A veces cierro los ojos, estiro la mano hacia el cuenco de mis piedras hasta percibir alguna vibración, un foco de calor, una señal. Y ésa es la que tomo.
Siempre las reconozco antes de mirarlas. Hoy traté de hacer trampa y dejé la que había tomado, simplemente no quería vérmelas con esa piedra.
Pero ella insistió.
Y aquí está, conmigo. Es una Petersita (o Tempstone), tremendamente bella. Mi Petersita y yo no nos conocemos demasiado, siento que todavía no estoy preparada para trabajar con ella. Aprendí a desarrollar una percepción bastante fuerte con los cristales, y esa percepción se traslada a otros aspectos. Es inevitable. Siempre digo que tenemos una inclinación natural a permanecer cerrados, impermeables, a estar en guardia, a no sentir, a no respirar. Pero la contemplación silenciosa de un cristal abre canales desconocidos, y su trabajo es sutil e irreversible. Algo cambia y no cambia de un día para otro, porque nunca vibrará a una frecuencia que no podamos asimilar. Sus manifestaciones son amorosas, lentas y firmes.
Quien las considere solo piedras, creo que está falto de espíritu.
Son más que materia con poesía. Son, como decía Carl G. Jung, los pensamientos de Dios sobre la Tierra. Pero con los pensamientos pasa lo mismo que con las verdades: no todos quieren saber. Es más cómodo y menos subversivo creer que todo acaba con nosotros.
A mí me gusta pensar que yo ya no estaré, que no estarán los árboles que hoy planto, ni las personas que tanto amo, pero ellas permanecerán. Y pasarán años... cientos, miles, y seguirán aquí o en lo que quede de aquí.
La Petersita representa el caos propio de toda transición.
La palabra caos me asusta. Ya no me cuestiono la razón: acepto que tiene implicancias que me generan temor y no lo disfrazo.
La palabra transición tampoco me agrada. Suena a oruga, a gusano, a mudanza, a no saber hacia donde ni cuando ni con quien. Suena a cambio de piel, a descamación, a tiempo detenido, a reloj sin pilas, a diagonales, a ta- te- ti, a incertidumbre.
¿Cómo podría querer vérmelas con esta piedra tozuda que pasa por alto mis trampas... cuando me está sentando de prepo en una butaca y grita Mirate?!!! Y allí está la pantalla, y las luces se apagan y la película se llama La vida según Mon. También podría llamarse Mon, según la vida. Ese es el caos.
Ese es el cajón revuelto que hoy no tengo ganas de ordenar.
Y que tampoco puedo.
Mi cabeza es una calesita. Cuando era chica seducía al calesitero con mirada de pobremon para quedarme con la sortija.
Una vuelta más.
Ese era el objetivo.
Odiaba las calesitas, no subía para divertirme. Subía para ganarme la sortija. Para probarme.
Después, de adolescente, seguí probándome: no soy mujer si no consigo que fulanito "se me declare". Y fulanito se me declaraba. Pobrefulanito. Y pobreyo.
Nunca supe exactamente COMO, (miento, sí lo sé) pero siempre lograba lo que me proponía.
Con el tiempo, y más precisamente este último tiempo, encontré las grietas por donde hago agua, pero también sé que toda grieta encierra alguna clase de vida.
A veces me siento aire, a veces me siento grieta.
A veces no me basta con el hoy, con el ETERNO AHORA.
A veces comienzo a preguntarme como será mi vida, y porqué razón la imagino en soledad. No hablo de ausencias, no pienso prescindir de ciertas cosas.
Mi soledad es la transmutación del único y más grande amor que he sido capaz de sentir.
Es un gran dolor que el amor nos habite y de vueltas como una calesita sin calesitero.
Y es una gran fortuna que no haya, jamás, intentado probarme.
Hoy sé que soy mujer, aunque esté sin él.
Porque nunca fue premio, porque nunca fue sortija.
Porque nunca fue juego. Solo el único y más grande amor que he sido capaz de sentir.
¿Caos? Seguramente.
¿Transición? Tal vez.
Pero siempre hacia la luz y fiel a mis pocas, poquísimas verdades.