Blogia

el cajón de las metáforas

Al otro lado de mi piel...

Mi pequeña guerrera, han pasado nueve meses y apenas he podido estar por ti, dedicarte tiempo a soñarte, a sentirte, a conectar contigo. El trabajo, tu hermano, mil cosas que acaban pasando por delante. Sé que estás ahí y va todo bien y ya está. Y ahora que estamos a punto de encontrarnos cara a cara, me doy cuenta de las ganas y la ilusión que tengo de tenerte entre mis brazos, mi niña, mi ilusión. Tengo el corazón partido porque tu hermano nos necesita y nos volcamos en él, pero también lo haremos contigo mi pequeña, no te faltará nuestro amor y atención. Te espero muy pronto...

Mi pequeño guerrero. Mi ilusión, mi fuerza y mi esperanza. Cambiaste mi mundo y mi vida el día que naciste y ya no sé vivir sin ti. Sin tu sonrisa, que lo cura todo, sin tu cabezonería y tu ternura. He tenido sueños y proyectos, pero ninguno es tan importante como acompañarte e intentar ayudarte en tu crecimiento y evolución: estaré siempre a tu lado dándolo todo para que llegues a donde quieras mi corazón.

Hoy hubieras cumplido 70 años. Pienso en ti cada día y me duele tu ausencia, tu final. Te echo de menos y te recordaré toda mi vida, papá. Una amiga me dijo que vives en mi hijo y en mí. Y con ese pensamiento quiero quedarme, con sentir tu fuerza y tu alma en mi corazón y verlo reflejado en tu nieto, que por cierto, me dicen que se parece mucho a ti. Te quiero papá. 

Todavía no puedo escribirte el post que me hubiera gustado leerte el día que te despedimos. Me siento embotada, con un nudo en la garganta que impide que broten las palabras de dentro de mi corazón. La rabia se ha apoderado de mí y hasta que no la libere no emergerá la auténtica tristeza que siento por no poder volver a verte, a decirte que te quiero.

Siento tanta impotencia y frustración por no haber podido luchar contra el sistema que te ha mantenido preso y alejado de nosotros, suspuestamente para protegerte, ese mismo sistema que te ha condenado a un devastador deterioro físico, a contagiarte dos veces del maldito virus sin que pudiéramos hacer nada. NADA. No sabes cuantas veces he soñado que encontraba la manera de sacarte de allí y traerte a casa, que te salvábamos de ese infierno. Conseguimos trasladarte de centro y pensé que todo sería diferente, que empezarías a reponerte, que si aguantabas un poco más podríamos estar juntos de nuevo, pero otra vez nos topamos con las negligencias y la incompetencia y tu cuerpo ya no pudo más. Demasiado hiciste por aferrarte a la vida, has sido un guerrero. Me han robado diez meses de besos y abrazos, de sonrisas sinceras. De que pudieras conocer a tu nieto, de haceros una foto para inmortalizar ese momento. 

Mi último recuerdo, sosteniendo tu mano, sintiendo tu calidez. La apreté fuerte, porque no quería que te fueras sin haber sentido una vez más nuestro cariño, quería que supieras que siempre estuvo ahí, aunque nos disanciaran por un protocolo inhumano y cruel. 

Estos meses han sido tan horribles. Y lo que nos hubiera quedado por delante. Esto si que ya no era vida para ti, porque nosotros éramos tu vida, tu alegría, el mejor momento del día en que volvíamos a estar en familia. Nos pusieron pantallas, mascarillas y una absurda distancia que impedía ese contacto que tanto necesitábamos: podría decir que eras tú el que lo necesitaba, pero la realidad es que a mí también me reconfortaba y me hacía feliz. 

Cada día, mientras me ducho, aprovecho para llorarte en la intimidad. Me reservo ese ratito para soltar el dolor y que el agua se lleve las lágrimas que contengo durante el día. Me cuesta tanto aceptar este final después de tanto luchar por tu bienestar. Sé que no hemos podido dar y hacer más, que almenos pudimos despedirte, hacerlo a nuestra manera, juntos los cuatro como siempre, sin parafernalias de misas y sermones, como tú hubieras querido. Pero duele, porque merecías mucho más. Te echo tanto de menos, papá.

Tothom em pregunta si estic nerviosa. M'havia imaginat aquest moment morta de por i d’incertesa, però em sorprenc a mí mateixa amb una pau interior i una calma que no he tingut mai en els moments importants. Pren-t’ho com si anessis a una festa a conèixer a l’amor de la teva vida. T’espero, fill meu, amb tota l’alegria i l’esperança. M’has donat força en els moments més durs i junts hem crescut sent un part de l’altre, i això ja no canviarà mai. Em sento, per fi, preparada per ser mare, per trastocar tots els meus hàbits, rutines, necessitats, somnis i prioritats i viure aquesta emocionant aventura que començarà quan decideixis néixer. M’he preparat aquest moment durant mesos per viure’l intensament i sé que potser no serà com jo voldria: però no importa, res espatllarà el fet de tenir-te per fi als meus braços. Confio en el meu cos, que t’ha protegit i cuidat durant tot aquest temps, ara em tocarà fer-ho a mi, i junts et portarem al món. Quan tu vulguis, petit Axel, està tot a punt: i no saps com desitjo veure’t la carona.

