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El nuevo libro de Max

El nuevo libro de Max

El Ananga Tongo, que ha sido bautizado ya por los expertos como el Espasa del sexo, es un diccionario enciclopédico ilustrado de planteamiento absolutamente revolucionario. Su propósito no es aclarar conceptos ni definir vocablos sino convertirse en fuente de excitación sexual para el lector. Frente a la zafiedad del cine porno o la chabacanería de los teléfonos eróticos, el Ananga Tongo permite a todos aquellos hombres y mujeres que deseen autoestimularse libidinosamente, participar en un refinado juego intelectual en el que la palabra escrita es la única e indiscutible protagonista. Si durante la infancia nos recreábamos buscando en el diccionario el significado de las llamadas “palabras cochinas” como puta, chocho y maricón, ahora, en la madurez, gracias al Aranga Tongo, es posible continuar con este impúdico pasatiempo escudriñando en las definiciones de “zapatofilia” “amaricano” o “prostitutear.

¿Y qué es el Ananga Ranga?

Y el viejo libro de Fernando

Y el viejo libro de Fernando

Si dijera que he leído en su integridad la hasta ahora última novela de Fernando Schwartz El engaño de Beth Loring estaría faltando a la verdad y siendo honesto a un mismo tiempo, ya que si es bien es cierto que, a causa de una indigestión estética, no he podido pasar de las 5 primeras páginas, cualquier lector medianamente avezado convendrá conmigo en que basta esta primera parte del libro para hacerse una idea cabal del mismo, del talento literario de su autor y si se me apura, de los vericuetos argumentísticos por los que discurrirá su más que previsible trama.
La primera parte, que constará de unas mil palabras aproximadamente, la dedica el autor a describirnos una gala operística en el Liceo de Barcelona en la que se nos presenta a la que suponemos va a ser la protagonista de la novela, una aristócrata de gran distinción que se sienta sola en un palco del reconstruido teatro. Fernando Schwartz, en un intento loable pero fallido de transmitir al lector el porte elegante, altivo y distinguido de su protagonista dice que Lavinia parecía una reina. Esto es tanto como comparar la cara de un vergonzoso con un tomate, la tez de un moribundo con un folio en blanco o el alma de un condenado con un barril de pez, es decir, un lugar común.
El recurso literario empleado por Schwartz hace agua por todas partes. En primer lugar, la imagen que tenemos de las reinas es de mujeres siempre rodeadas de cortesanos, aduladores, consejeros y demás fauna de la corte. Esta mujer en cambio está sola en el palco. Recuerda más bien a una cortesana intrigante, una especie de Glenn Close al final de Las amistades peligrosas. La tal Lavinia despierta sospechas en el lector desde el principio porque ¿cómo es que, en el acto social por antonomasia que es la noche en la ópera, esta aparentemente seductora dama está más sola que la Marquesa de Merteuil en la última secuencia de la película de Stephen Frears? Todo nos hace sospechar que estamos ante una grandísima hija de puta, a la que todo el mundo prefiere mantener a raya. Sin embargo, el narrador parece simpatizar con ella, dice que tiene un carácter vanidoso y soberbio pero que está justificado por lo que suponemos que comulga con sus valores y virtudes. Por lo tanto, o el narrador simpatiza con el trepe social de la tal Lavinia, o se ha expresado con gran torpeza. El narrador me hace desconfiar y me cae gordo porque al simpatizar con Lavinia demuestra que él también es un trepa social.
No descubro ningún secreto si digo que un buen escritor va más allá del símil de la calle e intenta buscar una imagen propia y menos trillada que la de comparar a una mujer distinguida y elegante con una reina. ¿En qué reina está pensando el autor? ¿En una genérica o en una concreta? ¿Es en la actual Reina de España, a la que no se le puede negar su capacidad para saber estar pero a la que ni el más abyecto pelota de la Corte calificaría de glamourosa? ¿Distinguida tal vez como Isabel la Católica que permaneció meses y meses con la misma mugrienta camisa para ganar una absurda apuesta? Hay reinas muy desagradables, por ejemplo la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas. La reina de Inglaterra tampoco me parece un modelo de mujer distinguida y elegante, sino más bien una anciana decrépita y malhumorada consciente de que los días de grandeza del Imperio quedaron atrás para siempre. Lo que quiero decir es que así como la pez es siempre negra y la nieve blanca, las reinas no son distinguidas siempre, por lo que la comparación, además de trillada no resulta eficaz. Me irrita sobremanera la idea del autor de que la elegancia y la distinción van asociadas con la realeza y la aristocracia porque no se asienta sobre el sentido común ni el poder de observación sino en un prejuicio de clase.
¿Qué podría haber dicho el autor para salirse del topicazo? ¿Que Lavinia parecía qué?. Podría por ejemplo haber usado el humor: tan vulgar y poco sofisticada como la Duquesa de Kent en un pase de modelos de Manolo Blanik. O esto otro: más sofisticada que Audrey Hepburn después de haberse doctorado cum laude en el master de modales exquisitos del profesor Higgins.
