo, ¿Quieres decirme qué narices estás haciendo ahí?” el pobre clavo seguía inmóvil en la pared, totalmente intimidado; él no había elegido su destino. Por si tener un clavo medio salido en la pared justo encima de su cabeza no era problema ya más que suficiente, Martín comenzó a escuchar por encima del silencio del dormitorio un tic-tac.No uno cualquiera, sino el tic-tac de su reloj despertador. El mismo que compró confiadamente, otorgándole la labor de despertarlo cada mañana, aquel mínimo reloj despertador color rojo, que había colocado en su mesilla de noche con gran entusiasmo, como quien coloca un precioso ramo de flores. Aquel traidor reloj despertador sonaba por encima del silencio, rebotando en el clavo salido de la pared. Martín notaba cómo un infarto iba bajando a borbotones por su garganta, su respiración potente no lograba tapar el horrendo tic-tac del reloj despertador y, por más que cerraba los ojos, seguía viendo el clavo como si estuviese hecho de un material fluorescente. ¿Qué debía hacer ahora? Martín se imaginaba yendo a la consulta de un psicoanalista, explicándole tristemente que tenía un clavo mal puesto encima del cabecero de su cama, que su precioso reloj despertador color rojo recién estrenado, hacía un ruido infernal. Se imaginaba a sí mismo sollozando con las manos en la cara, arrodillado en el suelo, implorando a dioses y vírgenes. Entonces, no sabía por qué, se imaginaba al psicoanalista ajustándose unas gafas minúsculas en la punta de la nariz, con una corbata azul y escribiendo en una libreta con su estilográfica de tinta verde. Lo volvía a imaginar tosiendo desde el pulmón, preguntándole muy serio si aquel era realmente su problema. Sumido en la desgracia del momento, Martín supuso que le hubiese contestado que sí. Después de una
última anotación, el psicoanalista inventado le respondió “Entonces está usted más que loco, caballero” ¡Ni siquiera las creaciones de su mente podían dar a Martín un poco de paz interior! ¿Sería el estrés de la nueva ciudad? ¿realmente estaba exagerando? Volvió a mirar el clavo y propuso resuelto que no. No era una exageración: aquel clavo había aparecido allí para amargarle la existencia.
No es que no pudiese dormir porque la echara de menos a ella; no es que no pudiese dormir porque se sintiera solo, lejos de casa y culpable por haber huido tras recibir un no por respuesta; no es que no pudiese dormir porque sabía que no tenía a nadie a quién repetir incansable que se estaba enamorando… lo que realmente no le dejaba dormir, la única razón posible de su insomnio, era el clavo. Se levantó de un salto, y diciendo: “me has fallado amigo” arrojó el reloj despertador color rojo por la ventana. Después se marchó al salón para no ver el clavito encima de su cabeza y, por fin, antes de caer rendido por el sueño, se le pasó un último pensamiento: “Mañana colgaré un cuadro”.

Un sitio donde volver

"Grita si es lo que realmente necesitas. Levántate y corre cuando te lo pida el cuerpo. Llora si lo que sientes te resulta imposible de sostener." Es la lección que me enseñaste.
Hoy me voy, hoy te dejo. No te voy a decir que te llevo en el corazón, me he metido en los bolsillos tus pequeños encantos: en el izquierdo una nariz de payaso; en el derecho mil canciones de la misma guitarra. Hoy te dejo y es lo más difícil. No sé cuando volveré, pero según como te pedí, espero que no hayas cambiado. Hoy me voy, después de haber aprendido. Hoy ya soy diferente.

Lo que necesito para el viaje

Devuélveme el mes de Septiembre y el sueño que te regalé. Devuélveme Octubre y el primer beso que nos dimos. Devuélveme Noviembre y las noches en vela. Devuélveme Diciembre y los peces de colores. Devuélveme ése Enero bailando desnuda. Devuélveme Febrero y veinte años sin ti. Devuélveme marzo y las copas de los árboles. Devuélveme el Abril que nos robó Sabina a la entrada de un cine. Devuélveme mayo, el calor y los ratones de biblioteca. Devuélveme Junio y mis flores rojas. Devuélveme Julio y las horas muertas echándote de menos. Devuélveme Agosto, mi abono transporte y lo enorme que antes era Madrid. Por favor, cuando llegue de nuevo Septiembre, no se te ocurra enviarme más lágrimas, ni más lluvia. Mételo todo bien cerrado en un paquete y mándamelo por Seur.