Hoy es tu 70 cumpleaños. Querría haberte llevado un pastel, hacernos una foto con la velita, darte un abrazo y un beso mientras te felicitaba. Pero una pandemia yun protocolo cruel y inhumano no nos permite estar hoy contigo y compartir este pequeño momento feliz. Te vimos el sábado durante media hora cronometrada, con una auxiliar vigilando que no nos acercáramos a ti ni nos sacáramos la mascarilla. A más de dos metros apenas nos ves, oyes nuestra voz pero no nos ubicas. Cuando por  fin nos miras no nos reconoces porque llevamos media cara tapada. No puedes hablar, pero reaccionas a nuestro cariño, a las sonrisas que ya no puedes ver. Esto se está haciendo demasiado largo y duro, pero no dejaremos de luchar por tu dignidad y bienestar, para que vuelvas a estar con nosotros. Te quiero papá, feliz cumpleaños.

Manchi, significas tanto para mí. No eres especialmente cariñosa, apenas si nos miras cuando entramos por la puerta, sin mover un ápice de tu cuerpo serrano. Tampoco nos haces mucho caso, hemos desistido en que acudas a nuestra llamada; sabemos que volverás cuando tú quieras, que en el fondo no quieres perdernos, posiblemente por los manjares, mimos y sofás que te esperan en casa. Hemos intentado con varios etólogos que socialices con más perros, que dejes de azuzar a los miedosos, pero lo único que conseguimos es que los encandilaras y nos dijeran que eras una perra maravillosa... Tienes tanto carisma y personalidad, eres tan divertida, tan bruta, tan curiosa, que nos tienes absolutamente enamorados. No te pareces ni por asomo al perrito que siempre había deseado desde pequeña, pero eso te hace especial. Tú te has hecho a ti misma y eres un espíritu libre que nos acompaña en la vida haciéndola más alegre, plena y feliz. No me imagino esta nueva etapa sin ti. 

He sanado. Mi cuerpo lo ha conseguido. Vuelvo a comer normal, a saborear la felicidad. Siento tanta gratitud. No dejaré de cuidarte. Y menos ahora que traes un regalo.
Noto algo raro cuando compro una caja de herramientas del bazar y no puedo soportar el olor a plasticucho barato que desprende en la habitación. Pero me extraña que no estaba envuelto, llevaba tiempo en la tienda y nadie más percibe ese olor. Además nunca he sido especialmente sensible con el olfato. Se van sucediendo situaciones similares, acabo rápido algunas entrevistas en el trabajo porque no soporto el hedor que desprenden algunas personas poco aseadas en mi pequeño y mal ventilado despacho, ni el ambientador que echo a continuación y siempre he tolerado. Suelo salir tosiendo y bromeo con la secretaria con que cualquier día me voy a intoxicar con tanto producto que echo. ¿Qué me está pasando? Poco después llegan las náuseas, demasiado pronto. Ahí ya sospecho que estoy sugestionándome y somatizando. Empiezan los retorcijones típicos premonitorios de cada mes y confirmo con tristeza mi teoría de que se me está yendo la olla. Genial.  
Pero van pasando los días y no pasa nada. Qué cruel incertidumbre, como otras veces, hace ya un tiempo. Alargar la espera y alimentar esperanzas contenidas para recibir una bofetada de realidad tardía. Llega el día de san Valentín y no quiero esperar más. No es una fecha especial para nosotros, pero es viernes, no trabajo y quiero disfrutar del soleado día que hace, ir a comer fuera como solemos hacer los viernes. Sé que eso iba a entristecerlo una vez más, estando esquivo, que el día sería raro. Me cuesta dormir pensando en ello. Quiero salir de dudas y a la vez tengo miedo de la decepción, como tantas otras veces cuando hemos esperado un resultado importante. Es muy rápido. Sale la rayita a los pocos segundos. Positivo. ¡Positivo! No me lo puedo creer, todo cobra sentido, no estoy loca, no es algo psicosomático. Le abrazo y lloro de emoción. Es de los primeros reintentos después del primer brote de mi enfermedad. Por fin nos sale algo bien prácticamente a la primera. Es una señal, de que esta vez algo será más fácil? En los últimos tiempos se nos ha torcido todo un poco, la boda, la compra del piso. Esto nos debe compensar y salir bien. Pero por si acaso no nos queremos ilusionar hasta que se cumplan almenos 3 meses. No quiero sufrir más. Nadie lo sabrá de momento, no miraremos nada, le apodaremos de manera impersonal, sin calificativos cariñosos, evitaremos el tema. Eres sólo una expectativa, los planos de una ilusión que aún está por construir.