Estamos hablando del comienzo del libro, una parte muy importante del mismo, porque es donde se supone que hay que agarrar al lector por los cataplines y conseguir que venza la reticencia inicial que provoca toda nueva lectura, y sin embargo el autor, no sé si por pereza, falta de imaginación o simple negligencia profesional, nos sale con que la protagonista parecía una reina por la distinción y elegancia que irradiaba.
Más imágenes que se me ocurren: era tan elegante y distinguida que si Jesús Gil hubiera entrado en ese mismo instante en el palco la hubiera tomado en el
acto por la autentica y genuina Emperatriz de Lavapiés. O que era tan elegante y distinguida que parecía una criatura de laboratorio creada por un científico loco combinando fragmentos escogidos de Sissi Emperatriz, Isabel Presysler y la reina Noor de Jordania.
Se trataba en suma de provocar en el lector una imagen mental más potente que lo de parecía una reina. ¿Qué es lo próximo que nos podemos esperar de un autor así, que de una persona vulgar y tosca en sus modales diga que parecía un labriego? ¿Y esto es un escritor?
Como si él mismo se hubiera dado cuenta de la pobreza de sus recursos expresivos al comparar a esta mujer del palco con una reina, un poco más abajo vuelve a insistir en que verdaderamente parecía una reina, porque sabe que la primera vez no nos ha convencido. Más parece que es el autor el que, repitiendo una y otra vez lo de la reina como si fuera un mantra literario, trata de convencerse a sí mismo del extraordinario porte de la mujer a la que está tratando de describir. Y sigue luego, en un lenguaje de una mojigatería y beaturronería laica que me saca de quicio un hubiera podido decirse que eclipsaba a la verdadera realeza. ¿Por qué hubiera podido decirse y no se dijo o hay que decir, o simplemente eclipsaba ? Parece que la respuesta implícita a esa pregunta es que porque si se dijese de verdad incurriría el autor en una especie de pecado laico, una irreverencia tan irrespetuosa que él desde luego como narrador no se atrevería en ningún modo a suscribir. Es como si reconociese que no tengo cojones, por miedo a quedar mal o a que luego no me inviten más a la Zarzuela, de poner lo que realmente pienso: Comparada con Lavinia su majestad la Reina parecía tan vulgar y poco distinguida como una tertuliana del programa de María Teresa Campos. Pero claro, la sola idea de que haya alguien más distinguido y elegante que los reyes es tan peligrosa para el autor que nos asegura que esa frase no llegó a pronunciarse en la imaginaria velada, aunque lo pensó algún republicano, con lo cual está quitándole carga irreverente al comentario ya que resulta evidente que éste se produce por animadversión ideológica y no por denigración estética (y no resulta por lo tanto ni legítimo ni pertinente en ese contexto).
El subtexto de tan repugnante párrafo expresaría entonces el siguiente enunciado: solo un republicano con ganas de socavar los cimientos de la cada vez más cuestionada –sobre todo a raíz de la posible boda del príncipe con Eva Sannum – institución monárquica, se hubiera atrevido a decir que Lavinia era más elegante y distinguida que la reina de España. El resto, aunque reconocemos que Lavinia estaba muy atractiva y elegante, convenimos en que la reina es la reina y no puede ser superada en elegancia y distinción por ninguna dama de la corte, por muy Lavinia que sea.
La machacona y simplirritona comparación del personaje de Lavinia con una reina no acaba aquí. Cuando se termina la representación y Lavinia baja al camerino para saludar a su esposo, el autor hace decir a uno de los espectadores que ésta parece una reina, y un poco antes, al describir la velada operística como la noche de la gran victoria de la protagonista el autor nos vuelve a encasquetar que la sonrisa era la de la reina Lavinia.
Parece como si el autor se hubiera dado cuenta de que el símil es muy flojo y tratara de compensar su falta de eficacia con varias pasadas, es decir como si adoptara la misma postura que un ama de casa que, habiendo comprado un jabón de lavadora muy barato y poco eficaz por el único motivo de que estaba en oferta se viera obligada a compensar el poco poder blanqueador del mismo con repetidas coladas de la misma ropa, para que así el infecto detergente que ha comprado, al estar mucho tiempo en contacto con la mugre, tuviera tiempo de llevar a cabo después de múltiples lavados lo que uno más potente hubiera conseguido a la primera. En ambos casos, el del escritor y el del ama de casa, el tiro les sale por la culata y la mala elección del producto, el símil en el primer caso, el jabón en el segundo, les obliga a hacer uso del mismo una y otra vez, provocando en el lector la irritación inherente a toda redundancia y en la ropa el desgaste que ocasiona todo lavado frecuente y gratuito. Porque ni la ropa sale más blanca después de repetidas coladas con un jabón de mierda ni la imaginación del lector más exaltada después de repetidos bombardeos con la pólvora mojada de una figura retórica tan ramplona y tan barata.null