Son las 5 de la mañana y me despierta un picor que me recorre todo el cuerpo. Abro la luz y observo lo que parecen múltiples picadas de bichitos por las piernas y los brazos. Inspecciono el pijama y las sábanas y no veo nada. A él tampoco le pasa nada. Creemos que son chinches o pulgas que Manchi me ha pasado haciendo una siesta juntas. Pongo el pijama a lavar a 90 grados con desinfectante y intento seguir durmiendo. Pero no puedo, el picor va a más y empiezan a salirme ronchas. Voy antes al trabajo y se lo comento a mi compañero médico, que me recomienda ir a urgencias porque parece una alergia alimentaria. En el triaje ni me miran, una mujer de mediana edad me toma la temperatura, la presión arterial. Le digo que estoy embarazada de 7 semanas y asiente con la cabeza, pero no apunta nada. Después me hacen pasar a un box y la médico me informa, sin hacerme antes ninguna pregunta ni observarme, que tengo una alergia alimentaria y enseguida vendrán a inyectarme un chute de corticoides. Pero si estoy embarazada, ¿esto no es perjudicial? Y me mira extrañada, primera noticia que tiene de mi estado... Tampoco me convence lo de la alergia, han pasado muchas horas desde la cena, y tan sólo comí una crema casera y un aguacate. Desde la enfermedad nos cuidamos bastante y prácticamente elaboramos todas las comidas nosotros, con los productos más naturales y de mayor calidad posibles. La médico ante mi reticencia al tratamiento, me dice "que lo va a estudiar". Me receta a regañadientes una crema con corticoides, que se absorbe menos que una inyección en vena. Pero me advierte que si no mejoro debo volver y me pincharán. Ahí no volveré seguro.
Pasan las horas y la situación empeora. Él insiste en ir al hospital, pero le pido que me dé más tiempo, que la crema aún no ha hecho efecto. Las ronchas se expanden como la lava de un volcán y acaban llegando a todos los rincones del cuerpo, hinchándome las manos, los pies, la cara. Me arde la piel y ya no puedo soportarlo. Han pasado casi 24 horas y debo asumir la realidad. Tengo que ir al hospital y dejar que me pinchen, poniendo en peligro a nuestra pequeña no-ilusión.
Pero no me voy a rendir aún. Me niego a volver al mismo hospital, quiero una segunda opinión. Él está agotado, son las 3 de la mañana, no le apetece ir a Barcelona. Pero juego la única baza que me queda, quiero saber que hicimos todo lo que pudimos por él. Aunque enfurruñado, me lleva a Bellvitge, de allí nos derivan directamente a Sant Joan de Déu por estar embarazada. Ese enorme hospital está vacío, es de madrugada, entre semana, no se oye ni se ve un alma, nos atienden enseguida. Nos vuelven a derivar porque no tienen dermatólogos, pero todo ese peregrinaje tiene un momento único que lo cambiará todo y que no olvidaremos nunca. Me hacen pasar a una sala vacía, en la penumbra. Y ahí, en el silencio de una fría noche, en la cúspide de la agonía y el agotamiento, escuchamos sin previo aviso un latido fuerte y vigoroso que resuena en las paredes, que nos contagia de una súbita fuerza y alegría. Aquello a lo que no queremos poner nombre, tiene un corazón que lucha por sobrevivir, se nos vuelve real y se impone. Me aprieta la mano, se me escapan las lágrimas. Esa será la primera y posiblemente la última ecografía que veamos juntos, un pequeño garbancito. Ya son dos noches sin dormir, y me esperan dos más hasta que consiga descansar un poco. Me visitarán 3 médicos más, con 3 diagnósticos diferentes. Todos coinciden en que esto no dañará los órganos internos y se irá sólo, aunque el tratamiento lo acortaría drásticamente. Mi cuerpo llegará a su límite de ronchas rojizas y abultadas, de insufrible picor. Pero me niego a tomar los corticoides orales y decido confiar en mi cuerpo una vez más. Sé que puede volver a ganar, a pesar de estar debilitado. Me asalta la duda de si estoy haciendo bien, de si me estoy poniendo en peligro, si debo elegir entre él o yo. Si esto te perjudicara me sentiría muy culpable. Se me hacen largas las noches en vela intentando no rascarme. Estoy agotada pero me es imposible dormirme, me molesta el roce de la ropa, las sábanas. Me duelen las manos, me cuesta coger las cosas. Me cuesta andar, tengo los pies hinchados como pelotas. A ello se le suman las náuseas, vomito sin conseguir llegar al baño. Hasta que un día las ronchas empiezan a bajar, y las esperanzas a subir. Lo estamos consiguiendo, voy a poder evitar la medicación. Logro dormir casi ocho horas seguidas y me despierto con el cuerpo aliviado, con una sensación de paz. Compruebo ante el espejo que me estoy curando. Que no te voy a hacer daño. No sé si vas a prosperar, pero ya eres un campeón por haber superado estos días. Gracias por regalarnos ese momento mágico y darme fuerzas cuando más las necesitaba. 

Resiste, papá. Sé que puedes hacerlo. Recuerda lo que te dije una de las últimas veces que te vi, sé que caló en algún lugar de tu crazón, te dará fuerzas. Quise que fueras el primero en saberlo, sin saber lo se venía encima y que igual no volvía a verte. Te habría hecho tan feliz ese momento en tu conciencia plena. Sé que hubiéramos llorado en silencio, abrazados, emocionados. Eras de pocas palabras y de muchos sentimientos.
Hace unos días diste positivo, com ya temíamos. Sabíamos que en esa resi la infección se iba a extender por la falta de material y el personal nefasto que tienen. Hoy nos han llamado anunciándonos de repente tu final, que ya se acababa todo y no había nada que hacer. Así en frío, de la forma más cruel, sin ni siquiera poder despedirnos. Nos ha helado la sangre y la vida. No podía ser verdad. Pero te aferras a la vida una vez más y afloran las negligencias para variar. Sé que quieres volver a nuestro lado. Y estamos luchando con todas nuestras fuerzas y recursos para que pronto sea así. Te sacaremos de ahí, papá. Siento no haberlo hecho antes, lo intenté, pero me tendría que haber impuesto más. Aguanta un poco más y volveremos a estar juntos, te repondremos, volverás a caminar como antes, a sonreír, a recibir nuestro cariño, a comer el chocolate que tanto te gusta. Te queremos papá y nunca dejaremos de pelear por ti. No podemos estar ahí físicamente, no nos puedes oír ni ver, pero siempre hemos estado ahí, a tu lado y lo seguiremos estando pase lo que pase. Saldremos de esta. Vamos papá, sé que es difícil, que te han dejado maltrecho, pero eres fuerte, has salido de tantas.

Lewis no es sólo un perro. Fue el inicio de la pequeña familia que empezaron en otro país, a miles de quilométros de las suyas propias, de los amigos, de todo lo que resultaba cercano. Llegó un día de aniversario, al principio de todo. Un microclima cálido y feliz entre cuatro paredes, en un frío país. Un compañero incansable en la aventura entre continentes, que se a adaptado a todo tipo de viajes, mudanzas, climas, la llegada de un nuevo miembro que lo cambiaría todo. Siempre con su alegría y bondad que enamoraba a todo el mundo. Tan vital y tan joven. Le habéis dado una vida plena y perfecta, pero aún es demasiado pronto para despedirse. Porque Lewis no es sólo un perro. Es un símbolo del amor y la maravillosa familia que tenéis.

Es el primer día del padre que no puedo estar contigo, darte un beso, traerte un dulce de esos que aún te hacen tan feliz. Hace ya dos semanas que estás aislado en una fría residencia sin nuestro cariño y atenciones. No sabes papá cuanto hemos luchado por estar junto a ti y darte lo mejor. Se me encoge el corazón cuando te imagino ahí solito, desatendido, pasando las horas sin que llegue mamá y te colme de mimos y cuidados. No sé qué debe pasar por tu cabeza, si nos echaras de menos, ojalá pudiéramos explicarte la situación. No podemos confiar mucho en el personal que te cuida, así que sólo nos queda atenernos a la suerte. Temo que este tiempo sin nosotros hará mella en tu salud, en tu capacidad de caminar. No sabes cuanto nos duele. No nos hemos separado de ti ni un sólo día, y quiero que sepas que nosotros seguimos ahí papa, con dolor por no poder asistirte y estar contigo. Me he despedido de ti muchas veces, pero siempre lo has superado todo y aunque quedaras más débil, seguías adelante. Resiste una vez más, quiero volverte a ver, abrazarte, decirte que todo ha salido bien y no nos volveremos a alejar de ti. Pronto volveremos a estar juntos. Feliz día del padre, te quiero.

Mi cuerpo me avisa. Lo he descuidado y lo he llevado al límite. El intestino se inflama a la vez que mi alma. Tengo que parar para poder sanarte y reconciliarme contigo. Siento haberte menospreciado, abandonado, preocupándome sólo por lo externo. Sin ti no hay vida, no hay piso ni trabajo por el que luchar. Me noto tensa e irritable, y este debería ser un momento emocionante y esencialmente feliz. Quiero volver a ilusionarme y te necesito. Te cuidaré y te curarás y volveremos a ser un equipo fuerte con energías en sinergia, que fluyen y se retroalimentan hacia una misma dirección. Tú ahora necesitas que haga un reset en mi forma de actuar, pensar, sentir. Algo chirría, se está forzando la máquina y no me estoy dando cuenta, o igual sí, pero no le doy importancia porque estoy ocupada en otros asuntos. Me bajo del tren en el que iba a todo trapo, antes de que descarrile. Tenemos que detenernos, reponernos juntos y volver a caminar. Te voy a escuchar, a atender y a mimar ahora y siempre. Practicaré relajación, yoga, atención plena, gestionaré las dificultades y problemas de otra manera, vigilaré la alimentación, haré todo cuanto necesites. Tú serás lo primero. Esperaré a que te recuperes para volver al ring a luchar por nuestros retos y sueños, pero no lo haré como antes, no te pediré más sobreesfuerzos ni te dejaré atrás, cuando te agotes pararemos los dos a descansar. Pero necesito que tú también respondas. Sé que puedes hacerlo. Siempre has estado ahí dándolo todo. Creciendo conmigo. Y lo seguirás haciendo con salud. Detén la inflamación, regenera el tejido, las células, cierra y cicatriza las heridas, vuelve a funcionar fuerte y sincronizado con todo el cuerpo. Vamos, confío en ti, sabes hacerlo. 

Para estar así no vale la pena vivir. Me lo he oído tantas veces, de tantas maneras, algunas más suaves y sutiles, otras tan duras y punzantes que no me parecía que estuvieran hablando de mi padre. Sé que apenas queda un tenue destello de lo que fue (que prácticamente nadie ve), que nos necesita para absolutamente todo, que su debilidad y fragilidad nos tiene siempre en vilo. Lo sé muy bien, llevamos más de una década viviendo por y para él, condicionados en todas las áreas de nuestra vida. Podríamos haber elegido otra opción que nos permitiera vivir un poco más la vida, pero elegimos esto y no nos arrepentimos de ello. Sé que él mismo hubiera preferido acabar con todo antes que vivir así. Pero no por él, si no por nosotros. Por evitarnos todo este sufrimiento. Porque nos amaba con todas sus fuerzas, especialmente a ella. Crecí en un ambiente rodeado de amor, aunque no fuera explícito ni efusivo, se mostraba en cada uno de sus gestos y palabras. Es por eso, papá, que te quiero tanto. Que te cuidamos con tanto cariño y entrega, los años que sean, lo díficil que sea, por más que se complique todo. Sé que te conmovería vernos a los tres unidos a fuego por ti, y que hubieras hecho lo mismo por cada uno de nosotros. Es por eso que me duele cuando me dicen que mejor que se acabara ya. Sé que son prácticos, que visto desde fuera sería lo "mejor para todos". Pero no puedo aceptarlo, por más dolor y agotamiento que haya por nuestra parte, me es imposible ni contemplarlo. Aunque sólo sea por ese momento en que te veo, que me sonríes. Que te abrazo, te beso y me apretas contra tu pecho. Tú que fuiste de pocos abrazos, ahora me llevo todos los que puedo y disfruto de ese momento en silencio. Aunque no puedas hablarme, ni me conozcas, siento tu esencia y tu cariño que me envuelve, que me reconforta y me hace feliz. Sé que tu cuerpo está enfermo, pero yo abrazo tu forma de ser, tu sentido del humor, tu honradez, el padre maravilloso que has sido. Sólo por ese instante que te siento conmigo otra vez, ya vale la pena.

El maltratador

Nos conocimos en el bachillerato y apenas tuvimos trato. Él era el típico golfo sobón y fanfarrón incapaz de hablar con una chica sin soltarle alguna grosería o mirarle descaradamente las tetas. Tras dejar el colegio no volví a saber más de él durante años, hasta que un día me lo crucé en la biblioteca. Nos saludamos e hice el gesto de preguntarle qué tal, pero pasó de largo. Pensé, bah, no ha cambiado nada. Cuánta razón tenía aún sin saberlo. Más tarde me escribió disculpándose pero no le contesté.

Pasó un tiempo y volvió a escribirme. Me contó que estudiaba psicología e iba a prepararse el PIR. Parecía que teníamos algo en común y me ablandé. Me insistió en quedar y al final accedí con recelo a un café. Me sorprendió gratamente. Parecía otra persona: serio, formal, estudioso. Con pareja estable. De vez en cuando aún soltaba alguna de las suyas, pero sin llamar tanto la atención. Quizás ahora sí era posible entablar una amistad.

Fuimos quedando más veces, hablábamos sobre todo de psicología y del PIR. Le comenté que era voluntaria en una protectora y al día siguiente fue allí a adoptar una perrita. Me pareció un poco impulsivo, pero no le di importancia: me quedé con el bonito gesto de salvar una vida. Me invitó un día a su casa para enseñarme la impresionante biblioteca-estudio que se había montado en el salón. Me asomé a la ventana y vi la enorme piscina que meses más tarde compartiríamos.

Nos independizamos y fuimos a parar al bloque contiguo. Él y su novia inauguraron nuestro piso y nuestra vida en común. Ella era muy dulce y divertida y congeniamos enseguida. Empezamos a quedar siempre los cuatro, los sábados por la noche. Pizzas y Desperados, en su casa o en la nuestra. Incluso entre semana, para ver el fútbol. Después ni veíamos el partido, pero daba igual, nos lo pasábamos genial. Hablábamos de todo, jugábamos al Party, el tiempo nos pasaba volando. Esperaba con ganas el fin de semana para desconectar, reír. Él estudiaba duro toda la semana y tan sólo descansaba el rato que nos juntábamos. Fuimos testigos de sus avances y sus bajones, le apoyamos día a día. Sufrimos con él los últimos días, las últimas horas. Nos ofrecimos a acompañarle el gran día, y cuando terminó fuimos a festejarlo juntos. Después vino el periodo de incertidumbre hasta que salieron los resultados. También estuvimos ahí en vilo, celebrando su triunfo.

Teníamos tantos planes pendientes. Barbacoas, excursiones, salidas. Era perfecto tener unos amigos tan cerca. Entonces llegó aquel extraño mensaje en que nos comunicaban que habían cortado y ella se había ido de casa. Así, sin más. De un día para otro. Ambos abandonaron el grupo que teníamos los cuatro y nos quedamos mi pareja y yo como si nos hubieran echado un jarro de agua fría. Intentamos contactar con ambos pero no obtuvimos más que evasivas y silencio. Fuimos varias veces a su casa y nunca nos abrió. Algo extraño ocurría, pero no teníamos ni la más remota idea, estábamos absolutamente desconcertados.

Tras unos días volví a escribirle a ella y le dije que aunque no entendía nada sólo esperaba que estuviera bien, y que contara con nosotros para lo que fuera. Recuerdo perfectamente cómo, sentada en el sofá, leí y repetí incrédula esas palabras que se me clavaron como puñales. Lo he denunciado. Johnny me pegaba [Pongo un nombre real por primera y última vez en el blog. No puedo denunciarte en la vida real, pero aquí me quedaré a gusto]. Entré en shock. No podía ser. Nuestros amigos. Cómo había sido capaz de tocarla. A ella, tan dulce y delicada. Me imaginaba la escena y me moría de rabia y pena.

Lloré sin consuelo, de impotencia. Por todo el dolor que ella había soportado, por no haberme percatado de nada a pesar de las señales. Cada detalle que iba conociendo me llenaba más de odio hacia él. Maltrato físico, psíquico, emocional, en todas sus variantes y extremos. Siempre en casa, discreto, sin marcas visibles. Nadie podía sospechar nada. Todo cuanto habíamos vivido durante el último año se desmoronaba como un juego de naipes. Todo me parecía una gran mentira. Nosotros que le abrimos las puertas de nuestra casa y nuestra vida, que le brindamos nuestra confianza y aprecio, con el que compartimos confidencias, sueños, preocupaciones, nos había traicionado de la forma más vil. No sólo era un maltratador, era un cruel hijo de la gran p*** manipulador, machista, egocéntrico, un psicópata de manual al que había invitado cada semana a mi mesa, al que había agasajado con mis mejores postres y manjares. Cuánto nos engañaste, sinvergüenza. Y encima ahora se estrena como psicólogo en el sistema público, con los pacientes más graves y que necesitan más ayuda. Es una vergüenza para el gremio y la profesión, no sé cómo se atreve a tratar el sufrimiento de las personas, si es incapaz de empatizar o sentir compasión, si es que se tiene que aburrir de escucharles, pero me imagino que le debe hacer sentir importante y poderoso jugar con los sentimientos de los demás. Quizás sólo estás en esto para alimentar tu ego, para obtener reconocimiento o solucionar tus propios traumas, pero si alguna vez tengo oportunidad de desenmascararte y apartarte de los más necesitados, no dudes que lo haré. Me das asco, cada vez que me cruzo contigo te partiría esa cara de gilipollas para que sintieras lo que es, para borrarte la sonrisa burlona y pasota que arrastras desde la adolescencia. Pero ella nos suplicó que no te dijéramos ni hiciéramos nada y se lo respetamos. A veces pienso que ojalá no te hubiera contestado nunca a aquel primer mensaje, pero si algo bueno me he llevado de esto, es una fuerte amistad con una chica que no mereces y te da mil patadas en personalidad, inteligencia, simpatía y humanidad.

No tengas miedo. Sé que puedes hacerlo. No tienes nada que perder, ahora es el momento de arriesgar. Sigue tu camino, ponle ganas, échale valor. No será fácil, pero con perseverancia y esfuerzo, animándote con cada logro, aprendiendo de los errores, conseguirás alcanzar tu objetivo. Planifícate, prepárate, que nada te detenga. Déjate ayudar y guiar, pero no dependas otra vez de otros. Vuela libre cariño. Siempre te apoyaré en todo lo que hagas. 

Ésta es la vida que siempre habías querido. Me sonríe mientras paseamos por la orilla del mar, con una suave brisa que nos acaricia la cara, y la pequeña Manchita que corretea en círculos alrededor nuestro. Ese momento y cuando nos apretujamos los tres en el sofá, con un baile de piernas y brazos para encontrar la postura más cómoda, son la expresión de la calma y la felicidad. Poder disfrutar de estos sencillos momentos, y hacerlo cada día, es más de lo que había soñado. Me siento tan afortunada y feliz que me sorprendo a mí misma de serlo. Pensé que ese bienestar, esa sensación de plenitud, la alcanzaría con el tiempo, con la madurez, con más cosas, quizás lejos de aquí. No me imaginaba que aquí y ahora, con lo que tengo y lo que soy, pudiera sentirme tan bien. He dejado de padecer insomnio, de toser de forma crónica, de sentir ansiedad a todas horas. De sentirme incompleta y desdichada. Necesitaba echar el freno para coger aire y respirar, para contemplar el paisaje que las prisas no me dejaban ver. Sentía que el tiempo se me escurría y corría sin parar hacia ningún lugar. Al deterneme he encontrado mi sitio, a tu lado, en nuestro pequeño hogar. En nuestro pequeño mundo feliz. Gracias por esperar junto a mí todos estos años, por disfrutar de esto tanto como yo. Gracias por ser parte de este sueño, y por hacerlo realidad. 

Manchita

Intento firmar, pero tengo los ojos empañados y veo borroso. Es un momento muy especial, llevo toda mi vida esperándolo, y ahora que ha llegado, me parece irreal. He soñado tantas y tantas veces con esto, de tantas maneras, que no me puedo creer que ahora sea verdad. Es sólo un perro, algo que tiene cualquier vagabundo, cualquier adulto que se encapriche, pero yo lo he ansiado desde mi más tierna infancia. Siempre ha sido un sueño frustrado, una ilusión perdida, una súplica ahogada. Veo a esa niña escribiendo cartitas a los reyes magos, firmando contratos con mis padres, chantajeando a mi hermano para que se uniera a la causa, dedicando dibujos y escritos a un perro que no llegó nunca. Ya se le pasará, decía siempre mi madre, e intentaban complacerme con otras mascotas como peces o pájaros, o con peluches que caminaban y ladraban. Era una niña, pero no era tonta. Y no se me pasaba. Presenté completos presupuestos de gastos, programas de paseos, coleccioné durante años revistas y libros de perros. Quería demostrar que no era un capricho, que me iba a responsabilizar, que estaba preparada. Sacaba las mejores notas de clase, era una niña muy buena, vivíamos en una casa con jardín, no entendía cómo no me tomaban en serio, cómo podían negármelo. Era sólo un perro.

Cuando tengas tu casa tendrás perro. Y así fue. Llegó antes que la tele, que los muebles del salón. Un poco más y se instala antes que nosotros. Él sabía desde el principio que no habría negociación posible con este tema. No iba a ceder ni a esperar más.

La vi por internet en una foto movida y rellené el formulario de acogida. A los pocos días me contestaron y fuimos a conocerla. Nada más verla la rechacé. Se nos abalanzó como un caballo desbocado, abriendo la boca como si nos fuera a comer a bocados. Saltaba como un mono por el pequeño patio de la protectora, abalanzándose a lo bruto con sus 25 kg a todo el que pasaba. Ni de coña, vamos a mirar otro. Cogí un cachorro blanco y negro y me fui, dejando atrás a Manchita.

La chica de la protectora nos insistió en que le diéramos una oportunidad a la loca por la que habíamos preguntado. Sentí que me quería vender una enciclopedia, pero como me sabía mal, dejé al cachorro en el suelo de mala gana y accedí a sacarla a pasear. La chica la agarró y le puse la correa, esquivando su bocaza. Así quieta, me pareció mucho más pequeña. Caminamos unos metros y supe que esa era la perra que tanto había soñado. Ella me había esperado en dos perreras, en el frío de la intemperie. Todavía no teníamos las llaves del piso. Pedimos que nos la reservaran en una interminable semana en la que pusimos todo a punto. Escribí varias veces a la protectora, preguntando tonterías, con la única intención de recordarles que era nuestra. No me la podían quitar ahora que la tenía tan cerca.

Y llegó el día. Llegó, tras años, muchos años esperando. Me parecía increíble. Qué suerte ha tenido, nos decía la chica. Y yo pensaba, suerte la mía. Recordaré siempre ese primer viaje en coche en que no sabía cómo ponerse y yo intentaba sujetarla. Tenía tanto miedo, tanta curiosidad. Entró en el piso y se quedó quieta, sin saber adónde ir ni qué hacer. La colocamos sobre su colchón y empezó a temblar, desconocía el tacto de una suave camita. La primera noche lloró y correteó por el piso, desorientada. Lloraba yo también en silencio, sintiéndome mal por ella, pensando que quizás me había equivocado, que ese no era su sitio. La segunda noche pareció enfermar. Apenas se movía ni comía. La veía tan frágil, tan vulnerable, y yo tan impotente sin poder hacer nada. Pensé de verdad que la iba a perder. No me podía creer que mi sueño y mis ilusiones se esfumaran en sólo dos días.

Pero Manchita, que lleva el nombre del pueblo de mi madre, de las vacaciones de verano de mi infancia, superó aquella noche.  A la mañana siguiente la llevamos al veterinario y nos dijo que todo estaba bien.

Tengo tantas ganas de cuidarte, de protegerte. No sé qué vida has llevado hasta ahora, pero sé que no ha sido buena y quiero que lo olvides, que hagas sitio para los buenos recuerdos que te esperan. Te prometo que lucharé para que no vuelvas a pasar hambre, frío o miedo, y si no puedo evitarlo, por lo menos estaré a tu lado. Me alegra tanto cuando vienes por la mañana a despertarme, dándome lametones por la cara (que los odio, pero te hacen adorable), moviendo la cola como un ventilador, que en ese instante se me olvidan los problemas de la vida. Tiene otro sentido volver a casa, que me recibas con fiestas, como si hiciera años que no me ves, como si fuera la última vez. Me transmite tanta paz verte dormir tranquila, acurrucada en el rincón que con tanto cariño te hemos preparado. Eres perfecta. Con tus miedos, tus trastadas, tus manías. Cada pasito que das, cada pequeño progreso, me da fuerzas a mí. Conviertes el piso en un dulce hogar, y esta pareja en una pequeña familia. Eres parte de la vida que siempre he querido.

Le lectura de mi trabajo final de máster caía en día 22, mi número favorito: pensé que eso sería una señal. Me confié. He pasado un año entero trabajando en ese proyecto, y gran parte del verano. Si el proyecto me hubiera gustado el esfuerzo habría sido con gusto. Pero no era así, y se me hizo bastante duro. No le veía sentido a lo que hacía. Descansé las últimas semanas de agosto y decidí apurar al máximo la presentación final porque no quería ver el trabajo ni de refilón. El tutor de centro y de facultad me lo habían revisado y corregido, me aseguraron que estaba bien. Ya sólo faltaba el broche final. Salir del máster por la puerta grande.

Me preparé la presentación la noche antes de la defensa. Lo ensayé una vez. Debería haberle dedicado más tiempo, pero bueno. No podía ni contemplar la posibilidad de ponerme antes, me inundaba una fatiga infinita sólo de pensarlo. Era un día 22, tenía que salir bien. Al cruzar la puerta y ver el tribunal, el aula y mis compañeros, comprendí al instante que lo del 22 era una fantasía de autoengaño, y que me iba a arrepentir de no haber vencido el mal rollito que me producía el trabajo.

Me llaman. Subo a la tarima. Abro mi presentación en el ordenador. El jurado me mira atónito: no tenemos tu trabajo. Yo lo distingo a varios metros de distancia, y lo señalo. Me sueltan la frase que me descompone y sellaría el desastre para el resto de la presentación: ¡pero si el título no coincide! Me giro a la pizarra y compruebo cómo efectivamente, el título no coincide. No coincide porque es el título de una ponencia que presenté dos meses antes, basado en el trabajo, pero con algunos cambios. Un error garrafal. Sólo cambian dos palabras, pero esas dos palabras sentenciarán la presentación. La presidenta del jurado exclama que no se puede cambiar el título a un proyecto de investigación, que eso denota que el trabajo ha sido hecho deprisa y corriendo, a última hora, que no tenía las cosas claras. Es un desastre. No puedo explicarme hasta el final de la presentación, en el turno de contestar las preguntas, y aunque intento argumentar que ha sido un lapsus con la ponencia, ya es demasiado tarde, sólo suena a excusa e intento de justificación. Durante la presentación me tiembla la voz, ya sé que he echado a perder el trabajo. El tribunal me mira con agravio, con desgana. Apenas me hacen preguntas sobre el trabajo. Se te ha visto muy nerviosa, es normal al hacer las cosas con prisas, en el último momento. Me siento agotada y derrotada. No tengo ni fuerzas para defender el trabajo, en el que ya creía poco, pero que ahora odio con todas mis fuerzas. Cómo he podido fallar en algo tan tonto, pero tan grave a la vez. Siempre he sido despistada, y sabiéndolo no debería haberme confiado. Me ponen una nota muy baja, quizás no merecía tanto castigo. Por lo menos apruebo, ya tengo el máster, seguramente nunca me pedirán la nota del trabajo final, querría olvidarme ya de eso y disfrutar del fin de mis estudios, pero me siento profundamente triste.

Me he dado un día y medio de desídia, de no lavarme, ponerme música triste y recordarme lo gilipollas que puedo llegar a ser. Se me ha roto una chancla y me he sentido la más desgraciada del mundo. Ojalá hubiera caído una buena tormenta, para acompañarme en el sentimiento. Pero ya está, considero que esto es suficiente para fustigarme. Libero la rabia y la dejo marchar. Me cuesta, pero me perdono. Necesito que mi parte exigente abrace a mi yo torpona y le diga que la quiere igual. Que se ha esforzado, y lo sabe. Que la próxima vez le ayudará a estar más atenta. Porque a pesar de todo, la necesita para avanzar.

Hace 10 años que escribí el primer post en este blog. En esa época pensaba que una década después sería una médico con un trabajo estable, en un hogar propio, con un nuevo proyecto de familia. Con mis quejas sobre las guardias y los pacientes pesados, discutiendo sobre donde ir de vacaciones, tranquilamente, en un buen restaurante. Todo era ilusión, fuerza, motivación. El futuro pintaba tan prometedor, tan posible. Si me hubiera podido espiar por un agujerito, y comprobar que todo seguiría igual, en casa de mis padres, sin trabajo, sin un duro, con las paredes cayéndome encima, me habría desinflado como un globo. Y habría abandonado mis sueños. Eso si no me hubiera pegado un tiro antes. Esto no va a ser fácil, pero no voy a rendirme. En septiembre presento el trabajo final de máster, y si todo va bien, sellaré el final de mi etapa de estudios, y el inicio de un proyecto emprendedor junto a una compañera. No es demasiado tarde para construir la vida que siempre he querido. Sigo creyendo en mí, y pondré todo el empeño en conseguirlo.

Llevábamos un largo tiempo de calma, a pesar de aumentar la dependencia, de la necesidad de asistencia y acompañamiento continuo. Tu confianza en nosotros, la tranquilidad que respirabas, nos permitía ir más allá de lo sensato. Contigo nos atrevimos a arriesgados viajes en coche, tren, avión, a pisar el extranjero. Había que aprovechar el tiempo, porque sabía que se agotaba, y siempre quería "un último viaje juntos", "unas últimas navidades en Huesca"... Un recuerdo dulce al que aferrarnos en un futuro. Sabía que este declive podía producirse en cualquier momento, sin avisar. He visto estos síntomas y conductas en las prácticas, en las entrevistas, he convivido con ellos como psicóloga, con naturalidad, me han acompañado como el café con leche de las mañanas. Pero no es lo mismo que vivirlo como hija. Contigo me impresiona como si fuera la primera vez, me apena, me estruja por dentro. Cada pequeña pérdida, cada paso que dejas de dar, vuelve a ser una estocada, una herida que duele. Cada vez el reto es mayor, más complicado, pero ahora que he aprendido a quererte sin miedos, a cuidar de ti con alegría y ternura, no voy a fallarte. Estaré siempre a tu lado, papá.